Capítulo 17

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¿Qué está haciendo el señor G a esta hora de la mañana? es la tercera vez que me escondo de él mientras limpio.

Lo he hecho a mi hora correspondiente en diferentes pisos y lo he visto en todos ellos. Si no estuviera cuerda diría que quiere encontrarme por aquí.
Lo dudo mucho

—¿Te encuentras bien, Cinder? —Pegunta el
señor Clay.

—Sí, señor Clay.

—El otro día no pude felicitarte por cumpleaños.

—Me la pasé genial con mi familia y amigos.

—Es bueno saberlo. Te mereces algo así y más. Mi esposa ha enviado saludos y me recordó de invitarte una tarda, así que he comprado una para la hora del almuerzo.

—No tiene que molestarse, señor Clay.

—Tonterías, es una buena excusa para compartir.

Termino mi día como de costumbre y me despido del señor Clay. Como es habitual en tres veces a la semana, trabajo en un café para ricos, el Le Dome. Me gusta llamarle así porque es un café en donde jamás verás
entrar a alguien común. Sólo ejecutivos o sirvientes de ejecutivos vienen a este café o se sientan a tomarse uno.

Merit, mi jefa y además dueña del café, es una en un millón. Puede darse el lujo de atender a sus propios clientes, o en sus propias palabras “De primera calidad” a pesar de ser la propietaria del lugar le gusta atender a sus propios clientes y ser una buena compañía.

Trabajo para ella tres veces por semana o en eventos especiales, el resto de los días otra chica viene en mi lugar.

—Mataré al próximo que entre por esa puerta con el mismo traje y pida el mismo café de siempre—Se queja Merit. No la culpo. He preparado el mismo late durante la última hora. Y también he visto el mismo traje
negro de marca.

—Bueno, es mejor a que no entre nadie—Le digo, mientras termino de limpiar algunas tazas y poniéndolas en su lugar.

—Me retracto lo de matar—Dice por lo bajo, lo que me da la impresión de que alguien ha entrado luego de escuchar la campana de la puerta—Y ése definitivamente es un traje caro.

Me rio por lo bajo. Hasta que me doy cuenta que Merit no atiende el cliente. Siento que la piel del cuello se me eriza como también la presencia y que alguien me está observando. Al momento en que dejo las tazas a un lado me doy cuenta que tengo que atender yo misma al cliente, así que me obligo a levantar la mirada y lo que veo a continuación me deja muy sorprendida y nerviosasin saber por qué
El señor G.

Me le quedo mirando como si necesitara algo de él cuando es malditamente al revés. Su barba parece que ha crecido y el color de sus ojos se ha intensificado.

Ahora son de un azul intenso. Y su traje es
siempre azul, el mismo azul que hace resaltar al color de sus ojos. Me doy cuenta de la retorcida realidad que nunca antes lo había visto tan cerca, ni siquiera aquella vez que casi colisiono con él.

—¿Se quedará mirándome así o tengo que ir a otro lugar?

Su voz, esa voz gruñona mueve todo en mi
interior y me hace aterrizar a la realidad. Sus ojos están clavados en mí de una forma que no puedo descifrar y algo inesperado pasa. No me siento pequeña, tampoco con miedo o pena alguna, al menos no una que me
obligue a bajar mi mirada como la primera vez que estuvimos frente a frente.

Es más frío de lo que me pude haber imaginado y me incita a querer saber qué más se esconde en esa mirada. Además de indiferente… sufre.

—Lo siento, señor ¿Está listo para ordenar?

Es la primera vez que lo veo aquí. A menos que visite el café en los días en que no estoy aquí. Porque ni siquiera mira el menú o pregunta la especialidad del día.

Es increíble que alguien como él compre su propio café.

—Un café Irlandés – Ordena firme – Con cinco tazas de café en lugar de seis, sin las doce cucharadas de azúcar, con todas las copas de whisky. Para llevar.
¿Un qué? ¡Mierda!

En ese momento Merit vuelve a hacer presencia. Me hace un guiño y yo le pido ayuda con un gesto.

—Enseguida, señor—Me doy la vuelta, dándole la espalda y algo me dice que sigue viendo cada uno de mis movimientos.

—¿Café Irlandés? —Le pregunto a Merit.

Me indica el libro de preparación de café y rápidamente busco el café Irlandés y su preparación.

Esto sí que me pone nerviosa. Vierto cada taza pequeña como lo dice en el libro y cómo lo ha pedido él y me parece que estoy preparando algo parecido a una bomba.

¿Quién puede tener un día tan malo para tomar el café con whisky? Alguien como el señor G. Alguien que no se le hace esperar y tampoco te le quedasmirando por mucho tiempo.

Al momento de darle el café para llevar sigue sin quitar los ojos de mí. Mi yo interior me obliga a mirarle, así que lo hago

—Sus manos están frías—Me dice.

No digo nada. Para estas alturas ya debe haberse dado cuenta que soy la misma chica con la que se tropezó el otro día. O no. Bueno, no me dio pulmonía lo que sí me dará es un infarto si insulto su boca con el café que he preparado.

Sus manos han rozado lo suficiente para darse cuenta que mis manos están heladas, no sé por qué pero siempre están así, aunque nunca me doy cuenta de ello.

Cuando veo que lleva el café hacia sus labios y toma un sorbo, abro mi boca en protesta porque puede quemarse. No parece importarle y lo toma de todas formas.
¿Qué de malo tiene este hombre? Nada de lo que hace parece normal.

—Son…—Me tiende un billete de cien dólares de mala gana y eso me enfada un poco. Ya que su café cuesta menos que eso.

—Quédate el cambio.

Lo que había encendido en mi interior se
convierte en fuego, en uno más caliente que su café y retiro el billete hacia su dirección, devolviéndolo.

—En ese caso, invita la casa.

No hay ninguna expresión en su rostro.

Tampoco se ve asombrado o molesto. Parece fingir o el tipo es un maldito robot con sus emociones.

—Este café no hace tal cosa. —Rechaza.

—Tampoco clientes que den esa cantidad de
propina—Contraataco.

Veo apenas la comisura de su labio escasamente moverse, y no es una sonrisa. Sus labios, unos hermosos labios se mantienen en una línea recta.

—Alguien que trabaja aquí no debe darse el lujo de invitarle un café tan caro a un extraño.

¡Sera imbécil!

Me contengo de cantarle sus tres en estos
momentos y me limito a verle a los ojos. Le reto con la mirada y a él parece gustarle. Hijo de puta arrogante que cree poder humillarme. Ni siquiera me conoce.

—No lo hago por cortesía, lo hago por dignidad, señor. Ha sido usted quien…

—Le estoy ayudando a que conserve su trabajo con una buena propina, ya que preparándolo no le va tan bien.

Joder. El café ha quedado horrible, lo sabía. Pues me alegro.

—Lo siento…

—Eso ya lo dijo.

𝗧𝗢𝗗𝗢 𝗣𝗢𝗥 𝗧𝗜 ᯽𝐓𝐞𝐫𝐦𝐢𝐧𝐚𝐝𝐚᯽Donde viven las historias. Descúbrelo ahora