El auto se movía zigzagueante, el dolor que me provocaba cada vez que doblaba hizo que me despertara, pero mantuve mis ojos cerrados por el terror que me daba lo que pudieran hacer conmigo estos hombres.
Me iban a matar, la policía encontraría mi cuerpo maltrecho en algún lugar abandonado, o no lo encontrarían jamás. Pero, ¿por qué no lo hacían directamente?
Estaba convencida de que iba a morir, solo esperaba que fuera rápido. No tenía forma de defenderme de dos tipos con armas estando en perfecto estado, menos podría hacerlo con las costillas rotas, porque estaba convencida de que estaban rotas, no podía doler tanto respirar.
Los tipos aceleraron, los escuchaba hablar pero no entendía lo que decían. Era otro idioma, la pregunta era: ¿ruso o alemán? ¿Romanov o Bunner?
Eso me había empezado a comer la cabeza... la posibilidad de que fueran unos u otros, la certeza de que alguien me había traicionado.
Oí que empezaron a hablar más fuerte, también oí el ruido del viento entrando por una ventana que acababan de abrir y pude escuchar más detonaciones. ¿Cuántas balas tenían estos hombres?
Aceleraban cada vez más y se gritaban más, muy enojados. ¿Nos perseguían? No oía sirenas de policía.
Abrí un poco los ojos, tenía la cabeza apoyada en el respaldo del asiento así que vi el techo.
Moví un poco la cabeza con cuidado y mis ojos apuntaron en dirección al frente, los tipos estaban discutiendo mientras uno enviaba disparos al azar hacia atrás, no me prestaban atención para nada.
La calle por la que íbamos era de la periferia de la ciudad, sabía que estaba cerca de la costa porque el aroma del aire era salado, pero podía ver casas dispersas a los lados, rodeadas de árboles, ¿pinos?
Con mucho cuidado giré la cabeza y un poco el cuerpo para ver que pasaba por el parabrisas trasero, que estaba astillado de un lado a causa del impacto. Reprimí el gemido de dolor que se instaló en mi garganta: no podían saber que estaba consciente.
En efecto, nos estaban siguiendo. Un auto gris que me resultaba familiar estaba pegado a nosotros. Estaba segura que tras el volante divisaba a Gavrel.
Me preguntaba si sería capaz de salvarme de esta. Rogaba que sí con esperanzas renovadas.
Si me salvaba le compraría una caja de chocolates caros.
Me enderecé, porque la posición en la que estaba me dificultaba más la respiración y miré a mi alrededor, pensando en que tenía que ser positiva y que saldría de esto para ver a mi hermanita en su obra y para sacar la maldita licencia de conducir y para besar a Eliseo.
No podía creer que sobre mi falda estuviera mi bolso, ¿cómo me las había ingeniado para mantenerlo conmigo? Gracias al celular que había dentro Gavrel me había localizado.
Volví a tirar la cabeza hacia atrás, haciéndome la tonta mientras metía la mano en mi siempre abierto bolso y sacaba el celular, llamé a Gavrel para que él escuchara lo que decían, esperaba que si era en alemán lo entendiera, para saber que tramaban.
También saqué un lápiz que había suelto, dispuesta a usarlo como arma de ser necesario. Eliseo me había enseñado los lugares idóneos en los que clavar un lápiz para lastimar mucho a un oponente.
Respiraba superficialmente y mantenía mi brazo quieto, el dolor de cabeza estaba disminuyendo quedando solo en un punto en la parte de atrás.
Vi por la ventanilla como Gavrel se puso a la altura del coche y les gritó.
—¡Si no frenan en este jodido instante, no volverán a ver la luz ni ustedes ni sus asquerosas familias de mierda!
Lindo vocabulario el rusito.
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Deuda de sangre
RomanceLuego de la muerte de su padre, Dannika Murath, de dieciocho años, pasó a ser la tutora de su hermana y la heredera de una deuda con la mafia austríaca de la ciudad: los Bunner. Cuando le dieron a elegir entre la muerte o ser la mensajera de la fami...