Después de todo, parecía que la buena fortuna iba a acompañarla. Puede que fuese a conocer un poquito del cielo para compensarla por otras experiencias recientes.
—La llevaría a dar un paseo por el parque —comentó el ama de llaves—, pero veo que está agotada, señorita Arendelle. Tiene que subir arriba y descansar un rato. Quizá Su Excelencia querrá hablar con usted más tarde y quizá quiera que conozca a Lady Arianna.
Elsa se retiró gustosamente a su habitación. Estaba un tanto abrumada por todo aquello, por los sucesos de los últimos dos meses, por la gran suerte que había tenido al encontrar un puesto como aquel cuando no había ido a la agencia de empleo durante una semana, por el descubrimiento inesperado de que el puesto no era en absoluto ordinario. El viaje había resultado largo y agotador.
Y aquella mañana había conseguido olvidarse de uno de sus grandes miedos: no estaba embarazada.
Sentada junto a la ventana de la habitación y disfrutando del paisaje pacífico que se veía fuera y de la suave brisa que levantaba las cortinas y le acariciaba las mejillas, pensó que en conjunto era mucho más afortunada de lo que podría haberse esperado sólo dos meses atrás.
Podrían haberla colgado. Todavía podían colgarla. Pero no quería pensar en ello. Hoy había empezado su nueva vida, y sería más feliz de lo que lo había sido en cualquier otro momento de su vida... desde que tenía ocho años.
Se quitó el vestido, lo dobló cuidadosamente y lo puso en el respaldo de la silla, y se echó encima de las mantas en camisa. Volvió a pensar en lo distinto que era de su habitación en Londres mientras miraba hacia el dosel cubierto de seda que había encima de la cama, observaba la pulcritud y la limpieza que la rodeaban y escuchaba solamente el silencio, a excepción del gorjeo lejano de los pájaros.
Cerró los ojos para dejarse llevar por una somnolencia dichosa, y lo volvió a ver: volvió a ver su rostro oscuro, angular y duro, la cicatriz lívida que le cruzaba la cara desde la altura del ojo hasta el mentón, inclinándose de nuevo sobre ella, con sus ojos oscuros y fríos mirando directamente a los suyos.
Le puso las manos encima, primero entre los muslos y en su rincón más secreto y luego por debajo. Y esa otra parte de él se abrió camino, abrasador e implacable, hacia lo más profundo de su interior. Sintió cómo la rompía en pedazos.
—Puta —le susurró—. No vuelvas a pensar en escapar a esa etiqueta. Eres una puta ahora y lo serás el resto de tu vida, por mucho que corras o por muy rápido que vayas.
—¡No! —Elsa meneó la cabeza en la cama, apoyó los pies con mayor firmeza en el suelo, y trató de zafarse de sus potentes manos para que no la penetrara tan profundamente—. ¡No!
—Esto no es una violación —insistió él—. Has venido a mí por propia voluntad. Te vas a llevar mi dinero.
—Porque me estoy muriendo de hambre —le suplicó—. Porque llevo dos días sin comer. Porque tengo que sobrevivir.
—Puta —susurró él otra vez—. Es porque lo disfrutas. Lo estás disfrutando, ¿no es así?
—No. —Ella se retorció para librarse de las fuertes manos que la sujetaban mientras se saciaba de ella—. No.
No. No. Ya no le quedaba nada. Ninguna dignidad. Ninguna intimidad. Ninguna identidad. Privada de su ropa. Con las piernas abiertas por sus rodillas y los poderosos músculos de sus muslos. Invadida hasta lo más profundo de su ser.
No. ¡No, no, no!
Estaba sentada en la cama, sudando, temblando. Era un sueño recurrente. El sueño que la atormentaba cada noche. Uno podría haber pensado que sería el rostro muerto de Weselton el que le vendría a la mente en cuanto dejara de controlar su conciencia, pero no era así. Era el del caballero con la cicatriz fea que se había cernido sobre ella, que le había arrebatado la última posesión que le quedaba por dar... o vender. Elsa se levantó cansinamente de la cama y se puso de pie ante la ventana para refrescarse la cara. ¿Acaso nunca lo olvidaría? ¿No se olvidaría de su imagen? ¿De cómo la había tocado?
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...