AMOR JOVEN *PARTE DOS*

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Mm hmmm
—Mmm, déjame ver si entiendo: Salir con mi madre y sus amigas… ¿fue
fantástico? No estoy seguro de haber escuchado bien.
—Me escuchaste bien. Fantástico.
Alfred y se echó a reír.
—De acuerdo entonces.
—Ellas son graciosas —explicó amaia—. Además son dulces.
—Me he dado cuenta que estás del lado de personas mayores —dijo alfred.
—¿Lo estoy?
—Bueno, te hiciste amiga de Fanny —dijo―. Aitana no es la típica chica de
diecinueve años. Quiero decir, seguro, todavía es increíblemente inmadura de alguna manera, pero en su mayoría, actúa con más madurez que el resto de su edad.
Amaia asintió, escuchando.
—Querías conocer a las amigas de mi madre. Independientemente de lo
asustada que estabas, todavía querías salir con ellas.Amaia arrugó su rostro.
—Tienes razón. ¿Porque me gusta salir con gente mayor?
Alfred estuvo callado por un momento. Y luego golpeó suavemente su muslo cuando se dio cuenta.
—Ya sé.
—Dime.
—Eres curiosa. Constantemente quieres aprender cosas. Creo que esperas que si pasas más tiempo con personas mayores, te enseñen cosas. Eres como una esponja —dijo.
—Mmmm, nunca lo había pensado de esa manera —dijo amaia.
—Me gustas de esa manera —continuó alfred—. Si no fueras curiosa acerca de las cosas que importan o no aprendieras, no creo que pudiera estar contigo.
—No creo que me guste mucho —añadió amaia—. Pero este equivocado en una cosa.
—¿Y qué seria?
—No soy una esponja en todo —dijo—. ¿Recuerdas cálculo? Creo que pasé
mirando más tiempo mirando la nada que poniendo atención a la clase.
Alfred se rió.
—Bueno, eso era porque sabías que saldría a ayudarte. Así me atrapaste.
—Al principio no lo hice —amaia señaló. Ella tomó su mano—Bueno, no al principio. Pero amaia, por favor. Cuando lo recuerdo, mis sentimientos por ti eran descaradamente obvios.
—No, no lo eran —argumentó ella.
—¿De veras?
—Sí. De veras.
—Hmmm. Bueno, ¿cómo están ahora? —preguntó.
—Descaradamente obvios.
Él sonrió.
—También gravité hacia ti —dijo amaia—. No te incluiste en esa lista.
—Tienes razón. Me olvidé de mí.
—Creo que aprendí mucho de ti —continuó—. Sé que soy mucho más joven que tú, pero espero que tal vez hayas aprendido algo de mí.
—No tienes ni idea las cosas que he aprendido de ti. Constantemente. Todos los días. Como amar mejor. Ser de mente más abierta en ciertas cosas.
—¿Ciertas cosas como qué?
—Tu gusto por los libros, por ejemplo.
—Continúa.
—Bueno, prefiero la literatura oscura. Prefiero las literaturas distópicas. Pero tomé uno de tus libros el otro día y lo he estado leyendo entre clases.
Amaia sonrió.
—¿Cuál?
—La Magia de los Días Ordinarios —dijo.Ella golpeó su brazo.
—¡Vamos! ¡Ese es como, un libro de chicas!
—Lo sé, Pero te observé leerlo en pocas semanas hace días y pensé en darle una oportunidad. Para ser justos. Te he hecho escuchar mi música.
—¿Qué opinas del libro?
—Creo… —Hizo una pausa, decidiendo lo mejor para decir—… que es muy apropiado para lo que está pasando en tu vida en este momento. ¿Lo leíste a propósito?
Ella asintió.
—Eso es algo que amo mucho de ti —dijo alfred—. Todo lo que haces es
meditado. Porque creo que eres una de esas personas que constantemente anhelan el entendimiento, y seguirás buscando hasta encontrarlo. Eso es lo que haces con tus libros. Haces eso con la gente que te rodea. Diría que eres una aprendiz de la vida.Hay tanto por descubrir.Él rio.
—Eso no es verdad.
—¿Sigues leyendo el libro? —preguntó ella.
—Casi lo termino. Y es muy bueno.
—Gracias por hacer eso —dijo amaia.
