—¡Dannika, qué suerte que llegaste! Quiero comprarte unos jeans, no puede ser que siempre uses los mismo dos pares, además necesitas sombreros aptos para el calor que se acerca —dijo mi tía al ver que me acercaba a ellas, me dio un abrazo y acomodó mi boina con cariño.
Mi hermana y yo éramos la adoración de mi tía, dado que ella no había podido tener hijos siempre nos trató con todo el cariño maternal que tenía para dar. Sino fuera porque vivía tan lejos de nuestras escuelas y porque no podía dar ciertas explicaciones que ella exigiría, hubiera considerado mudarme con ella.
—Tía, debes dejar de hacer esto, la ropa que tengo está muy bien y respecto a la comida que nos traes...
—Si sigues hablando, jovencita, lograrás que me enoje y le exija a los asistentes sociales que las lleven a mi casa —replicó antes de que pudiera terminar. Tenía una mirada firme, pero sabía que lo que decía eran solo palabras.
—Técnicamente ya soy una adulta, nadie puede "llevarme" a ningún lugar —acoté.
—Solo deja el orgullo de lado, Dannika. Tu padre era igual, no podía ofrecerle dinero o alguna ayuda porque sacaba las garras. Y eso que era su prima, crecimos juntos... Déjame hacer esto, en serio, me ayuda al alma saber que están bien.
—Bueno, tía, solo porque te quiero mucho —dije y enganché mi brazo con el suyo. Ella sonrió un poco emocionada, no solía decirle cuanto la quería. Me prometí hacerlo más seguido.
—Tienes mala cara, ¿todo bien? —preguntó Eli. Ella siempre era muy perceptiva, pero como su hermana mayor, creía cada palabra que le decía
—Sí, solo que Eliseo debió irse a ver a su familia de urgencia y no me avisó —dije. Era casi una verdad.
—¿Lo vas a extrañar? —preguntó mi tía con voz de romántica soñadora.
—No, estoy un poco cabreada porque en su ciudad hay un chica que estaba enamorada de él y seguro le hace ojitos —dije una pequeña parte de la verdad.
—¿Y qué ciudad es esa, Danni? —siguió cuestionando mi tía mientras me arrastraba por las escaleras a una tienda de accesorios.
—Eh, ¿la capital de Austria? —respondí sin saber.
—¿Viena? —sugirió mi hermana.
—¿De allí viene el pan de viena? —pregunté con curiosidad.
—Claro... si no, ¿por qué se llamaría así? —siguió mi hermana. Tomé mi celular y busqué la respuesta.
—Sí, efectivamente su método de elaboración viene de allí. El pan de viena viene de Viena.
Mi tía se rió y yo me relajé un poco mientras elegía un par de gorros nuevos para mi colección.
....
Cuando llegué a casa dejé las bolsas de compras en el sofá y me senté a un costado, agotada física y psicológicamente. Sentía que la tensión de mi cuerpo comenzaba a aflojarse mientras el aroma de mi hogar se metía en mis fosas nasales: perfumador de ambiente, la colonia de bebé que mi hermana usaba, el sutil aroma a la tostada que se había quemado esa mañana y había quedado impregnado en las cortinas. Cada casa en el mundo tenía su aroma. Por ejemplo la casa de Sabrina olía a pasteles o pizza casera, según lo que cocinara su madre para vender a los vecinos cuando podía, la casa de Dionisio olía a inciensos y la casa de Eliseo olía a peligro, tal vez un poco a vainilla también pero era tan sutil como el perfume del capuchino de Rami´s. Me preguntaba a que olería la casa de Gavrel, seguramente a libros viejos y algo mafioso, como la de Eliseo. Tal vez lavaran los pisos con la sangre de sus enemigos.
ESTÁS LEYENDO
Deuda de sangre
RomanceLuego de la muerte de su padre, Dannika Murath, de dieciocho años, pasó a ser la tutora de su hermana y la heredera de una deuda con la mafia austríaca de la ciudad: los Bunner. Cuando le dieron a elegir entre la muerte o ser la mensajera de la fami...