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Era la hora de la salida y Sabrina estaba tras de mí, preguntaba sin parar respecto a mis declaraciones finales.

—Bueno —le dije en la puerta de entrada—, tal vez sienta muchas cosas por ambos.

—Lo sabía, te juro que lo sabía. Ay, Danni, estás en un lío de la vida y en un lío del corazón. Necesitas reiniciarte, como un celular sobrecargado —explicó.

—Lo que necesito es controlar lo que me pasa antes de que nos mate a todos —expliqué.

—Nah, en realidad lo que te pone en más peligro es lo de Eliseo, o sea, sir inodoro te mataría, en cambio si te decantaras por Gavrel estarían todos felices y no correrías peligro. El sir "te alejaría" de su hijo, harías lo que te pidió y seguro que Gavrel encontraría lindos apodos rusos para ponerte —musitó en voz bajita ya que a nuestro alrededor estaban nuestros compañeros saliendo del recinto.

—Claro, y iniciar algo en base a mentiras. Además su hermano me quiso matar, ¿o se te olvidó? —pregunté con los ojos muy abiertos.

—No son mentiras si le dices la verdad y su hermano no te quiso matar a ti específicamente, creo que quiso matar a alguien y bueno...

—Eres tan graciosa.

—Es más sano discutir tus problemas amorosos que descifrar quién quiere hacer qué en mafialandia.

—Hablando de todo un poco, ¿cuándo me dijiste que tenías la muestra de baile? —le pregunté recordando de golpe eso.

La sonrisa que me dedicó fue tierna y sincera.

—No puedo creer que recuerdes eso entre todo lo que te pasa. Es el sábado a la mañana, no te preocupes, igual te saco de la cama (de la tuya o de la de un mafioso) para que vayas.

—Okey. Viernes a la noche, Eli. Sábado a la mañana, Sabrina. Anotado en mi agenda mental —dije.

—Uf, cuantas veces me salvó la vida tu agenda mental, o el examen al menos.

Caminamos despacio a la parada.

—Dios, hablar tanto de tu vida sexual inexistente me dio hambre —dijo mientras esperábamos el bus.

Cuando dijo eso un interruptor de hambre se activó en mí y la urgente necesidad de papitas fritas celestiales se apoderó de mi sistema.

—Conozco el mejor lugar de papitas fritas de la ciudad. Deja busco la dirección y esperamos el bus correcto —le dije.

Rob and the potatoes estaba mucho más concurrido que la última vez que estuve allí, pero eso se debía a que ahora estábamos en la franja horaria del almuerzo.

—Ah, la señorita bella que baila con las papas —dijo Robin, el dueño, al reconocerme. Sabrina sonrió en mi dirección, recordando el baile que hacía cuando probaba las comidas de su madre.

—Hola, Rob. ¿Cómo estás? Quiero dos porciones de las mismas papas celestiales del otro día, dos refrescos y... quiero algo que tenga mucho queso...

—Tengo también el mejor queso provolone de la ciudad.

—¡Sí! —exclamó Sabrina emocionada.

Robin sonrió y dirigió nuestra orden a la cocina. Saqué mi tarjeta para pagar, esperando que el saldo fuera suficiente para no tener que pedirle a Sabrina, no cobraba la pensión de papá hasta el miercoles.

Robin alzó la mano y dijo:

—Guarda eso, niña. La casa invita.

—No, no, Robin no puedo permitir eso... —le insistí.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora