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—Agua, necesitas hidratarte, Dannika —dijo Gavrel mientras me ofrecía un vaso de agua con hielo.

Estaba sentada, más bien tirada en el sillón reprimiendo los mareos y él se estaba haciendo cargo de que no hiciera desastres y que no terminara tendida en el suelo.

Acepté el agua y tomé pequeños sorbos, el frío del agua se sintió muy bien en mi garganta dañada por el ácido y las arcadas.

—Nunca me había pasado algo así, lo juro —aseguré por milésima vez.

—Dannika, tengo un hermano universitario... yo mismo fui un joven que disfrutaba yendo a fiestas, no tienes nada de lo que avergonzarte. Se nota que esta es tu primera vez, por eso sigo aquí.

—Todo esto es culpa de Eliseo y de Mary y de Sabrina y de Josua por servirme Martini —me quejé sabiendo que en realidad todo era culpa mía por haber tomado por enojo.

Entre las nubes del alcohol era consciente del cuadro surrealista que era tener al profesor y mafioso Gavrel Romanov en mi sala con rostro divertido ante mi situación y una olla en la mano, pero por más que le haya pedido que se fuera, él se rehusaba desde el momento en que se enteró que no había nadie para cuidarme en la casa.

—¿Quieres más agua? —preguntó al ver que había vaciado el vaso.

Negué con la cabeza y eso me provocó una nueva oleada de arcadas. Gavrel puso la olla bajo mi barbilla y dejé ir el agua que recién había tomado. Tenía ganas de llorar.

—Voy a mi cuarto —dije cuando dejé de vomitar. Me sentía horrible, esta era la primerísima vez que me pasaba algo similar y me juré no volver a tomar ni una cerveza.

—Yo te acompaño, no quiero que te caigas por las escaleras.

Me hizo señas para que esperara, se llevó la olla y el vaso a la cocina y a los dos minutos volvió con la olla limpia y el vaso con más agua. Con un brazo sostuvo las cosas y el otro me lo ofreció para que me pusiera en pie. No podía creer lo inestable que me sentía.

Mientras subía las escaleras aferrándome con fuerza al brazo de Gavrel y a la baranda, me dije que esto era por el frío de la noche, que cuando el alcohol empezaba a bajar me había expuesto al frío, a menos esa era la excusa que solía dar Dionisio cuando vomitaba de borracho.

Intenté mantener un poco de dignidad mientras entraba a la habitación, pero al ver mi cama casi que corrí a trompicones hacia ella y me dejé caer, agotada.

—Dannika, me voy —dijo Gavrel dejando el vaso con agua en la mesita de noche y la olla a un lado de la cama. Asentí con la cabeza pensando en que ensuciaría la colcha con los zapatos.

—Cerraré la puerta y el lunes te devuelvo la llave. ¿Supongo que tienes otra llave aquí? —preguntó.

—Sí, sí. Gracias por todo, profe. El lunes daré un oral en ruso sobre Platón como agradecimiento —dije un poco ida ya. Oí su risa, pero ya tenía los ojos cerrados. Sentí el peso de una manta sobre mi cuerpo y me quedé dormida.

....

En el sueño veía a mi padre. Él estaba usando un traje negro, y me miraba con ojos tristes, no paraba de repetir mi nombre.

—Dannika, Dannika, Dannika —decía con voz urgente. Lo oía lejos, muy lejos.

Abrí los ojos sobresaltada con la respiración acelerada, estaba sudorosa y acalorada. Me quité la manta de arriba y busqué mi celular bajo la almohada para ver la hora, aún estaba oscuro; al no hallarlo recordé de golpe ciertos momentos de la noche anterior.

—¡Dannika, mierda, tienes que estar aquí! —dijo una voz mientras aporreaban la puerta de entrada.
Intenté enfocarme en la situación, encendí la lampara de noche y bebí el agua que tenía sabor a hielo derretido. Me apresuré a levantarme de la cama y sentí que me mareaba.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora