El golpeteo sobre una puerta de madera se escuchó en el silencio que reinaba en el jardín más su figura continuó dentro de la pagoda en el estanque sin moverse. Podía ver el reflejo de su rostro en el agua, su propia sombra y el claro de luna entre las flores de loto que había plantado mucho tiempo atrás.
En esta época del año los tallos florecían y llenaban la superficie del vivo color lila, los peces dorados se movían entre las vainas y se iban al fondo del estanque cuando las tortugas decidían que era hora de nadar y se tiraban al agua agitando sus pequeñas patas.
Escondió la cara entre las sombras cuando uno de sus subordinados se aproximó a él y se inclinó, ni siquiera puso un pie adentro pero él ya se sentía invadido. Le dijo algo que él no escuchó, no prestó atención si quiera y agitó los dedos en el aire pidiéndole con ese gesto que se retirara.
El joven sirviente abrió las puertas que llevaban al interior de la residencia y entró, haciéndole una reverencia a su amo en la distancia aún si este no podía verle. Se encontró de cara a la sirvienta principal y negó, con serenidad en su rostro.
—El joven amo no desea beber té.
No dijo nada más pero la sirvienta, que había acompañado al señor desde la infancia, sabía muy bien que esto significaba que el amo quería estar solo.
Esto sucedía a menudo desde que mucho tiempo atrás cuando el amo era un niño todavía. Una tristeza extraña invadía el temple de su señor en noches como esta, tanto que incluso era común encontrarlo llorando mientras dormía o sollozando entre las estatuas del sol y de la luna que por aquellos días adornaban la terraza de su mansión.
Incontables maestros desfilaron por la residencia intentando encontrar la causa pero ninguno de ellos pudo dar nunca con una verdadera razón, se creyó entonces que el señor Xian había nacido con un corazón que lloraba las penas y las injusticias del mundo. Por tanto siguiendo el consejo de los grandes sabios el amo de Wei le mandó a construir un gran jardín, lo llenó de semillas de loto por las cuales el señor Xian parecía tener especial predilección y trajo de los confines del continente plantas exóticas que a la siguiente primavera florecieron en el jardín.
Sus tristes ojos brillaron por primera vez cuando las flores de loto se abrieron en estanque.
En noches como esta, respetando la dignidad del señor y su privacidad, la servidumbre se retiraba de la Mansión del Norte, pidiendo en silencio a los dioses para que el corazón del amo encontrara sosiego.
En la oscuridad de la noche un pequeño conejo blanco se aproximó a las piernas del hombre y se acurrucó entre la tela de su túnica que pareciera ser el lugar más cómodo que encontró para poder dormir. Las manos blancas de Xian se deslizaron por su pelaje hasta sus orejas, buscando tranquilidad.
Bajo su ojos y a lo largo de sus mejillas estaban trazados caminos húmedos dejados por las lágrimas un momento atrás.
Dentro de su cabeza se repetía el mismo recuerdo cada vez que cerraba los ojos, era tan vívido que casi podía tocarlo si estiraba la mano:
En el camino a su mansión luego de su retorno de la Tierra de Tiang, escuchó la melodía que lo atormentaba desde su juventud. Por años él se convenció de que esos acordes existían solamente en su mente pues cada noche la escuchaba una y otra vez y cuánto más era tocada más aflicción sentía, más le dolía el corazón tanto que pareciera como si su alma fuera a desprenderse de su cuerpo, le llamaba y lo hacía con tal fuerza que una vez intentó acallar la demoníaca melodía tirándose al estanque.
Y sin embargo ahora se presentaba en la realidad, le perseguía como un depredador; su pecho todavía dolía y esta noche con más intensidad, se sentía intranquilo.
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Más allá de los acordes del guqin
RomanceLan Wangji era un cultivador de renombre, provenía de una secta respetable, tenía modales perfectos y, a su corta edad ya era un héroe de guerra con un futuro brillante. ¿Por qué este hombre, epítome de la gracia y de los valores traicionó a su sect...