Katniss

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No tengo un puñado de grandes recuerdos de mi infancia.

Había demasiadas reglas. Demasiados reglamentos. Demasiadas miradas de desaprobación de mi padre y no suficiente apoyo o carácter de mi madre.

Vivíamos en Loveless, un pequeño pueblo de Texas con un nombre dolorosamente preciso. Era la hija del ministro, y si eso no venía consuficientes expectativas inherentes, el hombre que era amado por detrás del púlpito, pero un tirano en nuestra casa, las amontonaba incluso más alto. Estaba destinada a ser tranquila, obediente y convencional. El problema era... que nunca fui así.

Cuando tenía nueve años, convencí a mi mamá de que me dejara probarme en un equipo de baile muy exclusivo. Anhelaba algo diferente, algo que haría el día a día menos angustiante. Estaba tan orgullosa y emocionada cuando entré al equipo, solo para que mi padre me dijera que bailar no estaba permitido y ninguna hija suya iba a hacer un espectáculo de sí misma. No lo permitiría. Fue como era todo en mi vida y mi mamá nunca parecía dispuesta a tomar una posición y desafiarlo, incluso si eso significaba darle a su hija algo que deseaba tan desesperadamente. Cualquier cosa que fuera en contrade los deseos de mi padre o fuera considerado inapropiado y vergonzoso era pateada hacia la acera, junto con cualquier sentido de unicidad y placer.

Mis padres querían meterme en una caja demasiado pequeña, pintada de blanco y atada con un lazo de tradición. Nunca sería lo suficientemente buena.

Era una situación que se agravaba aún más por el hecho de que mi hermana menor era la niña de los ojos de mis padres. La perfecta chica dorada. También amaba a Poppy con todo mi corazón. Era gentil y amable, pero también era dócil y obediente, lista para saltar cada vez que mi padre ladrara una orden.

Nunca iba a ser perfecta y obediente como mi adorable hermana pequeña. No tenía planes para poder terminar como una feliz ama de casa como mi madre. Y estaba segura como el infierno que nunca iba a encajar en el molde convencional de la mujer mexicana tradicional como mi padre tan desesperadamente quería que fuera. Así que a los nueve años, decidí que haría mi propio camino. Vi una luz al final del túnel, solo tenía que ser paciente.

Cuando llegó el momento, me liberé. Salí al camino con exactamente el tipo de chico que mi padre odiaba. Apenas tenía dieciocho años, no era realmente mayor, pero tenía que salir. Tenía que huir... simplemente no veía otra manera de sobrevivir. Hui de Loveless, sacudiendo el polvo de mis botas y nunca mirando hacia atrás.

Tengo muy pocos arrepentimientos por las decisiones que tomé en ese entonces. Hasta el día de hoy soy una mujer que defiendo mis decisiones, buenas o malas. Soy independiente. Soy de carácter fuerte. He hecho mi propio camino en la vida, y he sido, hasta el momento, extremadamente exitosa en ello. Ha habido momentos en que tropecé. Ha habido momentos que me quedé sola en la oscuridad y quise llorar. Hubo momentos de tranquilidad que se colaron en mí para recordarme que mis padres no eran las únicas personas de las que hui, en ese pequeño pueblo de Texas. Pero en general, he tratado de aceptar la plena responsabilidad de mi felicidad y bienestar y era la forma en que me gustaba.

Todavía mantenía contacto con mi hermana, Poppy. Éramos cercanas a pesar de que se había casado hace algunos años con un hombre que no era demasiado afectuoso. Ella aún vivía en Loveless. Tan profundo era mi odio por ese lugar y los recuerdos que viví allí, que ni siquiera pude asistir a la boda de mi hermana, que por supuesto había tenido lugar bajo la atenta mirada de mi padre en su iglesia. Me gustaba mudarme, por lo que Poppy podía visitarme y tener una idea de cualquier gran ciudad que estuviera llamando hogar en ese momento. Sus visitas se habían vuelto mucho más escasas en los últimos años y ahora solo podía ponerme en contacto con ella de vez en cuando para una breve charla en el teléfono.

Peeta Mellark (EVERLARK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora