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Mi hermana se puso histérica al verme. Se movía de un lado a otro y sus manos no paraban quietas. Se le habían llenado los ojos de lágrimas y cuando quiso abrazarme le tuve que explicar que también tenía un costilla rota, lo que hizo que se pusiera a llorar sin control.

Gavrel se mantenía en silencio desde que hablamos de mi apodo ruso. Era lo mejor, un muro invisible entre ambos, por mi bien y por el suyo: no quería jugar con sus sentimientos.

Me senté en el asiento de atrás con mi hermana e intenté calmarla todo el viaje. No estaba segura si se había tragado la historia de que me había caído en el colegio, pero estaba tan feliz de que estuviera allí que no me preguntó nada.

—Gracias por traerme y hacerse cargo de mí, profesor Romanov —dije y él asintió con la cabeza.

—Fue usted muy amable, profesor —dijo mi hermanita bajando del auto. Me dio una mirada significativa y fue a abrir la puerta de casa.

—¿Segura que estarán bien? —preguntó al cabo de un rato.

—Mientras nadie intente matarnos, creo que todo irá sobre ruedas.

Él se dio la vuelta y me miró fijamente con los ojos grises tan neutros, tan desprovistos de vida que me recordó a un muñeco.

—Quiero que hables con Eliseo hoy, que trate de adelantar su vuelta, Dannika, creo que estarás más segura y más cómoda bajo su protección —dijo con voz seria.

Sus palabras me dolieron, sentí que se quería desentender de mí, pasarle el fardo a alguien más. Y a la vez lo agradecí, porque eso quería decir que no pasaríamos tanto tiempo juntos y que el sir supondría que no estaba interesado en mí.

—Lo haré, ya no se tendrá que preocupar por mí, profesor Romanov —dije con voz dura. Cada palabra me dolía tanto que no lo podía creer.

—Eso es imposible, dada la propensión que tiene a estar al borde del desastre, señorita Murath. La veré en clases —dijo.

Hablaba muy formal, muy neutral, como si solo fuéramos simples conocidos, como un profesor regañando a su alumna. Su rostro, antes tan expresivo, ahora estaba tenso, no había rastro de los hoyuelos que había acariciado hacía un par de horas.

—Gracias por todo, Gavrel —dije y saqué un pie por la puerta abierta. No podía dejar de mirar sus ojos grises, buscando algo de vida.

—Nos vemos, Dannika —dijo y se dio la vuelta.

Caminé a mi casa y puse todas las trabas en la puerta. Mi hermana había acomodado el sofá para que me sentara, estaba preparando un café para mí y había dejado algunas botanas al alcance de mí mano.

Al verme entrar en la sala con ojos llorosos me tomó de la mano y me guió al sofá. Trajo el café y se acurrucó conmigo toda la tarde, mirando películas y no haciendo preguntas que no quería responder.

¿Era posible que estuviera enamorada de dos hombres a la vez?

........

No quería ver mis heridas en el espejo, pero luego de una ducha (lavarse el pelo con una mano era más difícil de lo que parecía y me negaba a pedirle ayuda a Eli porque mis heridas tenían la forma exacta del cinturón de seguridad) que me dejó agotada y dolorida, me enfrenté al espejo. Además de pálida y ojerosa, los moretones cruzaban todo mi cuerpo como constelaciones macabras.

Había tirado la bata de hospital y había intentado mover el brazo lo menos posible, pero necesité la ayuda de mi hermana para ponerme el cabestrillo luego de haberme puesto una simple campera por encima.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora