Había sido una mañana frustrante. Elsa se había despertado con energía y esperanzas renovadas después de haber dormido bien. La lluvia había cesado, aunque el cielo seguía cubierto de nubes. Y recordó la visita de la noche anterior y sonrió al pensar que todavía tenía amigos.
Pero, al bajar a desayunar temprano, se dijo a sí misma que le debía quedar muy poco tiempo. Hans llegaría a casa en cualquier momento. Debía de haber adivinado que volvería a Heron House antes que a Londres. ¿O no? Puede que hubiese pensado que había huido otra vez, esperando que no la encontraran jamás. Londres sería el destino evidente si ese fuera el caso. Quizá la perseguiría hasta allí.
A no ser que se le ocurriera pasar por la oficina de la diligencia para averiguar el destino del billete que había comprado.
Annie se había ido, lo cual le molestaba. Había muchas preguntas en relación a las joyas que le habría gustado hacer a su antigua doncella. Pero no quedaba tiempo para lamentarse.
—Dingwall —le preguntó al mayordomo en el desayuno—, ¿adónde llevaron el cuerpo de Weselton para enterrarlo? —Y se ruborizó ante la necesidad de hablar tan abiertamente de un tema que debía de haber sido la comidilla de las habitaciones del servicio.
—No lo sé exactamente, señorita Isabella.
—Entonces averigüe quién lo sabe.
—No estoy seguro de que alguien lo sepa.
Dingwall nunca había sido el hombre más hablador del mundo.
—Alguien tuvo que acompañar el cuerpo. Y quizás alguien asistió a su funeral. ¿Alguno de sus amigos? ¿El propio Lord Brockehurst?
—Su señoría, sí, señorita. Flynn condujo el carruaje. Ahora está con su señoría.
—El cuerpo debió de ir por separado —especuló ella—. En carro, supongo. ¿Quién lo condujo?
—Yardley, señorita.
—Entonces tráeme a Yardley, por favor.
—Se ha ido, señorita Isabella. A Yorkshire, creo. Ha cogido un nuevo empleo allí.
—Ya veo. Supongo que si quisiese hablar con la persona que amortajó el cuerpo de Weselton y lo colocó en el ataúd, esa persona también se habría ido.
—Fue Yardley, señorita, con su señoría. Su señoría estaba bastante afectado por lo que había sucedido.
Elsa dejó la servilleta en la mesa. Había perdido el apetito.
En los establos escuchó la misma historia. Nadie sabía adónde habían llevado a Weselton para enterrarlo. Yardley se lo había llevado. Y Flynn había llevado a su señoría al día siguiente. Nadie recordaba que Weselton hubiese dicho jamás de dónde procedía.
Finalmente Elsa volvió a la casa y entró en el salón de día, que siempre había sido su favorito. A la prima Drizella nunca le había gustado porque afirmaba que el sol directo le provocaba dolor de cabeza. Y Anastasia no solía estar despierta por la mañana. Así que Elsa, dirigiéndose hasta la puerta y mirando en dirección a los cuidados parterres de flores y los setos bajos y recortados de los jardines, recordó que siempre había sentido como si la habitación fuese suya. Parecía que no lograba averiguar nada. Y lo que resultaba todavía más frustrante, que no sabía qué era lo que tenía que averiguar.
Se sabía casi toda la historia. Había matado a Weselton por accidente. Hans había hecho que se llevaran el cuerpo a su lugar de origen para enterrarlo. Hans también había colocado las joyas de la prima Drizella en su baúl y se había asegurado de que alguien descubriese que estaban allí. Aunque pudiese hablar con Annie, no podía hacer nada para demostrar que no las había puesto allí ella misma.
ESTÁS LEYENDO
La perla secreta (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...