El duque de Ridgeway había dejado su carruaje en la posada del pueblo y había continuado a caballo hasta Heron House. No tenía ninguna información de valor para comunicar. Tanto el dueño de la posada como sus clientes habían conocido a Weselton. Ninguno de ellos sabía de dónde era y dónde se lo habían llevado para enterrarlo. Un hombre había declarado que era de Londres, pero un coro de voces mostró su desacuerdo burlándose de él. Según parecía, Weselton no tenía acento cockney.
La charla sobre el ayuda de cámara había llevado inevitablemente a hablar sobre Elsa y su extraño e inesperado retorno. Nadie parecía creerse que fuera culpable. Su Excelencia concluyó que se tenía a Weselton por un cliente nefasto, y el propio Brockehurst tampoco estaba muy bien considerado.
La inminente declaración y la retirada de todos los cargos en contra de la chica no harían sino confirmar con creces lo que la gente ya sabía.
El duque deseó haber encontrado la información que Elsa quería. Le habría gustado conseguirla, saber que ella podría ir a ver la tumba y dejar por fin atrás la pesadilla de los últimos meses. Querría volver a pensar en ella y saber que al menos estaba en paz consigo misma y con el mundo.
El mayordomo de Heron House le dijo que no estaba en casa. Y el duque no sabía si realmente no estaba en casa o si se había negado a verlo. En cualquier caso, pensó que no tenía sentido insistir. No tenía nada que contarle y por lo tanto no tenía motivos para verla. Debería marcharse sin más dilación.
—Hágame el favor de decirle a la señorita Andersen que no he sido capaz de averiguar la información que deseaba —dijo el mayordomo, tras decidir que no esperaría.
Se iría a Londres. Allí es donde debía de haber ido Brockehurst. Resultaría fácil localizarlo y asegurarse de que no se retrasaba en aclararlo todo. Y trataría de lograr que se llegara a algún acuerdo respecto a Elsa hasta su veinticinco cumpleaños. También interrogaría al cochero de Brockehurst para poder enviarle a Elsa los detalles de la ubicación de la tumba de Weselton. Y luego se dirigiría a casa, a Willoughby, dejando a Elsa Andersen totalmente fuera de su mente y de su vida. Dedicaría sus energías a ser un buen padre. Y quizá pudiese llegar a establecer algún tipo de relación pacífica con Toothie. En cualquier caso, lo intentaría. Se había decidido. Pero todos sus propósitos se tambalearon al alejarse de la casa y encontrarse a Elsa en una curva del camino. Llevaba ropa de montar y un sombrero de terciopelo negro, un color que quedaba bastante llamativo en contraste con el rubio de su cabello.
—¡Ah! —exclamó ella—. Me ha asustado.
—Buenos días, Elsa. Acabo de volver de visitarla. Me temo que no tengo buenas noticias, pero espero poder enviarle algunas. Me voy a Londres y planeo hablar con el cochero de su primo.
—Se trata de Wroxford. Anoche se le escapó a mi doncella. Al parecer todos los criados han recibido órdenes de mantener la boca cerrada ante mí.
—¿Wroxford? ¿Dónde está eso?
—A unos cincuenta kilómetros. Frederick dice que estoy loca por querer ir allí, supongo que tiene razón. Pero debo ir.
—Sí, lo entiendo. —Y el duque observó la habilidad con la que Elsa contenía a su caballo juguetón y vio lo animada que estaba. ¡Se la veía tan hermosa y tan vital, y tan distinta de cuando la vio por primera vez!—. ¿La señorita Krone y él van a ir con usted?
—Ah, no, Rapunzel tiene que atender escuela. Ya se tomó el día libre ayer por mí. Y Frederick no puede venir. Sería inadecuado.
—¿Pero la deja ir sola? ¿Acaso no es eso mucho más inadecuado?
—Pero, para ser justos —aclaró ella, sonriendo—, no es que él me deje hacer algo o no me deje. No tiene ningún derecho sobre mí.
—¿Y usted va ir?
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La perla secreta (Adaptación Jelsa)
Roman d'amourElsa ha caido lo mas bajo a lo que puede llegar una joven bien educada como ella en la Inglaterra victoriana. Obligada a vender su cuerpo en las calles, se entrega a un hombre en una sordida posada, un caballero apuesto y de espiritu atormentado. Pe...