Tomás G.
Eran las seis treinta de la mañana y Tomás bajaba del apartamento que compartía con la abuela Luisa. Ahora él se podía dedicar únicamente a su pequeña compañía de consultas a inmigrantes. Su empresa seguía creciendo y además empezaron a atender también problemas con exportaciones e importaciones, asesorando como debían hacerse esos tramites ante las oficinas respectivas, sobre todo los tramites de cavas y contenedores en el puerto.
Si, la estrella de la fortuna lo sonreía por primera vez, incluso estaba pensando en contratar un par de personas más para ayudar, pero la oficina de Martina no tenía capacidad para más escritorios, los locales vacíos en el piso no los estaban alquilando; y él no quería mudarse a otro sitio. Ese lugar era ideal, estaba viviendo a apenas dos cuadras de la oficina; y era una zona comercial céntrica, a pocas manzanas del casco histórico, de las playas y de la marina de yates y cruceros. Si bien desde donde estaban no se veía la costa, bastaba caminar unas cuadras para alcanzar el boulevard que separaba las playas de los edificios costeros y de los grandes restaurantes, clubes y bares que hacían de la noche en San Alba uno de los pocos atractivos para residentes y turistas.
Como todas las mañanas desde hacía tres meses, justo cuando terminó toda la locura de Ariel y Claude, y su especie de 'contrato' con el hombre culmino; él inicio su entrenamiento. Después de lo ocurrido con aquel desgraciado no se iba a arriesgar a que lo volvieran a golpear e intentar violar, no podía seguir siendo un debilucho. Miró desde las escaleras de la entrada al edificio, se acomodó los zapatos deportivos y empezó a trotar por aquellas calles que apenas empezaban a tener peatones. Había descubierto que le gustaba eso, era una hora de trote suave en las cuadras del lugar antes de regresar a bañarse en casa para salir al trabajo. Se había inscrito en un gimnasio en las noches y empezó a realizar maquinas tres veces por semana; las otras dos tomaba cursos de defensa personal, y los sábados temprano sustituía el trote por un entrenamiento en la piscina pública cercana.
Las primeras semanas se sintió todo engarrotado, nunca antes había hecho algo así; pero luego, a las pocas semanas, vio como su cuerpo empezaba a mostrar definición de músculos y a marcar la plancha de lavar en los abdominales. Sus brazos dejaban de ser dos espaguetis delgados y propios de niños para tomar el aspecto de un hombre. Y le gustaba lo que estaba viendo reflejado en aquellos espejos de pared a pared del lugar.
Era tiempo, definitivamente era tiempo de ver si conseguía a alguien, quizás una pareja para ir al cine, salir en las tardes, y por que no, tener algo de sexo. Luego pensó y comprendió que no sabía como ligar. Lo intentó un par de veces en uno de esos bares cerca de la playa, pero salvo por tomarse un par de tragos, no supo como hacer más nada. Vio como las mujeres entraban, como los tipos las saludaban, y luego tras una charla y algunas risas salían juntos. Lo intentó, pero no sabía que decir; hizo el ridículo un par de veces y cuando vio la mirada de lastima que las chicas le daban en respuesta y se les volteaban, entendió que eso no era lo suyo. Lo intentó en un bar nuevo, el Geko Rosa; pero aquel ambiente de sólo chicos fue peor. No tenía la más puta idea de como insinuarse a un tipo, y los que se le insinuaron a él, bueno prefirió salir corriendo.
Finalmente comprendió para su adentros que necesitaba ayuda y llamó a Ariel. Este le dio la dirección de la oficina matrimonial que él había usado y le indicó que hablara únicamente con Doña Kassandra, que le indicara que iba de parte suya. Él recordaba a la mujer de cuando a Paúl lo hirieron y ella estuvo en aquel centro medico ayudando. Cuando regresó de su trote matutino, se baño y se cambió de ropa, le dijo a la abuela Luisa que esa mañana él tenía que ir a resolver un asunto privado, que no sabía si podría ir a la oficina en todo el día y poco después salió.
Era el séptimo piso, subió y entró.
—Buenas, ¿tiene cita?; —preguntó una joven, Ana, marcaba su carnet de identificación.
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Thomas & Tomás - Serie: Agencia Matrimonial - 03
De TodoHan pasado casi cinco años de la muerte de Eva; pero Thomas Lyon no logra olvidarla. Su tía le sugiere hacer como ella hizo con Adán, usar la Agencia Matrimonial de su amiga para conocer a su alma gemela. Hay sólo un problema, él no cree que pueda e...