El duque de Ridgeway volvió a caballo a Willoughby Hall un rato después, sujetando a su hija con un brazo por delante en la silla mientras escuchaba distraído su cháchara excitada. Deseó que Elsa fuese con ellos, pero apartó ese pensamiento de su mente. Era mejor que volviese a casa en su carruaje.
Realmente Elsa le hacia bien a Arianna. El duque siempre había logrado despertar la excitación infantil de su hija y siempre había intentado, cuando estaba en casa, llevarla a visitar a otros niños tan a menudo como fuera posible. Pero pasaba largos periodos de tiempo fuera de casa y siempre se sentía culpable al abandonarla. Jack pensó que no la habría amado más si fuese realmente su hija.
Elsa ayudaba a Arianna a seguir siendo una niña. Entre Toothie y la señora Fairygod la protegían demasiado. Y en las escasas ocasiones en las que Toothie se la llevaba, lo hacía para visitar a adultos, para que tuviera que quedarse sentada en silencio y pudieran hacerle cumplidos sobre lo que bien que se portaba su hija.
Elsa le hacía bien. Debería tener hijos propios.
Arianna estaba señalando la cicatriz del duque con un dedito y cantando en voz baja.
—¿Cómo salvaste el ojo, papá? —le preguntó.
—Alguien cuidó de mí.
—¿Dios?
—Sí, Dios.
—¿Y te hizo daño?
—Sí, supongo que sí. No recuerdo mucho.
Continuó cantando en voz baja mientras le pasaba otra vez el dedo por la cicatriz.
Jack se sentía culpable. Hubert había hablado brevemente con él cuando se marchaba.
—Parece que al final no existe el peligro inminente de que pierdas a tu institutriz, Jack —comentó.
Desde que había llegado, Su Excelencia no había dejado de buscar alguna señal de lo que había ocurrido. Habían estado solos en algún lugar justo antes de que llegara, pero sus expresiones y su comportamiento no habían dejado translucir nada durante el té.
—¿Has cambiado de opinión? —le preguntó el duque.
Su amigo hizo una mueca.
—Me han rechazado —respondió.
Hubert Dunbroch era su amigo. Deseaba que fuese feliz. Cuatro años atrás había perdido a una esposa a la que quería mucho. Elsa sería la perfecta esposa para él y una buena madrastra para sus hijos. Tendría que haberse entristecido al enterarse de que había rechazado a Hubert.
Pero lo que se sentía era culpable: había experimentado un arrebato de euforia. Y luego más culpable todavía. ¿Se había sentido obligada a rechazarlo por lo que Jack le había hecho y por aquello en lo que la había convertido? Por supuesto que sí.
Pero también había algo más: tenía que hablar con ella. Lo habría hecho aquella mañana, pero no había querido arriesgarse a hacer nada que estropeara un día tan esperado para Arianna. Tenía que hablar con ella al día siguiente.
—¿Mataste a alguien, papá? —preguntó la niña.
—¿En las guerras? Sí, me temo que sí. Pero no estoy orgulloso de ello. No puedo evitar pensar que esos hombres tenían mamás y quizás esposas e hijos. La guerra es algo horrible, Arianna.
La niña apoyó la cabeza contra su pecho.
—Me alegro de que nadie te matara, papá.
El duque la aferró a él con un brazo.
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...