Capítulo 3 (Parte 1)

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Kristoff Bjorgman estaba revisando la correspondencia del duque de Ridgeway y apartando las invitaciones que pensaba que su señor desearía aceptar cuando, al oírlo entrar en casa, antes incluso de que llegara al estudio, supo que estaba de mal humor. Había algo en su tono de voz, aunque no pudiera oír sus palabras exactas, que traicionaba su estado de ánimo.

Y el secretario, poniéndose en pie y hundiéndose otra vez en la silla cuando el duque le hizo un gesto impaciente con la mano para que volviera a sentarse, vio que además cojeaba ligeramente. Normalmente Su Excelencia hacía grandes esfuerzos por no cojear.

—¿Algo importante? —preguntó, señalando hacia la pila de correo.

—Una invitación para cenar con su Majestad.

—¿Phillip? Excúsame —le pidió el duque.

—Es una cita real para cenar y jugar a las cartas —insistió el secretario tosiendo.

—Sí, lo entiendo. Excúsame. ¿Hay algo de mi esposa?

—Nada, Su Excelencia —respondió Bjorgman, mirando hacia la pila.

—Nos marchamos a Willoughby —ordenó Su Excelencia de manera cortante—. Veamos... he prometido acompañar a los Fareway a la ópera mañana por la noche con su sobrina. No se puede cancelar nada más, ¿verdad? Nos marcharemos pasado mañana.

—Sí, Su Excelencia. —Kristoff Bjorgman disimuló una sonrisa mientras su señor salía dando zancadas de la habitación. Habían pasado dos semanas desde que habían mandado a su querida en la diligencia. El duque había mostrado mucha fortaleza al esperar tanto antes de encontrar una excusa para ir tras ella.

El duque de Ridgeway subió las escaleras de dos en dos, tal y como solía hacer, pese a que el costado y la pierna le dolían. Distraído, se frotó el ojo izquierdo y la mejilla. Era por la humedad. Las viejas heridas siempre le molestaban cuando empeoraba el tiempo. ¡Maldita Toothie! Se había negado sistemáticamente a acompañarlo a Londres desde hacía cuatro años, cuando se vio obligado a enfrentarse a ella y poner fin a la indiscreción más salvaje en la que se había embarcado. Y sin embargo parecía que casi cada vez que se había instalado en Londres sólo para tener unos pocos meses de paz, ella había decidido organizar una gran fiesta en el campo, invitando a todos los miembros de la alta sociedad, hombres y mujeres, a los que lograba convencer para que se marcharan de Londres y fueran a Dorsetshire. Rara vez le parecía necesario informarle de sus planes. Sólo le quedaba averiguarlo, si es que lo averiguaba, accidentalmente. En una ocasión dos años atrás no lo supo hasta que volvió a casa y descubrió que todos los invitados habían estado allí y se habían marchado excepto uno que se había quedado rezagado. Y ese rezagado había tenido la amabilidad de hacer un favor a las doncellas dejando libre su propia habitación de invitados y compartiendo la de la duquesa. El duque había expulsado a ese caballero en particular menos de una hora después de haber vuelto, y el hombre pareció tomarse muy en serio el consejo de no dejarse ver ni en Willoughby ni en Londres al menos durante los próximos diez años.

Y había reprendido a la duquesa por no mostrar decoro delante de los criados y los que dependían de ellos, lo que había provocado que la duquesa palideciera y acabara sumida en un mar de lágrimas. Toothie siempre parecía más bonita de lo habitual cuando lloraba. Y ella le había acusado de tener el corazón de piedra, de abandonarla, de mostrarse tirano... todas las acusaciones habituales.

Aquella vez Su Excelencia se había enterado de la fiesta de Toothie en White's[5] por boca de Sir Noel Christmas. El hombre se había mostrado agradecido por su invitación mientras resollaba por la faja crujiente que le oprimía.

—No hay mucho que hacer en la ciudad estos días, querido amigo —le explicó—, excepto comerse con los ojos a las jovencitas. Y sus madres se aferran a ellas como sanguijuelas, así que lo único que uno puede hacer es mirar. Toothie ha sido muy amable al invitarme.

La perla secreta (Adaptación Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora