Peeta

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Las bolas de billar chocaron con un fuerte clap y rodaron sinrumbo a través de la mesa. Ni una sola, de un solo color orayada, encontró su camino en un hueco. Me apoyé en el tacode billar que planté en el suelo y miré a la mesa. 

—Hombre, estás oxidado.En más de un sentido. Solté un bufido y miré al otro lado de la mesade billar a mi mejor amigo, Jet Keller. Él no se encontraba mucho en la ciudad.Él se encontraba por lo general fuera convirtiendo a prometedoras bandas enestrellas de rock u ocupado jugando a ser estrella. Era rara la noche queestaba en casa y no con su muy bonita esposa. Normalmente estaría deacuerdo con un tiempo de hermanos con Jet, pero como él dijo, yo estabaoxidado. 

Estiré la mano detrás de mí y agarré la botella de Coors Light quehabía dejado sobre la mesa en forma de bota. La cerveza normalmente era larespuesta a todos los problemas de mi vida, pero para las cosas que pasabanen mi mente, las cosas que me mantenían despierto toda la noche, no haycantidad de cerveza que pudiera acallarlas. Cambié mi peso sobre mis pies yvi como Jet hundió casi todos y cada uno de sus tiros. No tenía ni idea de cómose las arreglaba para inclinarse sobre la mesa y tirar sin que sus pantalonesse rasgaran por la mitad. Yo le decía que si alguna vez quería tener hijos mejorcomprara algunos Levis; era una vieja broma entre nosotros. Me sentía malpor las bolas del tipo. 

 Conocía a Jet desde hace años y estaba acostumbrado a su estilorockero. Se ajustaba a quién era. Se ajustaba a su personalidad. Él rockeabadentro y fuera del escenario. No obstante, no lo hacía en el destartalado barde mala muerte al que lo había arrastrado. Evitaba el bar más cercano a latienda de tatuajes porque no tenía intención de encontrarme con mi nuevacompañera de trabajo.Ya era bastante duro verla día a día en la tienda. Era una lucha horaa hora guardar las nueve millones de preguntas que querían volar fuera demi boca. Quería saberlo todo, quería todas las respuestas, pero sabía queaunque las tuviera no compensaría el hecho de que ella me había fallado hacetodos esos años. Así que me quedé tranquilo. Mantuve mi boca cerrada y salíde mi rutina para no mirarla, para no hablar directamente con ella, y segurocomo la mierda me aseguré de no estar donde creía que podría estar fuera deltrabajo. 

Mis tácticas de evasión significaban que el bebedero de la tienda seencontraba actualmente fuera de los límites, así como el bar, el destartaladobar de mala muerte era operado por un amigo cercano. Esos eran los únicosdos lugares que frecuentaba con mis amigos y el resto de la pandilla de latienda de tatuajes, así que tenía sentido que esos serían los lugares en los que Katniss podría aparecer. Así que, arrastré el culo de Jet a un lugar que parecíaque no había sido limpiado desde que Colorado experimentó la fiebre del oroy en el que cada par de ojos sospechosos se encontraba sobre nosotros. 

—Ha sido un extraño par de semanas.Jet arqueó una ceja negra y me hizo señas para que ordenara lasbolas.—¿Eso tiene algo que ver con la nena de las Vegas?Sentí que mis hombros se tensaban involuntariamente. 

—Tal vez.Me tomé mi tiempo ordenando las bolas de colores en el triángulo, ycuando terminé, me puse de pie y me apoyé en la mesa con las manosapoyadas en el borde. Mis nudillos tatuados casi se volvieron blancos bajo lapresión. Ese era el problema de tener un grupo de amigos muy unidos que sustituían a tu familia. Los asuntos de cualquiera estaban fuera de los límitesy todo el mundo quería meter sus dedos en el lío y tratar de ayudar.Entrecerré un poco los ojos hacia él mientras pedía otra ronda decervezas a la camarera que parecía hacer esto desde el vientre materno."Demacrada" ni siquiera empezaba a cubrir su aspecto cansado, y eso memolestaba. 

Si no estuviera un poco maniatico podríamos haber estado en elbar, donde Dixie era la camarera. Ella era una muñeca. Una pelirroja conactitud tolerante y una sonrisa brillante. Ella también pasaba tiempo decalidad desnuda conmigo y no esperaba nada a la mañana siguiente, así queeso hacía el hecho de que recibiera un gruñido de Betty, la muy propiacamarera del Diablo, aún más agravante.Le espeté a Jet:—¿Qué has escuchado?Él me sonrió en la manera que tenía que hacerme saber que estabasiendo un imbécil. Yo no me irritaba fácilmente. No le veía el sentido. Las cosassiempre tenían una manera de solucionarse solas y cuando las personastrataban de cambiar el resultado se volvían todo un desastre. Firmementecreía que lo que estaba destinado a suceder sucedería y no había manera decontrolar el resultado.Le dio la propina a la camarera y tomó las cervezas y me entregó una. 

Peeta Mellark (EVERLARK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora