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—¿Todo bien, Danni? —preguntó Elaia tocándome la mano y sacándome de mi trance.

—Sí, sí. Estaba pensando, ¿no quieres este teléfono y me das el tuyo? —le pregunté.

—Danni, no le puedes dar a tu hermana un regalo que te hizo tu novio. Además, yo amo mi teléfono, es moderno... y que flojera cambiar tantas cosas de uno a otro.

La miré con una media sonrisa. Ella volvió a acercarse al lavabo y se puso a lavar lo que faltaba de los platos. Me dirigí a mi habitación, dispuesta a arreglar el teléfono

Con todos los contactos y fotografías en el nuevo teléfono decidí mandarle un mensaje a Gavrel.

"¿Qué es esto?" escribí. Lo hice de la forma más correcta posible porque era mi profesor.

"Hola, Dannika, eso es un teléfono para que le descargues uber y no te vuelvas a ver en la situación de caminar sola por la noche"

"Eso lo entiendo, pero es muy caro."

"La información también lo es"

Miré el celular, un poco enojada por saber que él quería comprar mi buena voluntad con un teléfono caro, y bajé al primer piso, dispuesta a hablar con Elaia.

—¿Qué es eso de los sugar daddys? —pregunté. Elaia estaba tirada en el sillón con un libro y me miró divertida por arriba de él.

—Ay, Danni, son hombres ricos que disfrutan de la compañía de jóvenes hermosas...

—Sé lo que son, lo que quiero es saber como lo sabes tú —le repliqué, levanté sus piernas y me senté junto a ella colocando sus pies sobre mi falda.

—Tranquila, hermanita, es solo un chiste en el salón. Majo dice que cuando vaya a la universidad va a conseguir uno para que le pague todo y Romina dice que ella lo conseguirá antes. Entonces siempre hacemos chistes de eso.

—Ajam, bueno. No te metas en esas cosas...

—Lo dice la que tiene un novio mayor que le regaló un teléfono de último modelo.

Le pellizqué un dedo del pie como respuesta.

—Ay —dijo riendo.

—A ti te gusta Dionisio, así que...

—Mentirosa —replicó pero se puso colorada. Era muy divertido picarla con el amor platónico que sentía por mi amigo.

Se cruzó de brazos y fingió estar ofendida el resto del día, lo que hizo que me divirtiera aún más.

...

El lunes llegó y sentía el conocido nerviosismo que solía acompañar mis pasos estos últimos meses. Me miré en el espejo con una mueca disgustada: tendría que ponerme más corrector de lo habitual para tapar mis ojeras.

Me había costado conciliar el sueño, los buenos recuerdos de papá decidieron que era un buen momento para reproducirse en mi mente como una película agridulce hasta hacerme llorar.

El recuerdo de como siempre decía que estaba lleno luego de la cena cuando el postre era helado para que Eli y yo comiéramos más. La forma en la que se paraba de brazos cruzados fuera de la escuela a esperarme cuando salía y como miraba con rostro de enfado a Jerom cuando él me acompañaba a casa. Las pequeñas cosas que hacían que Demir Murath fuera mi padre y que me hacían extrañarlo en los momentos menos pensados.

Escuché el rítmico ruido de mi hermana batiendo su café y supe que para ella todo estaba bien, era una locura como podía reconocer su estado de ánimo en base al ritmo con el que batía el café.

Deuda de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora