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Cuando desperté del sueño inducido por los analgésicos era de noche. Sabrina seguía allí, haciendo su tarea y ayudando a Eli.

Cuando me vieron despierta volvieron a la carga con preguntas que me negué a responder. Solo les conté que había solucionado las cosas con Alexei y que estábamos seguras. Esperaba que fuera cierto.

Sabrina se puso furiosa conmigo. Pocas veces habíamos tenido alguna discusión, pero su enojo era de preocupación.

Me aseguró que se alejaría de mí, porque no quería ver como le mentía y me seguían lastimando mientras ella no podía hacer nada.

Le dije que se fuera.

Cuando lo hizo me convencí que era mejor así. Si se alejaba de mí, la mierda que estaba creando no la afectaría.

Me di una ducha, limpiando mi cuerpo agarrotado. Cuando salí Eli me miró con una nota de terror en su rostro.

—No te reconozco, Danni, no sé que pasó, pero no me gusta —dijo con rostro lloroso.

—Yo tampoco me reconozco, pero ahora juego con sus reglas y la vieja Dannika no era capaz de eso —le expliqué.

Ella se metió a su habitación mientras yo bajaba a preparar la cena.

Entonces la puerta se abrió.

Gavrel estaba de pie en mi cocina en cuestión de segundos.

Lo miré sobre el hombro y seguí cortando zanahorias.

—Dannika —dijo él al ver mi rostro, se acercó y me quitó las cosas de las manos para apretar mis dedos con delicadeza.

—Hola.

—Lo voy a matar —dijo enojado acariciando mi mejilla.

—No, no lo harás. Arreglamos nuestras diferencias y ahora ya tiene el collar...

—Deja el maldito collar, Dannika —dijo con la expresión contorsionada por la rabia.

—Mira, lo que importa es que ya no me va a molestar —le conté con una sonrisa sin mostrar los dientes: había descubierto que tenía una paleta quebrada en una esquina.

—No parece —dijo evaluándome con las mirada.

—¿Qué haces aquí? —pregunté entonces.

—No me creí lo del collar, pero mi hermano aseguraba que era eso y Leslie también —me informó.

Estaba evitando mirarlo a los ojos pero él me alzó el mentón y me obligó a hacerlo.

—¿Qué pasa, Dannika? No creo nada de lo que dice ninguno —me dijo.

—Yo ya hablé...

—Profesor... Gavrel —dijo mi hermana acercándose.

—Buenas noches, Elaia —dijo él cordial, me soltó y la miró amable.

—¿Usted sabe que pasa? —preguntó ella mirándome con acusación. Genial, lo que me faltaba.

—Estoy intentado averiguarlo...

—Me dejan en paz ambos, ahora. O me voy a ir a la misma mierda —dije con una sonrisa espeluznante.

Elaia me miró con esa mezcla de terror, preocupación y extrañeza y Gavrel me miró serio.

—Ven, Eli, pongamos la mesa mientras tu hermana termina de cocinar —dijo con tono seco.

Las lágrimas se agolpaban en los ojos de mi hermana cuando me di vuelta para volver a cortar zanahorias.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora