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Adoraba la forma en la que Eliseo contaba historias. Comenzaba lento y pausado, pero a medida que se iba adentrando en su relato se ponía de pie, hacía ademanes con las manos y contaba datos extras a la anécdota.

Me sentía un poco abrumada por la presencia de ambos en una misma habitación, pero el hecho de que no estuvieran golpeándose ni apuntándose con armas me tenía en un estado de tranquilidad inquietante.

Me había dormido en los brazos de Gavrel, que ahora estaba recostado sobre el respaldo de la silla con los brazos cruzados y una sonrisa en mi dirección. Estaba tan cómoda y en paz que a pesar de que había dormido poco menos de una hora, sentía que había descansado como no lo hacía hace semanas.

—La cosa comienza hace unos cinco años, yo estudiaba en casa y en una academia privada con Felix. Éramos terribles —comenzó Eliseo con una sonrisa nostálgica—. Teníamos todo, aún no había empezado a trabajar tanto con mi padre, más bien lo ayudaba en tonterías mientras maduraba. ¿Recuerdas a Logan? Pues él era el encargado de vigilar que no hiciera ninguna tontería, claro que luego de todo esto perdió su trabajo. Yo no supe de esto hasta tiempo después.

—Das muchas vueltas para contarlo —lo cortó Gavrel.

—Te diría que lo cuentes tú, pero no sabes hacerlo bien —le replicó Eliseo.

—No sabes como lo cuento, nunca lo he hecho —se defendió el mayor.

—Pues yo tampoco, así que lo cuento como quiero —finalizó.

Los miré anonadada. Eliseo se puso de pie y continuó. Me sonrió al ver como lo observaba expectante.

—Era verano, hacía un calor inhumano. Felix y yo fuimos a la playa con dos chicas con las que salíamos en ese entonces, por mucho que intento recordar sus nombres no lo consigo —explicó frunciendo el ceño—. Se hizo la noche y preparamos una fogata con unos cuantos chicos que había allí. Éramos todos menores de edad menos uno, el que consiguió el alcohol.

Se movía por la cocina, describió la fogata, la música que sonaba en los teléfonos. Gavrel parecía impaciente de que llegara al punto y apostaría que ya lo hubiera interrumpido si no fuera porque me debía de ver compenetrada en la historia.

—En un momento, entre tanto alcohol me moría por me... por orinar —dijo—. Cuando volví a la fogata vi como la chica con la que salía estaba montada sobre el del alcohol y lo besaba descaradamente.

Puse cara de indignación, pero en seguida bajé la cabeza al recordar como yo le había hecho algo similar.

—Tranquila, Danni, lo que pasó en esa ocasión no tiene nada que ver contigo. En ese entonces era un niño inmaduro y estaba enojado porque me estaban viendo la cara de idiota por unas botellas de alcohol...

—Y ahora eres un niño inmaduro enojado porque el que se fue a Sevilla perdió su silla, como dicen —acotó Gavrel ante la asesina mirada de Eliseo.

—¡Gavrel! —lo reprendí y me sorprendió como se encogió un poco y alzó las manos, pero lo mirada pícara no abandonó su cara.

—Bueno, la cosa es que no me controlé. Felix y yo peleamos con estos tipos, porque nos creíamos muy malos y porque estábamos ebrios —se excusó, aunque en el fondo parecía que no se justificaba—. Eran, obviamente, más que nosotros, así que nos tenían acorralados. Pero entonces Felix sacó un arma de la mochila y lanzó un par de disparos al aire. Lejos de amedrentar a los tipos, que también estaban ebrios, se le fueron arriba. Intentando quitarle el arma esta se disparó y le dio a uno en la pierna. Felix se asustó ante los insultos y amenazas del tipo y se fue corriendo. Cuando quise seguirlo me pillaron. Eran creo que cinco, aunque uno estaba herido. Las chicas también habían desaparecido. No recuerdo mucho de esto, Danni, me golpearon mucho, mi consciencia iba y venía.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora