Capítulo 68. El único dueño

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Gina

Esto de ser estudiante universitaria me pasaba factura. Estaba agotada y pensaba que mi cabeza en cualquier momento iba a estallar, pero sentía una extraña satisfacción en todo aquello, pues conocía a nuevas personas. Genave, quien se inscribió en un postgrado solo para poder vigilarme de cerca, hacía mis días aún más llevaderos. Sin embargo, aún me hacía falta una parte de mí, esa que le pertenecía enteramente al hombre al cual le entregué todo. No hablaba solo de la tan preciada virginidad, hablaba del anhelo de mi corazón, ese que se moría por estar con él, por verlo de nuevo, por estar en sus brazos.

El cielo se tiñó de un color grisáceo aquella tarde y el edificio de apartamentos donde vivía se veía más horrible que nunca. Me despedí dándole un fuerte abrazo a Genave y anotando en mi mente que debía comprarme un auto. Aprendí a conducir en mis años de secundaria, pero nunca me visualicé detrás del volante. Era rara. Todos los chicos de mi edad morían por tener su propio auto y yo, con simpleza, me apegué a la comodidad de ser llevada siempre.

—Gina —llamó Alexis justo cuando pensaba perderme en el interior del ascensor.

—¿Qué? —le pregunté con cansancio.

—No seas tan arisca, niña —contestó con voz cansina. Él era el menos indicado para hablar de personas ariscas—. Toma. —Me pasó una bolsa—. Tu madre vino más temprano y dejó esto. Dijo algo de estar feliz porque ibas a la universidad. ¿No estás muy vieja para eso? —Le regalé una sonrisa sin una pizca de gracia y me quedé en absoluto silencio.

Hice mi trayecto de nuevo al elevador.

Aquella bolsa pesaba un montón. Al abrirla, pude observar un sinnúmero de cosas que quizá no eran necesarias. Por ejemplo, un destapador de cervezas. No sabía si mi madre tenía más que claro que estaba algo grandecita para fiestas alocadas y ese tipo de cosas. Además, ya poseía un destapador en la despensa. Pasé la transición de joven adulta y ahora me consideraba una adulta en todo su esplendor. No obstante, estas cosas le emocionaban a Darla, ¿y quién era yo para contradecirla?

El pasillo se encontraba sumido en tinieblas por lo nublada que estaba la tarde. Como siempre, levanté los brazos para que se encendieran los sensores de luz y así poder abrir la puerta. La señora Spencer le daba de comer a su gato en el pasillo y me miró con cara de pocos amigos. No era raro que me regalara aquel tipo de miradas. Lo que sí era raro era que se hallara a esta hora fuera de su apartamento.

—Hola, señora Spencer. —Traté de sonar simpática.

Ella me miró, escéptica, luego intentó con mucho esfuerzo regalarme una sonrisa.

—No deberías traer hombres a tu apartamento —comentó.

La contemplé, extrañada. Metí la llave en el cerrojo y me perdí en el interior de mi hogar.

Mi alma se fue al suelo cuando percibí un extraño cambio en el ambiente. Un olor a vainilla inundó mis fosas nasales y mis latidos se aceleraron tanto, que pensé que mi corazón se saldría de mi pecho. Caminé despacio por el pequeño pasillo que llevaba a mi sala. Tenía tanto miedo. Por un instante sopesé regresar al pasillo, pero no era yo la que debía irme, era el intruso que se atrevió a entrar en mi casa.

Él yacía de pie en medio de mi pequeña estancia con las manos en los bolsillos de los pantalones. Aquella camisa azul celeste se le ajustaba a la perfección al cuerpo. Al tener los primeros botones desabrochados los tatuajes que cubrían su pecho se asomaban un poco. Di media vuelta e intenté salir de allí, pero sus brazos se enredaron en mi cintura con rapidez, impidiéndolo. Podía sentir su respiración sobre mi cuello y el olor distintivo del perfume que siempre usaba. No supe cuánto tiempo pasó desde la última vez que lo vi, pero sabía que fueron varias noches y varios días. No podía siquiera creer que él estuviera aquí.

—Te dije que regresaría —susurró en mi oído.

Todas mis terminaciones nerviosas parecían que iban a colapsar y las lágrimas no tardaron en mojar mis mejillas.

—Estás aquí —dije con la voz quebrada y puse mis manos sobre las suyas.

Él me sostuvo con más fuerza.

