22. Blood in my eyes - Sum 41

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Los minutos parecieron horas. Gerard, mamá, Mikey y yo estábamos sentados impacientes en la sala de espera.

-mamá tiene problemas en el corazón. Requiere de mayor cuidado, y siempre está la posibilidad de que sufra un paro cardíaco. –comenzó a decir Gerard lentamente. –tengo miedo.

Mi mamá deslizó su brazo sobre sus hombros.

-todo estará bien…

Michael comenzó a temblar a mi lado al escuchar a su hermano diciendo eso. Quise maldecir a Gerard por dentro ya que puso nervioso a Michael, pero seguramente lo hizo sin pensar. Todos estábamos nerviosos. Tome una de las manos de mi novio, y entrelacé sus dedos con los míos. Estuve varios minutos acariciando sus nudillos con mi pulgar, tratando no de calmarlo, ya que eso era imposible en esos momentos, pero sí de hacerle notar que yo estaba allí para él.

Cuando Donald entró por la puerta en que se fue, todos nos pusimos de pie. Él tiró al piso y apagó con el pie el cigarrillo que tenía entre sus dedos.  A juzgar por su cara, parecía estresado. Gerard clavó la mirada en su padre, y Mikey apretó mi mano.

-¿qué te dijo? –me aventuré a preguntar.

El silencio se hizo presente. Me desesperé por dentro por una respuesta que tardaba en llegar.

-Tuvo un paro cardíaco en la ambulancia. –comunicó finalmente.

Justo lo que Gerard había pronosticado.

-¿y-y a-a-a-hora…?

-no es momento de tartamudear Michael. –se quejó su padre. No podía creer lo que había oído. –está en terapia intensiva.

Todos nos quedamos en silencio. El menor de los hermanos estaba cabizbajo.

-sufrió quemaduras por casi todo su cuerpo. ¿Me pueden decir qué es lo que provocó el incendio? –miró severamente a su hijo menor.

-Mikey ni siquiera estaba en la casa. No lo mire así. –lo defendí, y luego vi a mi madre que me dedicaba una mirada que claramente decía “no te metas en cuestiones familiares ajenas”. La conocía tanto, que hasta podía saber que pensaba. No sé qué haría si fuera ella la que estuviera en terapia intensiva. La mirada del hombre se dirigió a su otro hijo, que tenía los ojos nuevamente llenos de lágrimas.

-y-yo no lo sé. Ella estaba en la cocina, y yo en mi habitación, cuando…

-¡Donald! –exclamó la voz de un hombre que acababa de entrar. Detrás de él, venía la muchacha desconocida que había visto hace un rato. –como lo siento, amigo. ¿Cómo se encuentra Donna?

-Patrick. Me alegro de verte, aunque no en estas circunstancias. Madeleine –saludó a la chica con una leve sonrisa. Esta asintió con la cabeza, y siguió allí parada, aferrada a su cartera, como si su vida dependiera de eso. Salvo esa acción, parecía bastante indiferente a todo.

-Maddie –exclamó Gerard acercándose a ella.

-Tanya, yo voy a volver a casa. –me dijo mi madre acercándose a mí. –no hace falta que vuelvas vos también si Michael te necesita. Manténganme informada. –ahora lo miró a Mikey. –cualquier cosa, llamame. Voy a estar atenta al teléfono. Adiós chicos. –nos saludó a ambos y salió del hospital.

-larguémonos de acá. –le dije a Mikey en tanto mi mamá se fue.

-p-p-pero…

-tenés que despejarte. Esto no te va a hacer bien Mikes. Confía en mí. Si pasa algo, te van a llamar. Vamos a caminar un poco, a tomar algo de aire y volvemos. ¿Qué te parece? –traté de convencerlo.

Él solo asintió con la cabeza.

Salimos de allí tomados de la mano caminando tranquilamente. En todo ese tiempo traté de distraer al chico, y casi lo logré, pero su preocupación era mayor. Un rato luego, volvimos al hospital, y todo seguía igual. Salvo que Patrick y Madeleine ya no estaban allí. 
Los días siguieron pasando, y no había ninguna noticia sobre Donna. Porque nada pasaba con respecto a ella. Sólo seguía en terapia intensiva, conectada a un respirador, y en estado grave. Nada más se nos decía, no había mejoras, pero tampoco empeoraba. Me pregunto cuándo saldrá de allí, y al pensar en lo mucho que puede seguir así, siento un vacío que llena la boca de mi estómago. No me quiero imaginar cómo se siente su familia. 
Durante los tres días siguientes los hermanos estuvieron faltando al colegio. Entonces, el tiempo libre que tenía lo pasaba con Olivía, la cual cada vez se volvía más cercana. Ella me presentó a Ally y Dea, dos de sus amigas del curso, con las cuales me llevé realmente bien. Por otra parte, Annice ya se estaba consiguiendo nuevos amigos, de más estatus social que yo, y debo confesar que no se acercó a mí en estos días para nada. Ni siquiera para preguntarme como estaba al verme sola en clase. 
Por las tardes visitaba el hospital para ver a mi novio y su hermano. No se nos permitía entrar a la sala donde su madre se encontraba luchando por su vida, pero ese no era motivo para dejar de ir al hospital. Ellos realmente estaban mal, y hasta se veían más demacrados. La expresión de tristeza en sus rostros no podía borrarse con nada. Con ayuda de mi mamá, pudimos convencerlos de que volvieran al colegio, al menos para distraerse, a pesar de que a Donald le daba igual que hicieran sus hijos con sus vidas. 
Gerard parecía distraerse al menos un poco cuando estaba con sus amigos, pero Mikey estaba demasiado callado todo el tiempo. No tenía ganas de copiar del pizarrón, de escuchar a la profesora, e incluso de hablarme a mí. Se lo veía apagado, como si le faltara una parte de sí. Quizá era más sensible de lo que parecia. Quizá el ya presentía lo que iba a ocurrir. 
Algunos días más pasaron. Fue un tiempo realmente difícil. Donna no despertaba. Y ya había pasado un mes desde aquel accidente. Yo creía que las personas se recuperaban rápido de los paros cardiacos, pero al parecer, este no era el primero que sufría la mujer, por lo cual había más riesgos. Aún no podía respirar por si misma. Aunque todavía quedaban esperanzas. Al menos yo las tenía. 
De a poco mi madre dejaba de preguntar por la mujer. De a poco, Donald y Gerard dejaban de ir todos los días al hospital. Sólo Michael se mantenía constante. Si no estaba en el colegio, estaba en el hospital. Llorando. En silencio. Pensando en Dios sabe qué. Y yo quería ayudarlo. Pero no sabía cómo. Olivia me dijo que en situaciones así, yo sólo podía acompañarlo. No había nada más que pudiera hacer. 
Las clases terminaron, pero todos los  días seguían siendo una monotonía. Deseaba con todas mis fuerzas que Donna se recuperara, e incluso rezaba todos los días por ella. Pero al parecer, nada de eso funcionó. 
Las clases terminaron, dando paso a las vacaciones de invierno. Eso quería decir, que el año estaba terminando, y Donna se mantenía igual. Todas las mañanas acompañaba a Mikey al hospital, y por la tarde trataba de distraerlo un poco de su triste realidad. Pasó mucho tiempo así. Michael no volvió a ser el mismo luego de ese accidente. No volví a ver una sonrisa sincera en su rostro. Y eso me destrozaba. Verlo mal me hacía mal. 
Hasta terminé perdiendo las esperanzas. Donna no saldría de esa cama de hospital. De lo contrario, ya lo hubiera hecho. 
Y no estaba tan errada. 
Hubo una tarde, en que Mikey quiso quedarse en su casa durmiendo. Venía con el sueño atrasado hace varios días en que venía durmiendo mal, por lo que lo dejé para que descansara. Después de todo, lo necesitaba. Y yo también. Una tarde sola me vendría bastante bien. Estuve en mi casa dibujando por horas, era algo que no me cansaba jamás, hasta que mi celular comenzó a vibrar sobre la mesa. Era un mensaje de mi novio. 
"Creí que se iba a salvar. De verdad tenía esperanzas"

Leave out all the rest. |Mikey Way|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora