Seguí a javier al restaurante. No tuve opción. Mis padres estaban decididos a mostrarle al mundo que tenían una familia normal, funcional y feliz. Y estuve de acuerdo con la treta porque quería seguir “pasando la noche” con Aitana. La ironía de toda esta situación era que por dos situación era que por dos meses después de mi liberación del
reformatorio, trabajé duro para ser buena. Genuinamente buena. Y eso no me llevó a ninguna parte. Ahora que estaba viéndome a escondidas con el Sr. García y mintiéndole a todo el mundo, mis padres confiaban más en mí. Era un desastre total. La anfitriona nos sentó y tomó la orden de nuestras bebidas. Era un viernes
por la noche especialmente ocupado, y me alegré de que mi papá llamara antes. Me estaba muriendo de hambre ahora que mi apetito estaba de vuelta con toda su fuerza. Incluso había ganado tres kilos desde que empecé a ver al Sr. García. Él parecía aliviado al respecto. Entendía completamente. Me había pesado justo antes
de entrar al año escolar y fue una alarmante cifra de 97 libras. Nada saludable. Escuchaba a medias la conversación entre mi papá y javier. Tenía algo que ver con los nuevos zapatos de fútbol y las practicas fuera de temporada. Sin embargo, estaba distraída, porque seguía escuchando una voz conocida. Una voz
masculina profunda y firme en algún lugar a mi derecha. Eché una ojeada, y ahí estaba: El Sr. García. Con una mujer. Di un grito ahogado y sin querer derramé mi bebida.
—Mierda —siseé, y sequé el agua con la servilleta de tela.
—amaia, no uses ese lenguaje a nuestro alrededor. ¡O en absoluto! —Ladró papá.
—Lo siento —murmuré. Le eché un vistazo al Sr. García una vez más.
Él estaba completamente ajeno a mi presencia. Estudié a la mujer. Se veía
como mi opuesto: alta, con curvas, cabello oscuro en un estilo bob angulado. El Sr. García debió haber dicho algo inteligente porque ella rió, poniendo su mano derecha sobre su amplio pecho. Supongo que quería llamar su atención hacia sus pechos. Funcionó. Lo atrapé mirándolos antes de mirar su rostro de nuevo.
Me excusé y me fui tan rápido como pude al baño. Apenas me había
encerrado en un cubículo antes de echarme a llorar. ¿Cómo pude ser tan estúpida? ¿Por qué pensaría que un hombre hecho y derecho estaría interesado en mí? ¿Qué me sería fiel? Era una adolescente sin ninguna experiencia. Sin perspectiva. Vivía
en un capullo. Era un cebo fácil. Era ingenua y confiada, la presa perfecta para un depredador. Por lo menos no tuve relaciones sexuales con él, pensé. Sin embargo, era poco consuelo, cuando mi corazón estaba partido en dos. Realmente me gustaba. Creo
que lo amaba. Era una tonta, y esperaba que mi conciencia me lo restregara en la cara. Pero no lo hizo. Se mantuvo en silencio. Supongo que estaba enojada conmigo.
Tomó cada onza de mi fuerza de voluntad dejar el baño y me senté durante una comida entera con mi familia, pretendiendo que el Sr. García no estaba a unos metros de distancia en una cita. Nunca sospechó que yo estaba allí. Nunca miró en mi dirección. Nunca quitó sus ojos de esa mujer. La escuchó con la misma
atención que me prestaba a mí cuando me sentaba en su regazo y charlábamos.
Y eso era lo que más dolía.* * *
Alfred: Pensé que podríamos salir este viernes en la noche.
Yo: (Sin respuesta)
Alfred: ¿Qué te parece?
Yo: (Sin respuesta)
Alfred: ¿amaia? ¿Estás ocupada en este momento?
Yo: (Sin respuesta)
Alfred: ¿Estás durmiendo? Sé que es tarde. Lo siento por enviarte mensajes
tan tarde.
Yo: (Sin respuesta)
Alfred: Bueno, dulces sueños.
Miré la pantalla, viendo borroso y luego enfoqué mi mirada cuando parpadeé. Las lágrimas corrían de forma continua, una tras otra durante una hora hasta que me quedé dormida. Y no tuve dulces sueños.
Al día siguiente fingí estar enferma. Lo bueno era que al ser una chica podía usar mi periodo como una excusa para salir de situaciones desagradables. No quería ir a la iglesia. No quería ver al Sr. García. Me molestaba que incluso asistiera. Él no creía en Dios. Bueno, eso no es verdad. Él creía en Dios. No creía en
Jesús. Está bien, eso no es del todo cierto. Él creía que Jesús existía y era un buen hombre, pero no creía que era el hijo de Dios. Lo que sea. El punto es que nuestra iglesia era todo acerca de Jesús, así que, ¿por qué se molestaba en ir? Supongo que
para hacer feliz a su madre. Realmente me molestaba que el hombre fuera tan amable y dulce con su madre y pudiera ser un imbécil con otras mujeres. ¿Sabía ella que él era un imbécil? Tal vez debería decirle.
— ¿Cariño? Realmente no me gusta cuando no vas a la iglesia —dijo papá en mi puerta. Tenía la compresa de calor en mi estómago con mis rodillas dobladas contra mi pecho. Estaba ardiendo, pero si me iba a salvar de ir a la iglesia, tenía que ser
convincente. Hasta me puse en la actitud, tengo-el maldito- periodo- así- quedéjenme- sola.
— ¡No me siento bien! —espeté.
— ¿Qué pasa? —preguntó papá.
Volví la cara a su dirección.
—Tengo el periodo, ¿vale papá? —ladré—. ¡Tengo cólicos muy fuertes y
desearía que me dejaras sola! Y fue todo lo que necesite decir. Papa asintió y se fue sin decir ni una palabra, cerrando la puerta suavemente y mandó a callar a javier, que estaba en el pasillo quejándose sobre la ecuanimidad.
— ¿Sí? —grité—. ¡No es justo que tenga que ser una mujer y pasar por esta mierda todos los meses!
Pensé que fue un buen toque.
No escuché más voces en el pasillo. Oí a mi familia subirse al SUV de papá y
salir del camino de entrada, e inmediatamente apagué la compresa eléctrica y la arrojé al suelo. Respiré profundamente, acostándome en mi cama para refrescarme. Estaba sudando, con gotas en la frente y las axilas empapadas.
En ese momento mi teléfono sonó. Lo tomé de la mesita de noche.
Alfred: ¿amaia? ¿Te veré hoy en la iglesia? Me debatí en si debía responderle. La mujer madura en mi dijo que no porque escribiría algo de lo que me arrepentiría pero la inmadura de diecisiete años me dijo que lo hiciera.
Yo: No
Alfred: Oh. Eso es decepcionante. Tenía la esperanza de verte hoy.
Yo: ¿Por qué?
Alfred: ¿?
Yo: Quiero decir, sólo me imaginé que tu nueva novia te mantendría
acompañado.
Hubo una pausa corta. Pensé que no respondería.
Alfred: ¿De que hablas?
Yo: Estoy hablando de la mujer con que estabas saliendo anoche. Otra pausa.
Yo: Es verdad. Estuve allí anoche. Te vi.
Alfred: No es lo que piensas, Amaia.
En realidad podía escuchar la condescendencia a través del texto.
Yo: No seas condescendiente. Evidentemente era una cita. No soy una maldita idiota. ¡Pero tú eres el idiota!
Alfred: ¿Por qué no hablamos en lugar de enviarnos mensajes?
Yo: Vete al infierno.
Alfred: ¿amaia? ¿Dejarías por favor que te llame?
Yo: Jódete.
Alfred: Muy maduro.
Yo: No me hables de…
Mi celular sonó, la pantalla automáticamente cambió a modo llamada y ya que estaba escribiendo contesté accidentalmente.
— ¿amaia? Qué? —grité.
—Por favor no me cuelgues —dijo Alfred.
— ¡Creo que eres el pedazo de mierda más grande del planeta! ¡No puedo
creer que alguna vez confiara en ti! ¡Has estado saliendo con chicas a mis espaldas todo este tiempo! ¡Sabía que había una razón por la que no querías verme este fin de semana!
Esperé por su respuesta. Se tomó su tiempo.
—Su nombre es Tiffany —dijo.
—Me importa una mierda.
—Ella trabaja con mi madre, y sin mi conocimiento, mi mamá nos preparó
una cita. Cuando me dijo, era demasiado tarde para echarme para atrás. Hubiera quedado como un idiota.
— ¿Por qué no le dijiste a tu mamá que ya estabas saliendo con alguien? —
espeté.
— ¿Qué quieres que diga, amaia? —Dijo alfred—. ¿Quieres que le diga a mi mamá que estoy saliendo con una de mis estudiantes que ni siquiera es legalmente un adulto? Di un grito ahogado. —Estás avergonzado de mí.
—amaia, no estoy avergonzado de ti. Soy práctico. Sabías desde el principio
que teníamos que mantener lo nuestro en secreto. Por lo menos hasta que hayamos terminado con la escuela. El lado racional de mi cerebro sabía que tenía razón, pero el lado emocional estaba dolido. Y enojado.
— ¡Mirabas a sus pechos! —grité.
— ¿Qué?
— ¡Te vi mirando sus pechos después de que la hiciste reír!
— ¿Estás hablando en serio? —preguntó alfred.
—Sí, habló en serio —escupí—. Y no trates de negarlo.
—No lo haré.
Di un grito ahogado de nuevo.
—Soy un hombre de 28 años. Miro pechos. Es algo biológico. Lo siento si eso te hace enojar. Quería meterme por el celular y estrangularlo.
—No dejaré que toques los míos nunca más —siseé.
Alfred resopló. —Tienes que estar bromeando.
—En realidad, no. No lo estoy —espeté.
— ¿amaia? creo que deberíamos hablar más tarde cuando estés calmada. Bien podría haber dicho: “Vamos a hablar más tarde cuando no estés siendo irracional y una mujer emocional”. Mi ira se intensificó a furia.
—Estoy calmada. Estoy muy bien, muchas gracias. Solamente me limitaba a dejarte saber que te puedes ir olvidando de tocarme íntimamente desde ahora porque no me respetas lo suficiente para mantener tus ojos alejados de otras mujeres —dije.
Alfred suspiró. —Muy bien, amaia.
No esperaba que dijera eso. Esperaba que discutiera conmigo, que me rogara que lo dejara tocarme. Tengo diecisiete años. Quería que se arrastrara, ¡maldita sea!
— ¡Tal vez no deberíamos hacerlo nunca más! —grité—. ¡Quizás no
deberíamos estar juntos!
Contuve el aliento, esperando su respuesta.
—Te veré mañana —respondió, entonces colgó.
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PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)
FanfictionAmaia Romero es una chica buena. Sólo comete un error en su primer año en la escuela secundaria que le cuesta diez meses de detención juvenil. Ahora en su último año a perdido todo:su mejor amiga, La confianza de sus padres, el privilegio de conduci...