Katniss

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Mi adrenalina estaba fallando. En parte por la falta de sueño y él excesivo ejercicio en el gimnasio, pero sobre todo por ser quemada viva de dentro hacia afuera por Peeta. Sabía que una vez que me dejara estar lo bastante cerca como para tocarlo, no iba a ser capaz de detenerse. Había algo acerca de él, algún tipo de señuelo que tiraba de mí cuando estaba a su alrededor contra el que era demasiado difícil luchar.

No era muy tímida, pero tampoco era del tipo que metía la mano en los pantalones de un chico e iba por el oro. Peeta me empujó contra todos mis límites, me hizo olvidar que habría consecuencias en mis acciones, y me amé cada momento de ello. Me encantaba que cuando estaba lo suficientemente cerca de él como para respirarlo, era todo lo que podía sentir, y me encantaba la forma en que sus relucientes ojos ámbar parecían ver todo lo que estaba tratando tan duramente de ocultar. Eran lo suficientemente calientes como para derretir el metal más duro y yo estaba lejos de estar forjada de acero y hierro en este momento.

Me sentía como si estuviera hecha de papel y pelusa. 

Tenía toda la intención de simplemente dejarlo en el hospital y volver a casa a intentar dormir. El trayecto hasta el hospital fue en absoluto silencio y pude ver la forma en que los músculos de su mandíbula cincelada se iban abriendo y cerrando a medida que nos acercábamos. No estaba segura de si tenía que ver conmigo o con la nueva inminente adición, pero estaba claro que estaba perdido en su propia cabeza y no me estaba permitido entrar. Fuera lo que fuera en lo que estaba reflexionando no lo hacia demasiado feliz. Podría decirse incluso en la oscuridad del auto, que sus ojos cambiaron del color dorado normal a un marrón más oscuro y pesado. 

Me detuve frente al enorme edificio médico y esperé a que saliera. No iba a decir nada, pensando que me había metido en bastantes problemas para una noche, pero él ladeó la cabeza hacia un lado y se giró en su asiento para mirarme de forma interrogante.

 —¿No vienes?Mis manos se cerraron involuntariamente alrededor del volante y parpadee con confusión. 

—¿Por qué debería hacerlo?Era cercana a Saint y realmente me gustaba Nash, que era más o menos el tipo más simpático que conocía, pero apenas conocía Anne, y a la esposa de Rome, Cora, que me asustaba de muerte. Me llevaba bien con Salem, su actitud de no aguantar mierda era impresionante, y me gustaba que siempre dijera lo que pensaba. Además, cuando su hermana había sido secuestrada, yo fui la primera persona a la que se dirigió y se creó un vínculo duradero entre las dos. Pero estaba bastante seguro de que Ayden iba aaparecer en cualquier momento, y realmente no quería estar cerca cuando ella lo hiciera. Sí, me había pedido disculpas por perder los papeles y ser una perra fría cuando descubrió que fui yo quien había detenido a Peeta, y creo que lo decía en serio, pero yo no tenía planes de ir y hacer una situación feliz, algo incómoda. No la había visto desde el día que sacó a Peeta de la cárcel, y no tenía prisa por encontrarme con ella. Especialmente si no podía esconder la forma en que me sentía por su problemático hermano.

Sabía por instinto que ella no lo aprobaría.

 —¿Por qué no lo harías? —Su acento era tan suave, tan suavemente aterciopelado, que me envolvió a su alrededor. Solo quería que por siempre me susurrara cosas en la oscuridad. 

—Soy amiga de Saint y adoro a Nash, pero esto es algo grande, algo que compartes con la familia. No soy parte de eso. Él solo me miró y luego gruñó:—Ve a estacionarte. Iremos juntos. 

Negué con la cabeza. 

—No, no iremos.

Vi como el fuego se encendió en el fondo de sus ojos y que cambiaban de nuevo a su embriagador color whisky. 

—Bien. —Se acomodó en el asiento, cruzó los brazos sobre su pecho, y levantó una ceja rubia arena hacia mí—. Si tú no subes, entonces yo tampoco. Me puedes llevar de regreso al Bar. Di un grito ahogado y entrecerré los ojos hacia él. 

Peeta Mellark (EVERLARK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora