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"Cuando la mañana de aquél sábado le dije a mi hermana que la llevaría a casa de la tía Linnet, ella me miró con curiosidad: Elaia sabía perfectamente que detestaba pedirle cosas a la tía y que solo lo hacía en casos urgentes. Yo era muy orgullosa, lo admitía, pero no me gustaba sentir que debía favores.

Pero ella no sabía, ni podía saber, el motivo. Después de que la dejé en la casa de Linnet, que vivía a casi una hora en coche, volví a nuestra residencia y me dispuse a esperar a Eliseo.

Hoy conocería a Sir Bunner.

No sabía que debía vestir, que debía decir ni como debía actuar. Eliseo lo había hecho sonar como si fuera a conocer a alguien de la realeza, así que me había puesto un vestido negro simple, en línea A hasta la rodilla, había decidido que no hablaría a no ser que me interpelaran directamente y actuaría como una adulta respetuosa en todo momento.

Estaba aterrada, no me apetecía nada cagarla ante el rey de la mafia y lo que más quería era evitar este encuentro, pero según Eliseo era imposible.

Cuando tocaron al timbre me levanté del sillón en el que esperaba la hora y caminé con lentitud a la puerta, retrasando lo inevitable. Al abrirla me encontré con un rostro desconocido y quise volver a cerrarla.

—¿Señorita Dannika Murath? —preguntó el hombre. Era alto y vestía traje negro con corbata azul oscuro, tenía unos cincuenta años y su cabeza brillaba por la ausencia de pelo.

Asentí con la cabeza y lo miré con un poco de curiosidad en el semblante. El hombre sonrió con rostro amable.

—Me llamo Héctor, soy el chofer del señor Eliseo, él no pudo venir pero se encontrará con usted en el lugar.

—Ah, esto... es un placer, Héctor, yo estoy lista...

—Muy acertada elección de vestimenta, señorita. Déjeme decirle que el señor Eliseo no confiaba en su sentido de la moda y etiqueta para ocasiones así y me dijo textualmente: "si está vestida con algo que incluya pantalones deportivos, le dices que se cambie y la esperas". Así que vine con tiempo extra, señorita.

Me sorprendieron sus palabras, pero la forma en la que imitó a Eliseo hizo que de inmediato me cayera bien.

—Creo que vi unas tres veces a Eliseo y, sin contar el funeral de mi padre, en todas usaba pantalones deportivos, entiendo su preocupación —le expliqué, llegando a la conclusión que los dichos de Eliseo no eran tan sorprendentes después de todo.

Cerré la puerta y me encaminé al coche negro que había estacionado en la acera.

Héctor me abrió la puerta trasera y esperó a que me sentara para luego cerrarla. Luego de él subirse al coche, que estaba encendido, manejó unas cuantas cuadras hacia el sur antes de volver a detenerse.

—Señorita, no quería hacer esto donde los vecinos vieran...

"¿Me va a matar? ¿Enviaron a un señor simpático a que me mate? Basta de pensamientos absurdos y fatalistas, Dannika"

Me mostró un pañuelo negro y sonrió con disculpa.

—Es protocolar, debo vendarle los ojos para que no pueda saber a donde la llevo, aún no confían en usted —dijo con rostro un poco avergonzado.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora