Capítulo XI

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Thomas L.

Thomas se estiraba en la cama. Había sido una noche agotadora. Después de la visita del padre y el saber que estaba justo en la habitación de al lado, bueno eso lo estimulo aún más. Pese a los reclamos y protestas de Tomás, incluso su torpe intento de ahogarlo con aquella almohada. Y parecía que su deseo aumentaba en proporción a la excitación que le provocaba fastidiar al vecino, y no se molestó el resto de esa noche en siquiera cerrar aquella puerta, para estar seguro que escuchara todo y en estéreo.

Tomás se movió al otro lado del espectro, y los golpes que toda la semana de Luna de Miel lograban inflarlo y ponerlo duro, esa noche no obraron aquel efecto milagroso. Thomas lo folló por casi otra hora más sin parar, y se corrió dentro otra vez. Tuvo que finalmente detenerse cuando entendió que Tomás abajo lloraba de verdad. Ya no aguantaba el ritmo el pobre.

No vio al otro en la cama y supuso que estaría en el baño. Se levantó y entró, pero nada. Tras una rápida meada, agarró su bata de levantarse y salió. Revisó las habitaciones arriba, no había nadie; incluso inspeccionó la habitación del padre, para confirmar lo dicho por el hombre. Se notaba que había estado de mudanza, y al entrar a su baño privado comprobó que habían obras trabajándose. El viejo sabía montar sus mentiras, no le cabía duda. Sonrió.

Bajo al primer piso y se encontró en el comedor a su padre, quien estaba bebiendo su café de la mañana y se había servido el desayuno que doña Ignacia le había dejado preparado la tarde anterior. Él buscó en la nevera y extrajo el pan rebanado y algo de queso; y se sentó a acompañar a su padre mientras se servía una taza de café de la maquina coladora.

—Buenos días papá, —dijo Thomas. —¿Has visto a Tomás?

—Buenos días, —dijo el hombre sonriendo. —Lo que supe por Igor es que C.R. salió corriendo esta mañana antes incluso que el sol saliera, llevaba un bolso de mano y apenas el chico le abrió el portón, se subió en un taxi que pasaba. Bien al parecer las apuestas de cincuenta, cincuenta que terminan antes del primer mes van a ser las ganadoras.

—¡IGOR!, —gritó Thomas levantándose y abriendo la puerta al patio posterior. El chico llego corriendo.

—Diga señorito Thomas, —dijo el chico con una sonrisa en la cara.

—¿Has visto a mi esposo?

—Salió esta mañana temprano.

—Ya lo se, ¿dijo para dónde iba?

—Algo de entrenar en un gimnasio y que luego se iba de ahí mismo al trabajo.

—Gracias Igor.

Tras eso cerro la puerta y volvió la mirada al padre.

—¿Te diviertes verdad?, —lo miró con una sonrisa torcida en la cara.

—No te imaginas cuánto, —dijo Arthur sonriendo de oreja a oreja.

—¿Y supongo que averiguaste anoche lo que querías saber?

—¿Qué tú estas arriba y C.R. abajo?

—¿No era eso lo qué te preocupaba?

—Con el apodo bastaba, pero los gritos que dabas antes lo confirmaban, no tenía necesidad de ver las porquerías que estaban haciendo.

—¿Entonces?

—No eres el único en esta casa, y algunos trabajamos, mira que tu marido salió apenas fueron las seis de la mañana y yo..., —miró su reloj; —...en menos de veinte minutos tengo que salir; vago.

—¡Oye!

—A una cosa, debo reconocer cuando los vi que definitivamente eres hijo mío, tenemos el mismo buen tamaño en el  equipo, —dijo señalando el hombre la entrepierna. Thomas sonrió mientras agarraba su taza con café. —Lastima que tenemos gustos por agujeros distintos; —soltó la risa Arthur.

Thomas & Tomás - Serie: Agencia Matrimonial - 03Donde viven las historias. Descúbrelo ahora