—Oh, y luego pienso acostarme contigo. Ella estalló en un ataque de risas.
—¿No? —preguntó.
Ella sacudió su cabeza.
—No lo aconsejo.
Él colocó su brazo alrededor de ella.
—Quiero probar mi nuevo control de natalidad —amaia dijo de repente.
—¿Ah sí?
—Fui a la clínica de la universidad al principio de esta semana. Decidí ir con el control de natalidad —dijo ella, jugando con sus dedos.
—¿Alguna razón en particular? —Reprimió el deseo de alejar sus manos. Le daba cosquillas.
—Estoy cansada de los condones. Son, como, para personas que tienen sexo
promiscuo. Él rió.
—Eso, o la gente quiere jugar segura.
—Creo que son asquerosos.
Él se abstuvo de recordarle acerca del semen que corrió por su cuerpo en el
armario del salón de clases. Cuando no usaron condón.
—¿Debí de haber platicado contigo esto antes? —amaia preguntó.
—No. Es tu cuerpo —dijo alfred.
—Bueno, tú lo usas.
El rió fuertemente.
—Puedes apostar que sí.
Él tomó su mano y la levantó. Ignoró la voz en su cabeza que le decía «Andy
usaba la píldora y mira lo que pasó». No quería escucharla, más que nada porque quería recapturar la sensación de hacer el amor con amaia sin la barrera del condón. Síp, era una pequeña barrera, pero no obstante un barrera. Él quería una conexión física total, por lo que sofocó la voz con la suya. «La píldora es 99.9 porciento efectiva».
Amaia sonrió.
—Mmm, sí, lo es.
—¿Dije eso en voz alta? —alfred preguntó.
Ella sonrió.
—Síp.
Alfred sacudió su cabeza y la llevó al dormitorio.
—No vamos a tener una repetición de lo que paso a principios de este año —
dijo amaia tranquilamente—. Pero si por algún motivo llega a pasar, no tienes permitido romper conmigo.
Él la levantó y la lanzó a la cama. Ella gritó.
—Oh, no te voy a dejar ir a ningún lado —dijo, viéndola como si fuera una deliciosa cena. Y ya estaba hambriento—. Me pregunto a qué sabrás hoy, amaia.
Ella se sonrojó.
—¿Qué quieres decir?
Él subió encima de ella y deslizó sus manos entre sus piernas.
—Siempre sabes a lo que ir recientemente has comido.
—¡¿Qué?!
—Así es.
—¡Oh Dios mío! —Ocultó su rostro entre sus manos.
—¿Por qué te da vergüenza? Me encanta. Es como un juego. Averigua lo que Amaia  ha tenido de almuerzo.
Ella se rió entre sus manos.
—¿Puedo?
Ella separo sus dedos y le dio un vistazo entre las ranuras.
—¿Y qué obtienes si ganas? —preguntó ella.
—Una deliciosa comida.
—¡alfred!
—¡alfred! —La imitó, luego besó sus manos—. No puedo esperar a escuchar eso cuando tenga setenta. «¡alfred!»Ella dejó caer sus manos.
—¿Tú piensas que haremos esto a los setenta?Se miraron uno al otro, haciendo una mueca.—Y ahí va mi erección —dijo. Rodó sobre ellos, asegurando sus brazos
fuertemente atrás de su espalda.
—¿No me encontrarás sexi a los setenta? —preguntó ella.
—Tú serás sexi por siempre. ¿Yo, por el otro lado? Primero que todo, tendré
ochenta. Segundo, eso es viejo como la mugre. Tercero...
—Serás joven por siempre —lo interrumpió ella —. Me aseguraré de eso.
—Síp, pero la idea de un arrugado y viejo pene…
—¡alfred! —amaia hundió su rostro en sus hombros y se rió histéricamente.
—Solo digo.
—¡No lo hagas! —gritó ella —. ¡No digas otra palabra!
—Este sexo esta arruinado, ¿no es cierto? —preguntó él.
—Totalmente.
—Hmmm.
Ellos estuvieron en silencio por un tiempo. Alfred froto su espalda mientras ella acariciaba su cuello.
—¿Quieres jugar Mario Kart? —preguntó.
—Claro.
Después averiguó qué almorzó ella.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora