Siete meses antes…
Sr. García! ¡Eso se lo está inventando !
—gritó Amaia.
Él observó sus pequeños hombros sacudirse por la risa. Ella presionó el borrador seco contra la pizarra para mantenerlo firme, pero no sirvió de nada. Su risa lo movía para todos lados, enturbiando los números
que él había escrito para ella.
—No es verdad. Lo juro. —Se rio por lo bajo—. Y ahora tienes que empezar
todo otra vez.
—¡Ugh! Ayúdeme, por favor —dijo ella, dándose la vuelta para mirarlo.
Él estudió las mechas que enmarcaban su cara, con la luz del sol vespertino
entrando por las ventanas, atrapándolas y prendiéndolas fuego. El nacimiento de su cabello, sus sienes y mejillas brillaban. Parecía una muñeca de porcelana.
Ella sonrió y negó con la cabeza.
—Todavía no le creo.
Le sonrió también.
—Lo sé.
Caminó hasta la pizarra y borró su desastre. Y luego reescribió los números y esperó a que empezara el problema. Esta vez no la mimaría. Lo había hecho todas las veces anteriores. Todo lo que necesitaba era un pequeño mohín y el
agrandamiento de esos tristes ojos azules. Él era un simplón, y lo sabía. Pero esta vez no. Esta vez tendría que trabajar para conseguirlo.
—Esto lo sabes, Amaia —dijo de forma alentadora.
Ella asintió y respiró profundo. Él pensó que era adorable. No podía evitarlo.
Ella se estaba preparando para el trabajo mental.
La observó fruncir el ceño.
No, pensó él. No te atrevas. Y luego su cara ensombreció. Amaia…
—Sr. García, no creo…
—Sí, lo sabes —dijo él—. Puedes hacer esto, amaia.
Mordisqueó su labio y tomó una decisión. Giró su linda carita hacia él,
inclinando su barbilla una pizca, y lo miró con sus grandes ojos tristes. Y luego parpadeó. Y esperó.
Mierda.
El Sr. García suspiró.
—Está bien. Empezaré yo.
—Gracias —susurró.
Él la vio meter su barbilla para esconder la sonrisa que jugaba con las
comisuras de sus labios. Ella sabía que había ganado. Otra vez. Y él no podía estar frustrado con ella. En lugar de eso, quería besar la parte superior de su cabeza…
justo en el punto donde su cabello empezaba. Su admisión de derrota.
Volvió a girar su cara hacia él, con el rotulador posicionado a centímetros de la pizarra blanca.
—¿Y bien? Hagamos esto, Sr. García
Él sonrió.
—De acuerdo, Amaia.
Y no había vuelta atrás.* * *
Dio vueltas toda la tarde con Amaia en su cerebro… incapaz de quitársela de la cabeza, incapaz de imaginar qué hacer con ella incluso cuando él ya había resuelto hacerla suya. ¿Cómo? ¿Cómo pensaba honestamente que podría arrancársela? Necesitaba perspectiva, así que tomó un rodeo de camino a casa.
Dejó el paquete de seis cervezas sobre el mostrador y miró a Dylan después de su confesión.
Dylan se rascó el cuello, luego se reclinó en su silla. Puso sus pies sobre el mostrador y miró a su mejor amigo.
—¿Has perdido la puta cabeza?
Alfred suspiró y abrió la tapa de su Newcastle. Tomó un trago y luego se
encogió de hombros.
—Uh, no. No te me encojas de hombros. ¡Responde mi pregunta! ¿Qué demonios, hombre? —dijo Dylan. Tomó la cerveza que alfred le tendía.
—Ella es… es solo que ella es… —Buscó palabras, frustrado porque no se le ocurrían.
—¿Necesitas una canción? —bromeó Dylan.Cierra la boca, hombre.
Dylan se rio y agarró una grabación de la parte de atrás del mostrador. Se lo tendió a alfred.
—Pon esto —dijo él.
Alfred puso los ojos en blanco y caminó hasta el reproductor más cercano. Sacó el vinilo de su funda y lo puso sobre el tocadiscos. Levantó el brazo y luego se detuvo.
—Ella es como una pizarra limpia —dijo en voz baja.
—Sí. Una que puedes planear ensuciar —dijo Dylan.
—No. No es eso. —alfred puso la aguja con cuidado sobre el vinilo—. Buena
elección, por cierto. —Escuchó al tiempo que el sonido distintivo sonido de The Killers llenaba el pequeño espacio de la tienda de discos.
—Lo sé —replicó Dylan, terminando su cerveza.
—No quiero confundirla —dijo alfred—. Quiero que ella haga de mí una
pizarra limpia también.
Lo dijo enfrentando el tocadiscos. No podía mirar a su amigo, pero sintió la
tensión inmediata en la sala. Hubo un largo silencio antes de que Dylan hablara.
Alfred observó girar al disco al tiempo que finalizaba su cerveza.
—Mira, hombre, sé todo lo de Andy…
—No digas su nombre —dijo alfred—. Simplemente no lo hagas, por favor.
Dylan respiró profundo.
—¿Cómo te va a ayudar esta chica, alfred? Está en la secundaria. Ni se acerca al nivel de madurez, al nivel de experiencia.
—No quiero que lo esté —dijo Alfred. Se dio la vuelta y volvió al mostrador,
elevándose sobre él y alcanzando una segunda cerveza—. ¿Quieres otra?
Dylan negó con la cabeza.
—Estoy trabajando.
Alfred sonrió con suficiencia.
—Bueno, yo no. —Abrió una y dio un largo y satisfactorio trago—. No quiero que sepa nada.
—¿Qué? ¿Para que puedas corromperla?
—No. Es solo que me gusta su inocencia.
—Sí, para que puedas corromperla.
—Cierra la boca, hombre. No es eso. Alfred pensó un momento. Tomó otro
trago de cerveza y se rascó la barba incipiente de su mejilla—. Ella no duele.
—Ni siquiera sé lo que significa eso —murmuró Dylan. Sí, lo sabes —replicó alfred, miró a su amigo a la cara.
Dylan se movió incómodamente y asintió.
—Ella es una cosita hermosa. Y la quiero.
—No puedes usarla así —dijo Dylan.
—¡No lo haré! —espetó Alfred—. No es eso. No quiero usarla. Me siento
atraído por ella. Me siento atraído por su sonrisa y su risa y su cabello y la forma en que camina…
—Detente —ordenó Dylan—. Me estás haciendo sentir enfermo.
Alfred se rio.
—Me gusta de verdad. Y sé que es imprudente, ¿de acuerdo? Lo sé. Pero no lo entiendes. Ella está ahí, todo el tiempo, brillando.
—¿Brillando? Dios, eres un chiflado —dijo Dylan. Sus palabras estaban
enlazadas con ligero menosprecio—. Estudiantes de inglés…
Alfred se rio por lo bajo y tragó más.
—Está bien, ¿y qué planeas hacer con la chica que brilla? —preguntó Dylan.
Observó la sonrisa extenderse por el rostro de su amigo.
—Amarla.
—Sí, y luego la chica que brilla te pone detrás de unas barras de metal
brillantes. Alfred, eres un tipo inteligente. Usa tu cabeza. Y me refiero a ésta —dijo,
señalando su sien.
Alfred se rio entre dientes.
—No la has conocido.
—Estoy seguro de que es como todas las otras adolescentes —replicó Dylan—. Y no estoy diciendo que yo no llegaría a eso, pero la sociedad tiene un pequeño problema con eso, en caso de que no lo sepas. ¿Quieres lucir como un asaltacunas?
Alfred hizo una mueca.
—Exactamente. No me importa lo mucho que brille. Hay algunas cosas que no puedes tocar.
—No es una niña.
—¿Cuántos años tiene?
—Dieciocho.
—¿Cómo lo sabes?
—Bueno, no lo sé. Creo que tiene dieciocho.
—Hombre. ALÉJATE del objeto brillante.
Alfred se rio.
—No lo creo, Dylan. No creo que pueda.Dylan negó con la cabeza.
—Sabes que puedes contar conmigo. Sin importar cómo vaya esto.
—Crees que soy un desastre, ¿no? —preguntó Alfred.
—No. Creo que te cautivó. Creo que estás solo y saturado y buscas cualquier cosa ahí fuera que sea lo opuesto a toda la mierda por la que has pasado…
—Dylan…
—No, hombre. Tenemos que ser capaces de hablar de eso. Han pasado dos años, alfred. No eres el único que está todavía dolido por lo que le pasó a Andy.
El sonido de la campanilla de la puerta rompió la intensidad del momento.
Alfred escuchó, indiferente, mientras un grupo de adolescentes curioseando en la tienda, charlando. Dylan se levantó de su silla, inmediatamente en guardia.
—Jodidos niños —murmuró.
Alfred sonrió.
—No han hecho nada. Cálmate.
Los hombres miraron mientras los adolescentes entraban y salían de los
pasillos, riéndose y golpeándose en los brazos. Alfred oyó a una de ellos decir
«bonito culo» e instantáneamente pensó en Amaia.
—Oh, Dios —susurró, pasándose las manos por su cara de forma brusca.
—¿Qué te pasa? —preguntó Dylan, mirando a un chico que estaba revolviendo entre un montón de álbumes de rock clásico.
—Nada.
—¡Hola! ¿Qué puedo ayudarles a encontrar, chicos? —gritó Dylan.
Se giraron en su dirección, viendo el paquete de seis sobre el mostrador.
Uno exclamó:
—¡Hombre! ¿Bebes en el trabajo?
—Mi tienda. Mis reglas —replicó Dylan.
Todos ellos asintieron, impresionados.
—Eso es genial, hombre —replicó otro chico—. ¿Necesitas a alguien para
trabajar a media jornada?
—No —dijo Dylan—. ¿Necesitan que alguien les ayude para encontrar una
grabación?
—No —respondió alguien más.
Los chicos se rieron por lo bajo.
Dylan esbozó una sonrisa.
—Entonces por qué no se largan de mi tienda. Los adolescentes se congelaron antes de marcharse, espetándole tímidos insultos a Dylan mientras pasaban.
—Eres un jodido estúpido —dijo Alfred.
—No, no lo soy. Esas mierdas me robaron antes. Me tomó unos minutos
recordarlo. Pero lo recuerdo. Ese rubio de mierda…
—¿Por qué no los denuncias? —preguntó Alfred—.¿Y por qué no arreglas tus cámaras?
—No es importante —dijo Dylan—. No estamos hablando de vinilos robados.
Estamos hablando de Andy.
Alfred respiró profundo.
—Ella también era mi amiga, alfred —dijo Dylan en voz baja.
Silencio.
Alfred abrió otra cerveza.
—Sé que lo era.
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PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)
FanfictionAmaia Romero es una chica buena. Sólo comete un error en su primer año en la escuela secundaria que le cuesta diez meses de detención juvenil. Ahora en su último año a perdido todo:su mejor amiga, La confianza de sus padres, el privilegio de conduci...