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La semana transcurrió como si volviera a vivir una vida normal de instituto, o casi.

El domingo la comida con mi tía fue relajada y divertida, ella estaba emocionada por compartir tiempo conmigo otra vez. Incluso hablamos del viaje que quería hacer Eli por su cumpleaños número 15.

El lunes después de clase me quitaron el cabestrillo y empecé a mover con cuidado el hombro. Y el martes Eliseo fue a buscarme en la noche, como solía hacer antes que todo se fuera a la mierda... más a la mierda de lo que ya estaba.

Vestía unos jeans negros y una camisa blanca, estaba para comerse. Yo me había vestido para la ocasión: pantalones de simil al cuero negros y una blusa roja. Por supuesto me había pintado los labios de rojo.

—Estás magnífica, querida —dijo adimrándome al sentarme en el asiento de acompañante.

—Como siempre, querido. Tú... tienes pinta de mafioso sexy... —ronornée colocando mi mano en su rodilla mientras conducía.

Él subió mi mano a la altura de su muslo y sonrió.

—Soy un mafioso sexy —dijo en respuesta antes de cambiar de marcha.

—¿Sí? ¿Es un consenso? ¿Hay un comité que determina que mafioso es sexy y cual no? ¿O un concurso? —pregunté haciendo un chiste.

—Claro, Mister mafioso internacional, lo pasan en la madrugada el segundo viernes de enero, luego del programa del pastor Maiguel, he ganado los últimos 22 años —dijo muy serio.

—Me gusta que sientas que eres sexy desde que naciste —dije soltando una risa.

—Cuando yo nací, los demás mortales comprendieron que siempre estarían opacados ante mí. Todos menos tú, claro, lo único mas bello que yo en este mundo eres tú —dijo y alzó mi mano llevándola a sus labios. No la volvió a soltar, sino que metía las marchas sosteniéndome con ternura.

Adoraba esta camadería que teníamos. O eso pensaba mientras estábamos relajados, no cuando me despertaba temprano para entrenar y darme órdenes mandonas.

Esta mañana, retomó mi entrenamiento intensivo. Resistencia y autodefensa. Y gritos cuando hacía algo erróneo. Ya recordaba por qué su lado de entrenador y mafioso prepotente me desesperaba.

Volví a preguntarle por el uso de armas y volvió a negarse. Esperaba no tener que necesitarla nunca.

Sudorosos y agitados luego de unas maniobras que incluían restregar nuestros cuerpos con cierta intensidad habíamos acabado besándonos.

Estábamos recostados en el suelo sobre una colchoneta, yo sobre él, y me había tomado descaradamente del trasero. Lejos de molestarme me había hecho soltar un jadeo, encendiendo mis hormonas y las suyas.

Me alejé cuando noté como comenzaba a excitarse: aún no estaba lista para decirle que era virgen y que no haríamos todo lo que había insinuado que haríamos.

Esa noche compró hamburguesas y refrescos en un nuevo local y se detuvo a un lado de una calle en un parque. La gente paseaba, disfrutando de la temperatura agradable de la noche.

—¿Qué pasa con las hamburgueserías? —pregunté dando un mordisco a la hamburguesa.

—Me gusta conocerlas todas, es como... coleccionar experiencias culinarias —dijo y degustó la comida, pareció más que satisfecho con el sabor.

—¿Cómo coleccionar mecheros? —pregunté y asintió—. Pero tú no fumas...

—No, pero me gusta el fuego. Si te lo preguntas, sí, eso comenzó luego de que me quemara —explicó mirando por el parabrisas—. Cuando las emociones me sobrepasan de alguna manera incendio papeles, madera, autos...

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora