Más tarde, aquella misma noche, el duque se fijó en que a su esposa le brillaba la mirada y parecía tener fiebre, aunque estaba jugando a las charadas riéndose y entusiasmada. El juego había ido subiendo de tono a medida que avanzaba.
La excursión a Wollaston y la actividad constante de los últimos días, incluido el baile y la excitación por el retorno de su hermano, estaban resultando demasiado para la duquesa, aunque no quisiera admitirlo ni siquiera para sí misma. Pero Jack la conocía lo bastante bien como para saber que su delicada salud no podría soportar un ritmo tan agotador mucho tiempo más sin colapsarse.
El duque se preguntaba si resultaba evidente para sus invitados que Toothie y Aster tenían una relación mucho más estrecha de lo que cabía esperar entre cuñados. Se imaginaba que sí. Desde luego, Shaw había dejado de prestarle atención y aquella noche dedicaba sus galanteos a Isla Menzel.
El duque pensó, que, aunque se dieran cuenta, nadie se escandalizaría especialmente. Como ya sospechaba antes de volver a casa procedente de Londres, los invitados de su esposa no eran un grupo caracterizado por el decoro y la compostura. Alexandre le había comentado que una pobre doncella se había quedado perpleja al encontrarse a Lady Mayberry en la cama de Grantsham aquella mañana, y a la señora Grantsham en la cama de Mayberry.
Jack observaba la escena que le rodeaba bastante serio. La buena educación le obligaba a continuar comportándose como un anfitrión cortés y afable pese a todo lo que ocurriera. No podía hacer lo que tantas ganas tenía de hacer: ponerse de pie y anunciar públicamente que la reunión terminaría a la mañana siguiente.
Al pensar en ello experimentó el único momento de diversión de toda la noche.
A veces —sólo a veces— deseaba no haber nacido en una clase privilegiada y decadente. Pero se preguntaba si acaso alguna clase sería radicalmente distinta si uno supiera realmente cómo es. Puede que la gente fuera igual mirara hacia donde mirara.
La duquesa, acalorada y riéndose todavía, se sentó en un sofá.
—Siempre se te han dado muy bien las charadas, Aster —comentó, sonriéndole hasta que él se sentó a su lado—. Estoy muy contenta de haber estado en tu equipo. Ahora necesitamos algo tranquilo y relajante para calmarnos.
—Se me ocurre algo sin pensarlo mucho —intervino Sir Hector Chesterton.
Su Excelencia la duquesa le dio un golpe brusco en el hombro con el abanico.
—He dicho algo tranquilo y relajante, pícaro —le riñó—. ¿Quién sabe cantar? ¿Walter?
—Estoy sin aliento, te lo aseguro, Toothie —respondió el caballero—. Que una de las damas nos toque una sonata.
—Yo no —comentó la señora Runstable—. Estoy agotada.
—Tengo como norma haber perdido la práctica cuando no estoy en casa —comentó Lady Mayberry.
Sus palabras provocaron la risa de los demás.
—Puede que mi sugerencia no fuera tan estúpida después de todo —volvió a hablar Sir Hector, sentándose en el brazo de la butaca ocupada por la señora Runstable.
—La música es el alma del amor —afirmó la duquesa, sonriendo y elevando un brazo delicado al aire—. Dadme música, vamos.
—Cómo desearía saber cantar —suspiró Lord Aster, cogiéndole la mano y llevándosela a los labios.
—Conozco a alguien que toca como un ángel —habló Lord Brockehurst—, y que no está cansada de jugar a las charadas toda la noche.
Su Excelencia el duque se sintió incómodo al presentir lo que iba a decir y se removió en su silla mientras Sir Philip Shaw bostezaba delicadamente tapándose la boca con la mano.
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
RomantizmElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...