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"—Escucha, Dannika, a mi padre no le sirven los elementos muertos, tú no tienes entrenamiento de ninguna clase y la verdad es que nadie te ve capaz de sostener un arma, por eso tus misiones serán una cosa muy fácil y no correrás riesgo alguno. Pero estamos necesitando alguien que se pueda camuflar, alguien que nadie conozca y que nadie se espere que trabaje para nosotros. Tú eres perfecta para entregar recados. Piensa la situación de esta forma: serás como nuestro servicio de cadetería particular.

Miré a Eliseo Bunner confundida, no terminaba de comprender que querían de mí y estaba mortalmente asustada. Estaba analizando incluso la posibilidad de denunciar todo esto a la policía.

Al parecer Eliseo comprendió mi expresión porque suspiró y procedió a explicarme otra vez.

—Imagina que ves a una compañera de tu clase entregando algo, ahora imagina que me ves a mí entregando un paquete —explicó y al fin comencé a entender a lo que se refería: nadie sospecharía de alguien como yo—.
Exacto, Dannika. Tienes un rostro muy comunicativo, ¿sabías? Eso podría traerte problemas.

¿Problemas? ¿Este tipo que me quería meter en una red de mafia me hablaba de problemas?

Revolvió su café con la cucharilla haciendo mucho ruido, cuando estuvo satisfecho lo levantó y tomó un sorbo. Estábamos en una cafetería que pertenecía a su familia en el lado tranquilo de la ciudad. Cuando volvió a apoyarlo sobre la mesa sonreía.

—Sabes, si no fuera por el hecho de que tu padre nos costó mucho dinero y de que de verdad te necesitamos, te invitaría a salir en una cita —me soltó sin más.

Lo miré con el ceño fruncido y suspiré.

—Te rechazaría, seguramente. Nunca me gustaron los chicos rubios —respondí y él se río. Por un segundo casi podía sentirme como una chica a la que un chico lindo le coqueteaba inocentemente, casi."

El sonido del celular me despertó del sueño que estaba teniendo, recordaba claramente un encuentro con Eliseo. Cuando contesté la llamada y oí su voz al otro lado, me costó comprender que no seguía soñando.

—Dannika, sal afuera, te espero en el auto —dijo él al otro lado de la línea. Me incorporé con rapidez, asustada. Por mi mente viajaron mil posibilidades, una más aterradora que la otra. Debía dejar de ser pesimista, seguro no pasaba nada. Aunque mi corazón latía acelerado.

Me acerqué a la ventana de mi cuarto que tenía un minúsculo balcón, abrí las cortinas pesadas que impedían la entrada del sol en la mañana y me encontré con la calle debajo. Frente a la casa había un automóvil negro estacionado.

—Pero mi hermana...

—Tu hermana está durmiendo, no se enterará —respondió él al otro lado. No podía descifrar el tono de su voz, parecía nervioso.

Era casi la media noche de miércoles, ¿que podía querer sino matarme y arrojarme en un río?

—Ya bajo —contesté con voz temblorosa antes de cortar la llamada.

Me puse una bata sobre el pijama porque el frío aún se hacía presente en las noches y guardé el celular en el bolsillo.

"No te pasará nada, debe ser una suerte de recado nocturno, no pasa nada" me decía mientras bajaba las escaleras en puntitas de pie para no despertar a mi hermana. Tomé la llave de la puerta principal de la mesita de entrada y abrí con cuidado. Me estremecí cuando el aire fresco nocturno de inicios de primavera me golpeó en el cuerpo. El auto negro hizo señales de luces, indicando que me había visto. Cerré con llave la puerta y me acerqué a él.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora