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Acabábamos de entrar del recreo y yo no podía estar más nerviosa. Me sudaban las manos y no paraba de jugar con mis anillos. El profesor Romanov siempre estaba en el aula cuando entrábamos a clase, pero hoy no. Y ya habían pasado casi cinco minutos. Una parte de mí quería evitar a toda costa el enfrentamiento, pero por otro lado, más preocupante era que no viniera a clases, sabiendo que la razón de su ausencia estaba en la nota que le dejé en la mañana.

Las notas y paquetes que solía dejar provocaban consecuencias, casi nunca sabía de ellas, pero era consciente que existían. Como la vez que una semana después de que dejara una nota en un comercio, este se incendió de forma misteriosa. Eliseo no quiso decirme nada al respecto, pero sabía que habían sido ellos.

Sabía que los Bunner arruinaban la vida de las personas, lo habían hecho con la mía y ahora debía pagar para seguir viviendo.

—Dannika, ¿irás a la fiesta el viernes? —me preguntó Sabrina con una ceja alzada. Sentía envidia de que pudiera hacer eso de forma elegante, con sus cejas perfectamente depiladas y siempre maquilladas, era imposible ver a esta muchacha con las cejas sin maquillar y lo hacía de maravilla.

—Creo que sí...

—Pues hoy tienes que acompañarme a buscar una blusa nueva, quiero que Mary me vea y piense: "wow, de esto me estoy perdiendo".

—Sab, hoy no puedo, le prometí a Elaia que la ayudaría a ensayar para su obra y sabes como se pone si no le sale perfecto.

—Dios no quiera que Elaia haga caer su furia sobre nosotros —apostilló Dionisio sin poder evitar meterse en la conversación al oír el nombre de mi hermana menor. Decir que se odiaban era quedarse corto, aunque en mi opinión a Elaia le gustaba mi amigo, pero era demasiado pequeña para él.

Mi hermana era perfeccionista en exceso, si las cosas no salían como ella quería se ponía a gritar órdenes o a llorar de la frustración. Y Sabrina y Dionisio habían sido testigos más de una vez de su furia.

—Ya está, Romanov no viene hoy, digo que nos vayamos —dijo Marion, una compañera de curso que le caía bien a todo el mundo.

Exclamaciones afirmativas comenzaron a oírse por todo el salón. Sabrina se encogió de hombros pero fue la primera en levantarse.

—Puedo vivir sin escuchar de Platón el día de hoy. Salgamos de la cueva, compañeros —dijo haciendo referencia a este filosofo mientras se colgaba la mochila al hombro.

Cuando un par de compañeros estaban en la puerta entró el coordinador del ciclo.

—No, no, el profesor Romanov tuvo un imprevisto y debió irse, pero tienen una fotocopia que leer y preguntas que responder, así que nada de querer irse. A sus asientos, jóvenes.

El descontento se sintió en toda la clase, pero todos se sentaron y comenzaron a responder las preguntas. Yo sentía un nudo en el estómago, asustada por lo que me depararía el futuro.

Al terminar el horario escolar tenía un mensaje en el celular:

"Auto negro, matrícula 8UNN3R".

Era Eliseo. ¿Qué quería de mí?

"¿No crees que es extraño que de la nada me suba a un auto negro luego de clases", respondí.

"Diles que sales con un chico universitario millonario".

"No van a creerme".

"Auto negro, dos cuadras hacia la avenida." fue su respuesta final.

"Mejor".

—Nos vemos mañana —le dije a Sabrina mientras ella me hacía pucheros ridículos porque no podía acompañarla a buscar la blusa.

Sabrina era esa amiga incondicional que haces sin notarlo, esa que entendía cada cosa de tu vida, esa que no se merecía que le ocultes nada.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora