LA CONFESIÓN

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Aitana resopló. — ¡Ubícate, chica! Amor no significa que no te vas a enojar a veces. O decir cosas hirientes. O hacer cosas realmente estúpidas. Oye, somos humanos. No somos perfectos.
Bajé la mirada a mi regazo.
—Mírame —exigió Aitana, y yo obedecí—. Amaia, no puedes ser tan
ingenua como para pensar que el amor nunca va a doler o que las relaciones están bien todo el tiempo.
— ¡Por supuesto que no! —chillé ofendida—. ¡Pero él me humilló delante de toda la clase!
Aitana asintió. —Y te puedo garantizar que se siente como una mierda al respecto. Se sintió como una mierda tan pronto como lo hizo.
Solté un gruñido.
—Sólo espera la disculpa. Ya viene —dijo Aitana.
—Más vale que sea una buena —murmuré.
Justo en ese momento sonó mi celular. Lo saqué de mi bolso y miré la
pantalla. Alfred. Ignoré la llamada. Aitana me miró con curiosidad mientras deslizaba el teléfono en mi bolso.
— ¿Qué? —pregunté.
—Al igual que una niña —dijo.
—Sí, y ¿adivina qué? Tú eres una, también —espeté.
—Oh, no te doy la contraria. Ignoro las llamadas de miguel todo el tiempo.
Incluso cuando no estoy enojada con él —dijo, empujándome.
Me reí. —Bien, así que ¿por qué me estás dejando conocer a miguel? —
pregunté.
—Estoy matando dos pájaros de un tiro —respondió.
— ¿Qué quieres decir?
—Bueno, estaré ahí para ti emocionalmente y podré ver a mi hombre al mismo tiempo —dijo—. Además, pensé que ya era hora de que lo conocieras de todos modos. Me di cuenta de que tendríamos que empezar a compartir un poco
sobre nuestras vidas secretas.
Asentí.
—Sólo para asegurarme de que esta gran red de mentiras que hemos creado se mantiene intacta —explicó.
Asentí de nuevo.
—Gracias por compartir sobre el Sr. García. Sabes que puedes confiar en
mí, ¿cierto? Yo sabía que podía confiar en Aitana. Los dejaría que la quemaran en la hoguera antes que decirlo. Ella era esa clase de persona. Leal. Digna de confianza.
¿Una amiga, tal vez?
Asentí por tercera vez.
—Usa tus palabras, Amaia.
Sonreí. —Sí, Aitana. Confío en ti.
Miguel salió del garaje, y Aitana se levantó para saludarlo.
—Hola, bebé —dijo ella, inclinándose por un largo y buen beso a lengua
trabada. Aparté mis ojos—. Me gustaría saltar sobre ti pero estás todo grasiento.
—Mmm. Salta sobre mí. Lavaré tu ropa —dijo miguel—. Te desnudaré y lavaré tu ropa.
Oh Dios. Tal vez debería haber ido a la tienda de discos.
— ¡Detente, miguel! —Chilló Aitana—. Quiero que conozcas a alguien.
Finalmente miré a miguel y sonreí. Se veía exactamente como esperaba:
camiseta blanca manchada de grasa tirante sobre formidables músculos. Jeans rasgados. Pelo rubio desordenado con flequillo que cae sobre sus ojos. Lucía como si perteneciera a un taller mecánico. Y tengo que admitir que era bastante caliente. Sólo que no de mi tipo.
— ¡Oye, te conozco! —Dijo miguel—. ¿Qué hay, ama-ama?
¿ama-ama? ¿Qué demonios era eso?
Como si aitana pudiera leer mi mente, dijo—: Oh, algunas veces yo te llamo
Ama-ama cuando hablo de ti a miguel.
— ¿Por qué estás hablando de mí? —pregunté. Y entonces negué con la
cabeza—. No, no. ¿Por qué diablos me llamas “ama-ama”? Odio eso completamente.
—Lo sé. Y es por eso —dijo aitana, sonriendo.
—Bien. Te daré un nombre estúpido —dije. Levanté la vista hacia las nubes y entrecerró los ojos—. ¿Qué tal “ait”?
Me encanta totalmente —respondió aitana.
—Lo que sea. Es estúpido y lo sabes —espeté.
—Yo seré miguel —sugirió miguel.
Nos reímos. Era probablemente la conversación más estúpida que he tenido. Y es exactamente lo que necesitaba para sentirme mejor. Me reí tanto que no escuché mi teléfono zumbar otra vez. Y no lo oí zumbar cuando nosotros tres, miguel, aitana, y yo, ama-ama, fuimos a comer pizza. Sólo cuando llegué a casa vi las
decenas de llamadas perdidas. De Alfred. No dejó mensajes, y me alegré. Si se disculpaba vía correo de voz, me perdía.

* * *

Desvié mis ojos cuando el Sr. García entró por la puerta del salón. La sala
quedó en silencio inmediatamente. Los estudiantes parecían tener miedo de él, supongo que debido a su pequeña demostración de poder del día anterior. Conseguí olvidar todo sobre el asunto durante varias horas ayer mientras andaba con aitana y miguel, quienes eran la pareja más linda y más molesta que había visto
nunca.
—Buenos días —dijo el Sr. García, dirigiéndose a la clase.
Algunos murmuraron "buenos días" en respuesta, pero casi todo el mundo se quedó en silencio. Temor absoluto.
El Sr. García suspiró y jaló un taburete cerca de la primera fila. Los
estudiantes se alejaron tanto como pudieron.
El Sr. García se sentó y examinó la habitación.
—Soy un maldito idiota —dijo—. Quiero decir, fui un idiota ayer. Y les debo una disculpa a todos por la manera que traté de amaia. —Me miró, y me congelé—. Y sobre todo te debo una disculpa, amaia. Me gusta pensar que soy un tipo bastante agradable, un maestro justo, y ayer no fui ninguna de esas cosas. Te traté injustamente, abusé de mi poder como maestro para humillarte, y fui
desagradable. —Todo mundo parecía estar conteniendo la respiración—. Nunca te trataré así de nuevo —dijo, con los ojos fijos en los míos antes dirigirse a toda la clase una vez más—. Y nunca trataré a alguno de ustedes de esa manera. No quiero
que tengan miedo de mí. No quiero que teman mi clase. Quiero que sientan que pueden venir a mí y pedir ayuda. —Fue entonces que todo el mundo expulsó al mismo tiempo el aliento que sostenían. Los estudiantes se relajaron, y la tensión desapareció—. Por favor, perdóname, amaia —dijo el Sr. García, viéndome
una vez más. Asentí a pesar de que todavía estaba lastimada. Pero también estaba impresionada de que un hombre adulto y maestro tuviera las pelotas para admitir su error delante de todo un grupo de estudiantes y pedir perdón. Podría haber sido un terrible error, mostrar vulnerabilidad frente a jóvenes
de diecisiete y dieciocho años, pero algo me dijo que la clase lo respetaría más a causa de su disculpa.

* * *

Me quedé parada en la puerta incapaz e indecisa de entrar. Él me miró
avergonzado.
—Lo siento mucho —dijo en voz baja.
Entré entonces y cerré la puerta.
—amaia, siento mucho la forma en que te traté. Fue repugnante.
Simplemente vergonzoso.
—Lo siento —dije.
Pareció sorprendido.
—Fui… fui manipuladora al teléfono. Dije esas cosas para hacerte enojar, esas cosas acerca de que no me puedes tocar nunca más y cómo probablemente no deberíamos estar juntos. No quería decir nada de eso. Lo dije para que fueran hirientes. —Me miró confundido—. No me di cuenta de lo mucho que te lastimó —
continué—. Al menos, no me di cuenta hasta la clase de ayer. Hizo una mueca. —Por favor no trates de justificar mi comportamiento, Amaia. Fue enfermo.
—No lo estoy justificando —dije—. Pero entiendo de dónde vino. Fui una
perra total.
—No te llames a ti misma así —dijo, y luego hizo una pausa por un
momento—. Con… confieso que me volviste loco todo el domingo. Y cuanto más tiempo pasaba sin hablar contigo, más enojado me ponía. Pero debería haber sido más maduro.
—Yo debí de haber sido más madura.
—amaia —dijo alfred exasperado—. Por favor, dejar de culparte a ti misma, ¿de acuerdo? Yo fui un idiota, y lo siento. No espero que me perdones pronto, pero espero que en el futuro…
—Te perdono —interrumpí.
Alfred sonrió. Aunque no se veía feliz. Parecía triste y derrotado. —No debí de haber salido en una cita con Tiffany.
—Entiendo por qué lo hiciste —contesté—. Y tienes razón. No es como si pudiéramos hacer pública nuestra relación. Tu madre querría saber con quién estás saliendo. —Bajé la cabeza—. Me gustaría que no fuera tan duro.
Alfred se acercó a mí y envolvió sus brazos a mí alrededor. Me levantó del
suelo, me acunó como a un bebé, y me llevó hasta el sofá. Se sentó con cuidado, sosteniéndome cerca de su pecho, y besó la cima de mi cabeza.
—No será duro por siempre —dijo—. Cumplirás dieciocho y te graduarás. Yo terminaré de dar clases en Crestview. El mundo entero se abrirá a nosotros.
Sonreí. —Cumpliré dieciocho el próximo viernes.
—Lo sé.
— ¿Te acuerdas?
—amaia, ¿crees que soy idiota? Por supuesto que sé cuándo es tu
cumpleaños —dijo.
Acaricié su cuello. —Quiero decirte un secreto.
—Tú dirás —respondió.
Ahuequé su oreja y me incliné para susurrarle—: Me gustas desde el primer día de clases. Es por eso que actuaba tan raro a tu alrededor. —Me aparté y le sonreí.
Se inclinó y ahuecó mi oído, susurrando—: Lo sé.
Golpeé su brazo. — ¡alfred!
Se rió entre dientes. —Lo sé porque me sentí de la misma manera.
—Entonces, ¿por qué esperaste tanto tiempo para decírmelo?
—No es exactamente la cosa más fácil de hacer, Amaia. Quiero decir, lo que
estamos haciendo aquí es… peligroso. Pensé que tal vez mi atracción hacia ti se desvanecería con el tiempo, y por eso no dije nada. Casi que lo quería así porque sabía lo difícil que sería.
—Pero entonces, ¿por qué hiciste todas esas cosas buenas para mí si estabas tratando de no sentirte alfred se rió entre dientes. —Porque es imposible no sentirse atraído por ti.
No pude evitarlo. Todos los días después de la escuela, resolvía empezar de nuevo en la siguiente clase, ignorar lo hermosa que eras, tratar de no ser afectado por ti. Y
entonces entrabas a clase el día siguiente, y mi decisión se fundía en la nada. Me sentía impotente, pero no de una manera frustrada. Me gustaba la sensación. Todavía me gusta la sensación. Sonreí y me senté en su regazo. —Me alegra que tu voluntad se derritiera en nada.
—Yo también. Porque no podía imaginarte no estando en mi vida. —Tomó mis manos y las sostuvo con las palmas hacia arriba—. ¿Te acuerdas cuando limpié tus manos?
—Sí. Se inclinó y besó mis palmas abiertas.
—Fue ahí cuando realmente supe que
no había vuelta atrás.
—Trató de besar mis manos otra vez, pero las coloqué a ambos lados de su cara y en su lugar lo hice besar mis labios—. Nunca te menospreciaré de nuevo, amaia —dijo en mi boca—. Te lo juro.
—Te creo. —Y con cada beso, el dolor se desvaneció hasta que mi corazón
estuvo sano de nuevo.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora