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—¿Señorita Dannika Murath? —preguntó con voz amable. Era un hombre joven de tez morena y ojos cordiales. Pero era un jodido policía en la puerta de mi casa.

Asentí con la cabeza intentando mantener un rostro inocente.

—Soy el oficial Tadeo Morrison, ¿me permite entrar a su domicilio a hacerle unas preguntas? —pidió con educación.

—Eh, claro.

Me aparté de la puerta y lo dejé pasar.

—Veo que ha tenido un accidente recientemente —señaló mientras ingresaba en mi casa.

—Sí, estoy reponiéndome por fortuna —dije.

Eliseo me había explicado un par de cosas de los policías. La primera es que eran en su mayoría unos inútiles o unos corruptos, o unos inútiles corruptos. Y la segunda es que les encantaba obtener información a base de comentario casuales y preguntas inofensivas. Me explicó que no debía hablar de hechos, sino de sentimientos en lo posible.

—Me alegro, ¿qué le pasó? —preguntó directo.

—Un accidente —respondí vagamente y agregué—: ¿quiere un vaso de agua, oficial Morrison?

Él asintió y lo invité a pasar a la cocina y a sentarse en la mesa, donde aún descansaban las migas de las tostadas y un vaso con restos de jugo que no había dejado en la pileta en la mañana.

Le serví el agua del dispensador con una mano y se lo alcancé.

—Disculpe el desorden, salí a toda prisa en la mañana y acabo de volver —le expliqué juntando las cosas de la mesa, cualquier cosa para no caer presa del interrogatorio. Me preguntaba si de alguna forma habían descubierto que yo había enviado el mail con la información del crimen de trata de personas. Me parecía imposible que me relacionaran con eso, pero no hallaba otra explicación a su presencia aquí.

—No se preocupe, señorita.

—Puede empezar con las preguntas, con gusto le responderé si está en mi mano.

—Está bien. Veo que estuvo en el hospital por este accidente, ¿de qué tipo fue? —cuestinó sin más rodeos.

—De automóvil, oficial.

—¿Sí? ¿Qué pasó? —interrogó.

Dejé el vaso con restos de jugo lleno de agua en el lavabo y me dirigí a sentarme en la mesa.

Estaba nerviosa y muy cansada. Quería gritar más que ser interrogada. Además no quería que Elaia llegara y viera a un oficial en casa.

—Un auto se atravesó de pronto, me fracturé una costilla y me esguincé el hombro —expliqué.

—Señorita Murtah, ¿es usted siempre tan poco explícita o quiere ocultar algo? —preguntó con una sonrisa un poco cínica.

—¿Cómo? No comprendo que quiere que le diga, vino a hacerme preguntas y solo me ha preguntado por mi accidente al verme así. Le estoy contestando esperando a que diga lo que vino a decir —dije.

Lo menos peligroso en mi vida era la policía pero no quería terminar en un embrollo con los uniformados. Debía saber sus intenciones antes de hablar de más.

—Vine a hacerle preguntas sobre este accidente, señorita. Resulta que parece que usted era la pieza que faltaba en un accidente de tránsito que terminó con un hombre muerto por herida de bala —explicó y ahora en su rostro había determinación.

—¿Herida de bala? —pregunté sorprendida.

—Sí, y el auto en el que usted venía fue parte de una persecución con disparos, así que agradecería que quite esa cara de sorpresa.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora