Capítulo XVII

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Thomas L.

Ya era media mañana cuando Thomas entró en la casa tras salir de su reunión con el abogado de divorcios. Tenía razón aquel hombre, no se lo dijo directamente, pero le dio a entender que era bien idiota por divorciarse sólo porque su padre le gustaba jugar bromas a Tomás. Claro que aquel abogado no entendía el grado de retorcidos juegos que su padre hacía.

Cuando iba de regreso a la casa sólo pensaba en las palabras de doña Kassandra resonando en su cabeza: «Y lo hice, lo encontré, ... que usted no tenga el valor para reconocerlo o la fuerza para luchar por ello, eso no depende de mi». Y tenía razón la mujer, él no tuvo la fuerza para luchar por ello; basto tan sólo que su padre empezara con sus maquiavélicos juegos para que él soltara la toalla y saliera corriendo a pedir el divorcio. Pero le costó entender que su problema no era con Tomás, y que iba a tener que hablar muy seriamente con su padre; claro que así como Adán con su madre, él poco podía hacer contra el terrible Arthur Lyon. Cuando al hombre se le mentía algo entre ceja y ceja, nada le hacía cambiar de idea, cayera quien cayera si se atravesaban en su camino.

Para su sorpresa se encontró que Tomás se había marchado esa mañana; así como él salió, el otro agarró sus cosas y se largó. Y como siempre que necesitaba urgente hablar con Tomás, él apagaba el teléfono. Tenía que hablar con él al respecto de esta mala costumbre, los teléfonos siempre deben estar cargados y listos para recibir o enviar cualquier mensaje y llamada.

Corrió veloz a la oficina del chico. Subió corriendo aquellas escaleras y entró sin hacer caso mientras empujaba al publico que esperaba afuera en una cola.

—Tomás, Tomás, —gritó.

—Deje los gritos jovencito, —dijo la anciana Luisa.

—Tomás no está aquí, —completó Martina saliendo de su despacho.

—¿Dónde está?

—No lo se, —dijo Luisa preocupada. —Esta mañana trajo sus cosas a mi casa y luego se marchó.

—Y si lo supiéramos tampoco se lo diríamos, —completo Martina.

—Por favor, —suplico Thomas, con los ojos aguados.

—Es la verdad, no nos dijo para donde iba, —repitió Luisa.

Y esa mujer no mentía, su rostro preocupado decía la verdad.

—Si lo ven, o llama, por favor, lo estoy buscando, necesito urgente hablar con él.

—De tu divorcio, bastaron apenas dos días en tu casa para que salieras corriendo a pedir el divorcio, —reclamó Martina.

—Usted no entiende.

—Soy mucho mayor que tú, he vivido y visto mucho más cosas de lo crees; tú sólo eres un niño mimado que cuando el juguete ya no lo divertía, simplemente lo descarto, eso eres tú, Thomas Lyon. Y como pudiste comprobar Tomás no está, tenemos trabajo aquí y hay ahora menos personal, así que termina de salir, —completó Martina empujándolo hacia la salida.

Thomas salió pero se quedó ahí parado afuera, esperando algo. Vio como el publico entraba y salía de aquella oficina. Hasta que fueron las doce y la anciana salió, iba a comprar comida para traer, Martina se quedaría atendiendo al publico que llegaba todavía. La anciana lo vio esperando.

—No está aquí hijo, —repitió la mujer.

—Lo se, —respondió Thomas lloroso.

—No sabemos para dónde fue, —repitió Luisa.

—Lo se.

—¿Entonces?

—No tengo idea de por dónde empezar a buscarlo.

Thomas & Tomás - Serie: Agencia Matrimonial - 03Donde viven las historias. Descúbrelo ahora