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Estaba parada en la plaza mientras el mafioso que me había traído se iba. Estaba al borde de caerme contra el piso del agotamiento y la impresión.

La impresión, el fingir que era una mafiosa fuerte, la imparable sensación que Alexei estaba jugando conmigo.

Había matado a Logan.

Recordé su sonrisa orgullosa cuando logré mi primer tiro perfecto o sus consejos cundo le hablé de mis sentimientos por Gavrel y Eliseo.

Las lágrimas volvieron a acudir a mi rostro mientras encendía el teléfono.

Tenía mensajes desesperados de Sabrina, Elaia y de Eliseo.

—Ay, Danni —contestó Sabirna, parecía aliviada de oírme.

—Estoy bien —susurré con voz quebrada.

—No suenas bien, linda. ¿Qué pasó? —preguntó.

—Gracias por ir por mí a buscar las calificaciones de Eli y estar con ella —le dije recordando el mensaje que me había mandado.

—Menos mal que tu tía también fue, porque a mí no me las querían dar. Tuvo puntaje perfecto, estás criando a una genio —dijo intentando alegrarme.

—¿Tú hablaste con Eliseo? —pregunté.

—Sí, estaba como loca y lo llamé. Él no te podía localizar tampoco, llámalo antes de que de incendie la ciudad —pidió.

—Gracias, linda. No te preocupes. Dile a Eli que vaya con la tía, que en un rato la paso a buscar...

—Danni —comenzó ella pero lo corté antes de que me preguntara algo.

Llamé a Eliseo.

—Dios, Dannika, me voy a morir de un infarto. Estaba a punto de llamar a Gavrel —dijo.

—Estoy bien, todo está bien. Solo... quédate tranquilo —dije intentando componer la voz.

—Te voy a buscar, ¿dónde estás? —preguntó.

Miré a mi alrededor. Lo cierto es que quería estar sola para asimilar todo lo que acababa de vivir.

—Estoy bien, voy a ir a casa a darme un baño caliente y luego iré a buscar a Eli que está en casa de mi tía —mentí.

—¿Quieres que vaya? No te oigo bien, Sabrina me habló de la fiesta de ayer pero tú no tienes que contarme nada que no quieras, pero no quiero que estés sola...

—Necesito esa soledad —le pedí.

—Entiendo, querida. Estoy a una llamada de distancia, ¿sí? —No sonaba muy convencido.

—Gracias, Eliseo, te quiero —dije y colgué.

Guardé el teléfono en mi bolso y miré el pañuelo que envolvía el arma. ¿Cómo acabaría con Alexei?

Alejé los pensamientos de mi mente, me recompuse y empecé a caminar sin rumbo, oliendo el aire, sintiendo el resplandor del sol entre las nubes en el cuerpo y apreciando la brisa.

Otra vez no quería pensar, así que puse música en el teléfono y me concentré en la letra de las canciones para evitar que mi mente recordara una y otra vez lo sucedido.

Las gotas de lluvia empezaron a caer y me di cuenta de ellas cuando estuve empapada. ¿Cuándo se había nublado tanto? ¿Cuánto tiempo llevaba caminando?

Miré mi entorno y la hora en el teléfono, hacía casi dos horas que caminaba sin parar. No hacía frío, pero estar mojada me incomodó. Estaba en el barrio rico, cerca de la casa de Cristóbal.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora