—Bienvenido a casa, Su Excelencia. —Jarvis saludó al duque haciendo su característica reverencia formal.
El duque de Ridgeway saludó a su mayordomo con la cabeza y le entregó su sombrero y sus guantes.
—La casa parece muy tranquila —comentó—. ¿Dónde está todo el mundo?
—Todos los invitados se han marchado, Su Excelencia —explicó el mayordomo—. La mayoría se marchó hace dos días.
—¿Y Lord Aster? —preguntó el duque.
—Se marchó ayer, Su Excelencia.
—¿Y dónde está la duquesa?
—En sus aposentos, Su Excelencia.
El duque se apartó de él.
—Dile a Alexandre que quiero verlo, y que preparen el agua caliente para un baño.
Mientras recorría los pasillos revestidos de mármol hacia sus habitaciones privadas, pensó que era un alivio salir por fin del carruaje. Le había resultado tan vacío y silencioso sin ella... Y no tuvo gran cosa que hacer durante el viaje excepto pensar. Y recordar.
El duque no quería hacer ninguna de esas dos cosas. Se daría un baño rápido, se cambiaría y se pondría ropa limpia, subiría a ver a Arianna y luego a ver a Toothie. Aster se había marchado sin ella. Y el duque se imaginaba que él volvía a ser el villano, al igual que la última vez.
Pobre Toothie. Estaba realmente afligido por ella, y sabía muy bien cómo se sentía: dolida, vacía, incapaz de convencerse de que la vida pudiera volver a traer felicidad alguna. A veces resultaba difícil saber con el corazón al igual que uno sabía con la cabeza que volvería a haber un motivo para reír otra vez.
—¿Dónde diablos está ese agua? —preguntó impertinente Su Excelencia a su ayuda de cámara al entrar por la puerta del vestidor.
—En algún lugar entre la cocina y aquí, señor —contestó Alexandre—. Si tira del nudo de esa manera lo único que conseguirá es atárselo más fuerte y no poder soltárselo. Déjeme que se lo deshaga como tiene que ser.
—¡Serás insolente! —se enfadó su Excelencia—. ¿Cómo has podido vivir esta semana sin poder mimarme como una maldita gallina clueca?
—Pues muy tranquilo, señor. La verdad es que muy tranquilo. ¿Le duele el costado?
—No, no me duele —respondió el duque impaciente—. Ah, por fin. —Se volvió para observar a dos criados que traían grandes cubos de agua hirviendo.
—Se lo frotaré de todos modos después de bañarse, señor. Siéntese y déjeme que me encargue de ese nudo o sólo se podrá cortar con un cuchillo.
El duque se sentó y levantó la barbilla como un niño obediente.
Estaba deseando bañarse, vestirse y subir arriba. Ver a Arianna. Sí, tenía muchas ganas de ver a Arianna. No había nadie más a quien quisiera ver. Ya no sentiría el antiguo deseo de subir, sentarse en la habitación de estudio y oírla hablar y convertir cada clase en una aventura. A partir de entonces sólo estaría Arianna.
Pero de todos modos estaba impaciente por subir dejando incluso de lado las ganas de ver a su hija. Puede que tuviera que demostrarse que Elsa se había marchado de verdad. Pensó que en ciertos aspectos era una muchacha afortunada: viviría en un lugar donde él nunca había estado y donde no habría fantasmas. Él en cambio tendría que entrar en el cuarto de juegos y en el cuarto de estudio, en la sala de música, en la biblioteca, en la galería alargada... en todos los lugares asociados con ella.
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...