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......

Luego de explicar al comité de organización la razón de mi look me enviaron a sentarme con los chicos que ya estaban listos, Eli entre ellos.

Se veía preciosa, con su vestido estilo victoriano color rosa palo y su cabello recogido en tirabuzones y un tocado con pluma. Estaba maquillada de forma exagerada, como se suele hacer en el teatro real para que se distingan los rasgos a la perfección. Se veía maravillosa.

—Eli... estás.... estás tan linda y grande —dije cuando me acerqué.

—Wow, ¿yo? ¿Tú te has visto? —preguntó mirándome impresionada—. Viste, Luli, te dije que mi hermana tenía un sugar daddy, él le regaló ese vestido y esas sandalias y... no, la cartera es mía —agregó riendo.

—¡Eli! —la regañé—. No hay que dar malos ejemplos. Mi novio tiene la edad ideal para mí, chicas, y me regaló esto solo porque no tenía un vestido para la fiesta a la que debo ir —expliqué mirando a las chicas que me observaban con admiración.

—Ustedes, tontos, dejen de comerse con la mirada a mi hermana —dijo Eli enojada en dirección a los chicos, que desviaron la vista. Todos menos un chico con cabello rojizo que la miraba a ella con una sonrisa. Interesante, Damián, interesante.

—Es que estamos preguntándonos donde tiene los dulces que nos prometió —dijo Lucas.

—Veremos como sale todo hoy, aún no sé si merecen dulces —dije.

El tiempo pasó volando mientrs mi tía ayudaba al comité a arreglar a los chicos que faltaban. Se veían todos armoniosos, había sido una buena idea que los trajes se hicieran en conjunto.

—¿Nerviosa? —le pregunté a Eli antes de irme, me habían indicado que debía dirigirme a la zona del público.

—Ya no, solo me asusta el final —dijo y parecía emocionada y preocupada a la vez. Me alegraba verla así.

—Todo va a ser prefecto, chiquita —dije y acaricié su brazo.

Tomé la cartera y me dirigí a la salida.

Mi cartera vibraba, entonces recordé la foto que había enviado y la vergüenza se apoderó de mí. ¿Cómo la vanidad me había nublado tanto el juicio?

Tenía llamadas perdidas de Gavrel. Muchas llamadas perdidas.

—Mierda —susurré para mí mientras me iba por el costado del pasillo, alejándome del gimnasio que habían acondicionado para la obra.

El teléfono volvió a sonar y me dije que debía atender, ¿no?

—¿Hola? —contesté.

—¿Hola? ¿De verdad acabas de decirme hola? —dijo Gavrel con una voz que no llegué a interpretar. Oí la puerta de su auto cerrarse.

—Lamento enviarte la foto, solo... no sé que pensé. Me vi linda y como tú iniciaste con lo de las fotos, por cierto, me gusta tu lado de seflies divertidas y...

—Es tarde para arrepentirte de tus actos, Dannika Murath. ¿Dónde estás? —preguntó.

—Eh... yo... en la escuela de mi hermana —respondí. Me ponía nerviosa haberlo molestado, sonaba molesto.

—Ya lo sé, pero dónde es mi pregunta —aclaró.

¿Qué? ¿Quería decir que estaba allí?

—Salí por la puerta derecha del gimnasio, estoy en el pasillo —le conté.

Cortó.

Ah, genial. Maravilloso.

Como no tenía suficientes problemas en mi vida, parecía que era experta en crearlos yo.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora