Capítulo 2 (Parte 2)

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Hans Andersen, Lord Brockehurst, había alquilado un coqueto piso de soltero en St. James Street durante su estancia en Londres, prefiriendo no alojarse con su madre y sus hermanas durante todo el ajetreo de la temporada londinense[3], aunque las visitó para contarles las novedades. Su madre comentó fríamente que no le sorprendían en absoluto. Siempre había sabido que Isabella acabaría mal.

Al principio, Hans no previó que se quedaría durante mucho tiempo. Isabella se había asustado tanto que había desaparecido de los alrededores de su hogar en Wiltshire. Y Hans descubrió cuando fue a la parroquia que ni siquiera había ido a ver al reverendo Krone. Debía de haber ido a Londres. Era el único destino que podría haber escogido. Se habría puesto a merced de su madre o de algún conocido, aunque no podía tener muchos en la ciudad. A lo largo de su vida no había pasado mucho tiempo lejos de casa, excepto los cinco años que había pasado en la escuela a la que la madre de Hans se había empeñado en enviarla para librarse de ella.

No había encontrado ningún rastro de ella, aunque había buscado durante más de un mes y había hecho un sinfín de preguntas. Y ya había descubierto que no había recurrido a su madre. Había sido una estupidez esperar que lo hubiera hecho.

Así que Hans había acabado adoptando medidas desesperadas. El hombre alto, flacucho y con la cara pálida que se encontraba de pie en su salón con las piernas separadas dos mañanas después de que Elsa se marchara de Londres, que llevaba un pañuelo no demasiado limpio y se mesaba incansablemente el cabello grasiento, era miembro de los Bow Street Runners, la policía urbana. Llevaban un rato hablando.

—Esto es lo que habrá ocurrido, créame, señor —le aseguró el señor Pitch Black. Se había negado a sentarse, explicándole que su tiempo era muy valioso—, estará escondida en los barrios más pobres y buscando empleo.

—Entonces la búsqueda será inútil —repuso lord Brockehurst—. Como la aguja proverbial en el pajar.

—No, no, no. —El agente levantó una mano para rascar la parte trasera de su cuello delgado —. Yo no diría eso, señor. Hay agencias. Como es una dama, habrá pensado intentarlo en una o varias de ellas. Sólo necesito una lista y ya puedo empezar. ¿Ha dicho que la buscaban por asesinato, señor?

—Intento de robo —le corrigió Lord Brockehurst—. Intentó huir con las joyas de la familia.

—Ah, menuda pieza está hecha, señor. Empezaré mi investigación sin más dilación y con toda cautela. La joven dama estará desesperada. La detendremos en un abrir y cerrar de ojos, puede estar seguro. ¿Puedo preguntarle qué nombres cree que puede adoptar?

Lord Brockehurst se puso a pensar en ello.

—¿Cree que habrá cambiado de nombre? —preguntó Hans.

—Si tiene un mínimo de sentido común lo habrá hecho, señor —explicó el señor Black—. Pero muy pocas veces la gente se inventa un nombre totalmente nuevo. Deme su nombre completo, señor, y el nombre de su madre, y los nombres de algunas de las criadas de la casa y los de las amigas y conocidas de la joven.

Lord Brockehurst empezó a darle nombres.

—Su nombre completo es Isabella Elsa Andersen. El nombre de su madre era Idun Menken, el de su criada personal, Anna Lee, y el de su mejor amiga, Rapunzel Krone.

—¿Y el de su ama de llaves, señor?

— Eudora Bayou

—¿Los de las abuelas de la chica?

—Arendelle por parte de padre —recordó—. Gerda, creo. Por parte de madre no lo sé.

—¿Y el de su mayordomo?

La perla secreta (Adaptación Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora