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El sonido de sus pasos pisando la hierba de la montaña era lo único que se escuchaba donde se encontraba, respirando cada vez que sus pulmones podían el aire puro de la montaña.

Grillos empezaron a sonar de fondo, todo esto mientras la Luna les daba la bienvenida a esa noche estrellada. Después de dos semanas desde que David sugirió la idea de la acampada por fin podían empezarla. Un fin de semana entero los nueve en una montaña, ¿había algo mejor que eso?

Bueno, sus amigos le dijeron que todo, pero eso no cuenta.

Se detuvo cuando llegó a su destino, el acantilado de unos veinte metros de altura donde había un tronco caído para usarlo de asiento. Desde allí había unas vistas increíbles durante el día, dato que David y Manuel (sí, sorpresivamente) confirmaban.

Se sentó en el tronco, cerrando los ojos mientas los recuerdos de su infancia le volvían a la mente. Recordaba las veces que fue a las montañas con sus padres, la primera vez que trajo a su primera novia, Dulce, cuando tan solo tenía 16 años de edad. El tiempo pasaba demasiado rápido.

-Boo- el mayor dio un brinco de sorpresa ante la voz que susurró a su espalda, sintiendo unas manos agarrar sus hombros con delicadeza. Enseguida sintió su cuerpo relajarse al escuchar esa peculiar risa-. Tío, tenías que haberte visto la cara.

-Qué susto- David empezó a reírse, dejando sitio para que el menor se sentara a su lado-. Mira, hoy podemos ver mejor las estrellas.

-Ya te digo- los orbes azules del menor se posaron enseguida en el cielo, admirando los pequeños y brillantes puntos que adornaban este-. ¿Sabes? Me alegro de que hayamos venido todos aquí, es un sitio precioso.

-¿Ves? No solo soy una cara bonita.- ambos soltaron una risa ante ese comentario, disfrutando del silencio de la montaña en esos minutos donde pudieron estar a solas.

Ya habían pasado varios meses desde que ambos se conocieron, varios meses en donde poco a poco fue aumentando su amistad, llegando al punto de lograr comprenderse a la perfección sin necesidad siquiera de palabras.

Por ejemplo, no dijeron nada cuando sus manos, inconscientemente, se agarraron entre sí, sintiendo el calor que emanaba la mano ajena en comparación con el gélido ambiente. Era una señal de apoyo, un gesto de cariño entre ellos.

El resto de la noche se la pasaron con el resto de sus amigos hablando entre ellos alrededor de una fogata, teniendo las típicas nubes de azúcar pinchadas en unos palos y la compañía de las estrellas. Se irían a dormir en torno a las 4 de la madrugada, cada uno tumbado en su saco de dormir.

Esa noche Alejandro y David no durmieron, sino que se la pasaron buscando animales nocturnos y explorando los territorios de las montañas, todo esto con sus manos apartadas. Aún tenían dos noches más para dormir, por lo que esa escapada no sería peligrosa.

Lo más gracioso de todo era que nunca se daban cuenta de cómo se agarraban de las manos. Al parecer compartían la misma neurona, o eso pensaba Raúl al verles por accidente en mitad de su persecución con una serpiente.

Luz de luna// Fargexby Donde viven las historias. Descúbrelo ahora