Inhaló el aroma de mi cabello y dejó un reguero de suaves besos sobre mi cuello. ¿Era esto verdad o solo era otro de mis sueños con él? Sueños de un final feliz en el cual solo existíamos él y yo, en donde las clases sociales no nos separaban y al final mirábamos al horizonte sabiendo que éramos el uno del otro. Apreté sus manos con más fuerza con temor de que se fuera a terminar, de que esto solo fuera producto de mi imaginación. Me giró, me tomó por la barbilla y me hizo mirarle a los ojos.

—¿Esta es tu forma de hacerme saber que me extrañaste? —Limpió con sus dedos las lágrimas de mis pómulos—. Ese silencio significa que me extrañaste mucho.

Me lancé a su boca sin poder evitarlo y el roce de sus labios me devolvió la vida.

Alessio enredó sus dedos en mi cabello y profundizó aquel beso. El pequeño cuadro que adornaba la pared terminó en el suelo y no pudimos resistir la risa cuando nos dimos cuenta de aquello. Volvimos a besarnos mientras él me cargaba sobre su cintura y caminaba conmigo hacia la habitación. Oí el maullido del gato de la señora Spencer; ella escuchó a través de la puerta, mas no me importó. Tenía a mi hombre devuelta y eso era lo único que me importaba ahora.

Un relámpago iluminó mi recámara. Le quité la camisa, acaricié su pecho y me mordí los labios. Sus manos viajaron por debajo de mi camiseta. Su toque se volvió cauto y precavido. Deseaba llevar las cosas con calma, pero yo necesitaba sentirlo en todo su esplendor.

Me aventuré a hacer una petición, pues lo quería y podía hacerla.

—Házmelo duro —demandé.

Sus pupilas se dilataron y su mirada se oscureció.

Se quitó el cinturón.

—¿Estás segura? Creo que debo decirte algunas cosas...

Lo callé con un beso. Lo que había que decir podía esperar.

—Solo hazme tuya.

Rompió el sostén con sus manos y me quitó las bragas con los dientes. Me acomodó de forma cruzada sobre la cama, colocó mis manos sobre la cabeza, las amarró con el cinturón y lo ajustó bien fuerte mientras pasaba sus dedos por mi coño desnudo.

Terminó de desnudarse despacio, torturándome con el deseo de tenerlo dentro de mí. Podía ver la maldad en su mirada y cómo disfrutaba de aquella malicia. Traté de moverme, pero él trepó sobre la cama con rapidez y me inmovilizó con sus piernas por las caderas. Sentir el roce de su pene me dejó enloquecida. La petición que hice me saldría bien cara. Desapareció por un par de minutos. Lo escuché hurgar en la cocina, después llegó con un vaso con hielo y uno de aquellos caramelos que refrescaban la garganta. Dejó que uno de los cubitos se deslizara por mi abdomen, lo agarró y frotó sobre mi coño. Aquello me estremeció y solté un pequeño grito por la impresión. Introdujo el caramelo en su boca y sacó la lengua para mostrármelo. Me sentí curiosa; quería saber qué haría con eso. Cuando su boca se colocó sobre mi coño, lo entendí. Se sentía frío, pero la sensación era tan malditamente arrolladora que no pude evitar soltar gritos de placer. Pasaba su lengua una y otra vez con aquel gélido caramelo. Chupaba sin piedad y hacía que mi cuerpo temblara. Cuando introdujo uno de sus dedos en mi cavidad, pensé que me vendría allí mismo.

—No te vengas —dijo sobre mi boca y chupó mi labio inferior con diligencia.

Solté un gemido cuando entró en mí y comenzó a embestirme con dureza. Su mano cubrió mi boca para ahogar los gritos que escapaban de mi garganta y levantó mi cabeza para que mirase cómo entraba y salía de mí. Era demasiado perverso y excitante. Extrañaba toda esta adrenalina y el saberme presa de sus bajos instintos. Me puso en cuatro y dejó una fuerte nalgada sobre mi trasero. Me encontré en mi punto máximo y a pasos de correrme.

—Eres el amor de mi vida —jadeó.

Besó mi espalda, clavó sus dedos en mis caderas y explotó dentro de mí.

—Tú eres el mío —gimoteé.

Sucumbí ante el placer y confirmé allí que él era el único dueño de todo mi ser.

La Oscura Obsesión de Alessio✔ (Libro #1 serie Oscura +18) Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora