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Estaba sentada en el pupitre mirando al frente con la vista perdida.

No estaba durmiendo bien, la comida no me pasaba por la garganta y mi cuerpo sufría espasmos de frío, dolor y tristeza. Pero aún debía pasar el año. Era lunes, por lo que estaba allí esperando verlo para seguir torturándome.

Tenía peores cosas en la cabeza que Gavrel Romanov, pero saber que me había engañado me mataba, dolía directo en mi corazón. Pero más me mataba tener que evitar estar cerca de él, ni siquiera me atrevería a hablar en su clase por el miedo que me daba Alexei.

Entró y parecía desalineado y otra vez tenía el rostro golpeado.

—¿Profe, participa en peleas clandestinas o algo? —preguntó Cristóbal riendo.

—Ya le di las rendiciones de cuentas a quién debía hacerlo: su director. Ahora saquen el repartido que debían leer para hoy. Vamos a ir al patio otra vez —dijo con voz neutra.

Los chicos sacaron el repartido y salieron del salón emocionados, la popularidad del profesor Romanov había comenzado a subir desde que había agregado dinamismo a la clase; al parecer sí había visto la serie que le recomendé.

Sabrina se posicionó a mi lado y entrelazó nuestros brazos con rostro erguido. Había estado ignorando las llamadas de Lukyan todo el fin de semana según me había dicho. Estaba asustada de lo que podía pasarle si volvía a estar en contacto con él. Al parecer había recibido la dosis de realidad que necesitaba para alejarse de él.

Romanov lideraba el curso por los pasillos, noté que incluso renqueaba y mi parte masoquista quiso preguntarle como estaba y acariciar su cuerpo dolorido.

Él no me miraba, lo cual agradecía.

La clase fue entretenida, hablando sobre los sofistas o algo así, no estaba segura, pero veía como mis compañeros participaban, felices por el calor de la luz del sol. Yo aproveché a dejar que mi mente vagara sin rumbo.

Quería hablar con Eliseo, pero el sir me había hecho jurarle que no lo comentaría ni con mi sombra, después de todo debía cometer un asesinato.

Y era la madre de Eliseo, no podía decirle que tenía que matarla. Era impensable. Sabía que lo lastimaría y me odiaría, pero yo tampoco tenía muchas opciones. Por eso él no podía saber que había sido yo.

Al negarme a hacerle el favor el sir había cambiado su petición por un ruego y luego por una amenaza. Como él decía, seguía siendo un malnacido.

No me imaginaba dañando a alguien, menos aún arrebatando una vida. Fuera la vida que fuera, estaba segura que al hacerlo el alma se me partiría y jamás sería la misma otra vez; como lo explicaban en Harry Potter.

Y estaba el otro favor, ese del que me había convencido que no correría peligro. De ese sí hablaría hoy con Eliseo.

Seguí distraída toda la mañana, pero intentaba con todas mis fuerzas enfocarme en las materias. En el recreo caminaba del brazo de Sabrina y Dionisio, que estaban hablando intentando levantarme el ánimo (Sabrina pensaba que solo se debía a lo de Gavrel y Dionisio solo seguía el juego, sin preguntar ni presionar) por los pasillos cuando Gavrel se paró ante nosotros.

—Necesito hablar con Dannika, ¿puede ser, chicos? —dijo con voz grave.

Me temblaron un poco las piernas y me negué a mirarlo a los ojos.

—No, profesor, esta es nuestra hora de receso —dijo Sabrina con altanería.

Dionisio la miró extrañado un segundo y luego comprendió que mi mal estado de ánimo se debía al profesor.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora