Ella sabía, por supuesto, que acabaría abriendo la carta. Lo supo desde el instante en que Frederick se la puso en las manos. ¿Cómo podía no abrirla, cómo podía quedarse sin saber sobre su vida una vez más?
Pero le molestaba. Y odiaba a Jack. Ya que después de cuatro meses y medio se había dado cuenta de que no había superado en absoluto el dolor, que necesitaría vivir muchos meses más en el presente para dejar de añorarlo de día y suspirar por sus brazos de noche.
Y finalmente reconoció para sí misma que el motivo por el que lo estaba posponiendo no era tanto su resentimiento, el saber que al leer su mensaje se le volverían a abrir todas las heridas, sino algo totalmente distinto. El motivo por el que lo posponía era que sabía que sólo tardaría unos pocos minutos en leer la carta. Y luego no habría nada más. Volvería a encontrarse con el vacío y el silencio que se extendía hasta el infinito.
Dejó la taza y el plato a un lado y cogió la carta, la sostuvo en sus manos, se la llevó a los labios y la apretó contra su mejilla.
Pensó que después de todo puede que fuera una carta de alguna otra persona de la casa. Quizá fuera de la señora Potts. Sintió que se le removía el estómago al pensarlo y se puso a rasgarla presa del pánico.
Su mirada fue directamente al final de la página, a la firma. «Jack», había escrito a mano con letra gruesa y enérgica. Elsa se mordió el labio inferior y cerró los ojos un instante. Volvió a sentarse en la silla.
«Mi querida Elsa —decía—, te escribo para hablarte de dos pérdidas que se han producido en mi familia. Mi hermano murió en una pelea en Londres hace poco más de un mes. Mi esposa se ahogó accidentalmente el mismo día en que se supo de su muerte en Willoughby. He enterrado a ambos, el uno junto al otro, en el cementerio familiar.»
Elsa apoyó la carta en la solapa. Cerró los ojos y se llevó una mano a la boca. ¡Jack! ¡Oh, pobre Jack!
«Mañana me llevo a Arianna de viaje por Europa —continuaba la carta—. Se ha mostrado inconsolable. Adoraba a Toothie. Permaneceré con ella en el extranjero durante el invierno y quizá durante todo el año que dure nuestro duelo.
»Cuando termine el año iré a Wiltshire. No diré más por ahora. Entenderás que el mes pasado ha resultado muy doloroso. Y le debo un año de luto, Elsa, y a mi hermano también, por supuesto.
»Quería que supieras estas cosas antes de que me marchara. Y añadiré que pensaba todo lo que te dije cuando estuve en Wiltshire.»
Elsa volvió a apoyar la carta en el regazo, la dobló cuidadosamente y se percató sin prestarle mucha atención de que le temblaban las manos.
Estaba muerta. Su esposa estaba muerta. Había dicho que había muerto de manera accidental, pero había muerto el mismo día que habían sabido de la muerte de Lord Aster. Y Lord Aster era el padre de Lady Arianna. Entonces es que se había quitado la vida. Debía de haberse arrojado al lago.
¡Oh, pobre Jack! ¡Pobre Jack! ¡Cómo debía de culparse a sí mismo!
Pero estaba muerta. Y él estaba libre. Cuando terminase el año de duelo volvería a Wiltshire. Dentro de once meses. A finales de septiembre.
No, no debía pensar en ello. No debía esperarlo. Once meses parecían una eternidad. Podría ocurrir cualquier cosa en ese tiempo. Uno de ellos podía morir. Jack podría cambiar de opinión. Podría conocer a otra persona en sus viajes. Podría disfrutar tanto del viaje que acabara pasando años en el extranjero. Puede que Lady Arianna no quisiera que fuera a buscarla.
Podría ocurrir cualquier cosa. Once meses atrás ni siquiera lo conocía. Pero parecía como si lo conociera de siempre. Eso significaba que tendría que esperar más que nunca, y que al final puede que él no llegase.
Poniéndose en pie y apoyando la carta con cuidado en el jarrón, Elsa decidió que no pensaría en ello. No pensaría en ello. Si volviese al acabar al año, entonces escucharía lo que tuviera que decirle. Si no venía, entonces no se mostraría decepcionada porque no lo habría esperado.
Pero aquella anoche y durante muchas otras noches soñó con él. Tuvo sueños extraños e inquietantes en los que él trataba de llegar hasta ella, pero se encontraba al otro lado de un caudal de agua lo bastante ancho como para no verlo con claridad y le gritaba palabras que no oía bien. Y cada vez se despertaba con los brazos vacíos y sintiendo que el otro lado de la cama estaba vacío.
Elsa redobló los esfuerzos para ser una buena profesora y dedicó muchas de sus horas libres a enseñar música. Y se dedicó a visitar a sus vecinos, sobre todo a los ancianos, que dependían de los visitantes para aliviar el tedio del día, y aceptó todas y cada una de las invitaciones que recibió. Incluso cuando la prima Drizella volvió a casa —Anastasia se había casado y vivía en Lincolnshire— y supo que estarían en la misma velada, también fue.
Y se aferró a la amistad con Rapunzel como si fuese una cuerda de salvamento.
Cada vez que se permitía pensar conscientemente en el asunto, se percataba de que tenía razón en algo: once meses eran más que una eternidad.
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
Roman d'amourElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...