Peeta

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Le había dicho a Gale meses atrás, cuando estaba luchando por poner en orden sus sentimientos por Salem, que los hombres que se sacrificaban, que se rendían por el bien de otros, merecían cada pedacito de felicidad que el mundo viera a bien poner a sus pies.

Había tenido a Katniss simplemente por un minuto, una fracción de segundo, pero era un tiempo que me importaría más que todos los años y décadas que había desperdiciado siendo un bastardo egoísta e imprudente. Lo que ella habría creado en mí era mucho más poderoso y duradero que todas las cosas que había destruido por mi cuenta. Por una vez había hecho lo correcto sin pensarlo, sin aferrarme al camino fácil y superando a la mentira.

No hubo instinto de fingir, simplemente estuvo el deseo de proteger a la chica que sabía que amaría para siempre. Ella me vio, todo de mí, y ninguno de los rostros que usé la asustaron. Por esa razón nunca le dejaría saber que su madre, el único padre que tenía, la mujer que la haría criado y amado, también me había propuesto sexo. 

Yo sería el chico malo en este escenario, en el que en última instancia no había hecho nada malo y había salvado a Katniss de lidiar con el dolor que esa peculiar revelación sin duda le hubiera causado. Podía ser un héroe por una vez, incluso si ella no sabía que eso era lo que estaba haciendo.

Era gracioso. Me tomó romper mi propio corazón y alejarme de la único que había querido realmente alguna vez, el finalmente ser capaz de ver que había dejado atrás al chico que siempre había sido antes. 

Katniss me había llamado cada noche desde que terminé nuestra relación en casa de su mamá. Nunca dejó un mensaje de voz, nunca me envió un mensaje de texto o se presentó en el Bar, pero cada noche que sabía que no estaba en el trabajo, me llamaba y me quedaba mirando el teléfono, luchando conmigo mismo por no responder. 

Sabía que estaba sufriendo, confundida y perdida. Nash había pasado a reprenderme. Incluso la tranquila y tímida Saint había pasado por el Bar para hacerme saber que pensaba que era un idiota y un imbécil. No me defendí, no podía explicar por qué tuve que alejarme de Katniss, incluso cuando recién me había dado cuenta que era lo que quería para siempre. Así que simplemente escuché los ataques verbales, dejando que todos pensaran lo que quisieran, incluso Rome, quien sentía como si su trabajo fuera interrogarme y decirme el obviamente horrible error que estaba cometiendo. 

Los desanimé, les dije a todos que estaba condenado desde el principio, y que no podía creer que nadie se sorprendiera de que mi relación con la hermosa policía se hubierabestrellado y quemado. Les dije que ella quería demasiado, que conocer a su mamá y fingir ser un chico normal en una situación de relación normal era demasiado para mí. No estaba hecho para ella. Les afirmé a todos que cuando se había vivido una vida como la mía, las cosas buenas no eran parte de la ecuación, y esas palabras tendían a callar a todo el mundo.

 Había demasiadas preguntas con respuestas que no podía dar, así que eventualmente dejaron de hablar de ella por completo y los chicos entendieron la indirecta y me dejaron solo en ello. No estuve sorprendido en lo absoluto cuando recibí una visita de un enorme colega con un enorme yeso en la pierna, moviéndose como un hombre de noventa años, excepto que llevaba un ceño feroz que era suficiente para atemorizar a un hombre. Sabía que estaba aquí por ella y no lo podía culpar por el hecho de que lucía como si quisiera sacarme los intestinos por mi nariz.

Había conocido a Dominic Voss en otra ocasión, mientras me estaba arrestando. La mirada en su rostro mientras cojeaba dentro del Bar para confrontarme era cien veces más feroz de lo que había sido esa noche. Incluso en una sola pierna y obviamente con mucho dolor, Dom no parecía un tipo con el que alguien quisiera cruzarse. Cuando se irguió en el lado opuesto de la barra y me miró, lo único que pude hacer fue mirarlo y esperara ver qué tenía qué decir.

Peeta Mellark (EVERLARK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora