Capítulo 5

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Un cuerpo cayó sobre la hierba y tan pronto como su sangre la tocó, esta ennegreció como si se tratara de un veneno que contaminó la tierra y la marchitó.

Quienes iban adelante huyeron despavoridos a medida que se alejaban entre la espesura de los arbustos que obstruían el camino, sin embargo uno por uno fueron cayendo por detrás, consumidos hasta los huesos, marchitos y ennegrecidos al igual que la hierba.

Pronto el camino se llenó de los cadáveres de los desprotegidos aldeanos, adelante nada podía verse pues una nube espesa de energía maligna cubría cualquier cosa que estuviera alrededor. 

Tal cantidad podía provenir únicamente del resentimiento de aquellos muertos cuyas tumbas se habían perturbado a fin de construir el nuevo canal para el abastecimiento del agua para LanLing.

A pesar de la advertencia, los pobladores poco pudieron hacer para defender las tumbas de sus ancestros pues, después de todo, tanto las tumbas como las vidas de granjeros eran insignificantes comparadas con los deseos y las necesidades de una secta de tal poder. 

Una pequeña niña se tiró entre los arbustos y se sostuvo la cabeza mientras escuchaba los gritos de su propia gente, se cubrió los oídos pero aún así, la voz era tan estridente y tan dolorosa que rebasaba cualquier límite, se clavaban muy dentro de su cabeza, cada gemido, cada gruñido y los perturbadores sonidos de masticación de la bestia que asechaba en la niebla como un depredador, como si con el crujir de cada hueso le dijera que ella era la siguiente.

Lentamente se acercó, el sonido de la hierba se lo dijo; se arrastraba como una serpiente hasta donde ella estaba amenazando, jugando con su miedo; deleitándose de su energía pura que devoraría en un momento más pues después de todo las almas de los niños eran siempre mucho más sabrosas.

El sonido de un corte desgarró la bruma. La energía resentida se disipó inmediatamente, y en un instante una bestia de grandes garras, de aspecto grotesco y sobrenatural se convirtió en ceniza cuando el sol golpeó su cuerpo.

Al percibir la luz contra sus párpados la pequeña abrió los ojos y lo que vio le dejó pasmada:

Delante suyo un joven maestro dándole la espalda. El viento movía la túnica que brillaba como una perla al contacto con el sol y sus cabellos negros como la tinta, sostenidos en una alta cola de caballo revoloteaban salvajemente por causa de la brisa provocada por el corte de su espada un momento atrás. 

La espada brillaba todavía, era casi como el de las piedras preciosas y como los ornamentos de la secta LanLing Jin; no, incluso más, mucho más. 

Le robó el aliento. Nunca en la vida vio un cultivador tan magnífico, supo que este joven maestro era algo diferente.

Tan pronto como llegó, se fue; en un suspiro y cuando ella se dispuso a ir detrás de él encontró un níspero a su lado, cuyo aspecto era tan apetecible y jugoso que le fue imposible resistirse a comérselo.

Quizá este era el maestro celestial del que tanto se hablaba últimamente. Aquel hombre que con un sólo toque era capaz de sanar las heridas más graves, quien podía distinguir entre niños saludables y enfermos aún cuando estaban en el vientre de la madre. El maestro cuyos ojos permanecían escondidos pues nunca los abría  ni siquiera en las situaciones más peligrosas 

Llegó a la villa con grandes noticias, su amo le recompensó con una manzana una vez que hubo terminado el relato del joven maestro y le encomendó a sus vasallos más fieles ir en la búsqueda del misterioso sabio. 

Le recibiría con un gran banquete en su honor, tanto como los recursos se lo permitían pues el salvar la villa de los granjeros de un monstruo no era poca cosa, las manos de aquellos agricultores y su trabajo eran las que mantenían con vida la región.

Más allá de los acordes del guqinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora