¿Ya llegamos? —se quejó Aitana desde el asiento trasero. Amaia rio y pasó la página de su última novela.
—¿Qué demonios estás leyendo? —preguntó aitana cuando nadie le respondió.
—Nada que te gustaría —respondió Amaia.
—Oh, ¿es como un clásico de mierda?
Amaia levantó el libro, mostrando la portada. Aitana se inclinó para echar un vistazo.
—Eh, nunca había oído de él.
—Lo sé.
—Leí otras cosas, Amaia.¿Deacuerdo? Sabes tan bien como yo que soy la
persona más inteligente en este auto.
—No es un auto. Es una camioneta —corrigió Dylan.
—A Dylan no le gusta cuando llamo auto a su camioneta —dijo aitana a
Amaia—. ¿Qué diferencia hay?
Amaia sacudió la cabeza y siguió leyendo. Era su primera lectura oficial de verano, y deseaba que aitana la dejara tranquila. Los exámenes terminaron hacía una semana, y todos decidieron escapar a la playa. Ella y aitana estaban agotadas de la escuela. Alfred necesitaba un respiro antes de que sus cursos de verano
comenzaran. Dylan estaba harto de que las personas que visitaban su tienda salieran con las manos vacías.
Aitana resopló.
—¿Por qué las chicas van siempre en la parte de atrás?
—Nena, sabes que no te trato como un ciudadano de segunda clase —dijo
Dylan—. Te puse detrás porque es el lugar más seguro. Aitana rodó los ojos.
—¡Amaia! ¡Préstame atención! Estoy aburrida.
—Mira por la ventanilla —respondió Amaia distraídamente. Aitana agarró su libro y lo arrojó en el maletero.
—¡Maldita sea, Aitana!
—Oh, supéralo. Ellos viven felices para siempre. Eso es todo lo que necesitas saber —dijo.
—Dios, eres una perra molesta en este momento.
—Si las dos no paran allí atrás… —alfred advirtió. Las chicas se rieron.
—¿Qué? —dijo Aitana—. ¿Vas a darnos nalgadas como le hiciste una vez a Amaia?
—¡Aitana! ¡No se supone que contaras eso!
—¿Le contaste eso? —preguntó alfred. Se giró y miró a amaia.
—Amigo, ¿estamos hablando de nalgadas sexys y juguetonas o de azotes de estás realmente en problemas? —preguntó Dylan.
Alfred lo ignoró. Observó la boca de Amaia moverse, formando las
palabras—: Lo siento.
—Lo secundo —dijo aitana.
—Mierda —respiró Dylan—. ¿Están, como, en todas esas cosas de BDSM17?
—Oh Dios mío —respondió amaia. Se volvió hacia aitana—. Te odio en
este momento.
—¿Qué? Creo que es totalmente caliente. Desearía que Dylan me azotara cuando me porto mal —dijo. Y entonces suspiró, frustrada—: Que alguien me deje salir de este auto.
—¿Tú? —respondió amaia—. ¿Que alguien te deje salir del auto? No quiero estar cerca de ti ahora mismo. ¡¿Qué te parece si alguien me deja salir a mí de este auto?! No puedo creer que lo hayas contado. ¡No se supone que lo contaras!
—¿Le cuentas todo a aitana? —preguntó alfred. No era miedo lo que
impregnaba su voz. Más bien una leve preocupación.
—Sí que lo hace. Eso es lo que hacen las mejores amigas —respondió aitana.
—No, ya no —espetó amaia.
—Oh, cálmate. Eres tan mojigata, Amaia. Quiero decir, santo cielo. Me
gustaría pensar que después de que tu novio te inclinó sobre la cama y maldijo sobre tu culo… —No pudo terminar. Rompió a reír en su lugar.
—¡Cállate, aitana! —gritó amaia.
—Colega, ¿la inclinaste sobre la cama? —preguntó Dylan.
—¿Cómo más azotas a alguien? —respondió alfred. Aitana se apoyó sobre su estómago y se dobló.
—¡Todos dejen de hablar de mis azotes! —gritó amaia.
El asiento delantero estalló en carcajadas. Aitana jadeó, con la cabeza metida entre las piernas. Amaia se sentó con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Vamos entonces —dijo de mala gana—. Ríanse. Saben, apenas y pude
sentarme al día siguiente. Otra carcajada. Esta ahogó Redeemed de DJ Shadow. Amaia miró a aitana
ligeramente alarmada. Oyó que las personas podían morir de risa, pero vamos. ¿En serio?
—¡Respira! —le gritó a aitana.
—Yo… —Tomó una respiración entrecortada. Amaia se encogió ante el sonido—. ¡Nunca te dije… cómo de jodidamente divertido… pensé que era esto!
—Lo que sea —murmuró amaia—. Actuaste toda ofendida como si
estuvieras mortificada por lo que él me hizo. Como si hubiera abusado de mí o algo así. Aitana se secó los ojos y tomó otro largo suspiro.
—Solo hice eso para tu beneficio.
Amaia rodó los ojos.
—Sabes que te merecías esa mierda —continuó aitana. Alfred estaba notablemente tranquilo en la parte delantera.
—Cambiemos de tema ahora —dijo Amaia.
—Bien. Eso sí, no vayan a hacer toda esa mierda en el condominio. Las
paredes son finas como el papel —respondió aitana. Se dirigieron por la autopista interestatal 75 en su camino a la Costa del Golfo. Los padres de Dylan eran los propietarios de un condominio en la playa, y ellos lo
tomaron por una semana.
—Todavía no puedo creer que tus padres nos hicieron pagar por esto —se quejó aitana.
—Oye. Somos adultos, ¿recuerdas? Los adultos pagan por las cosas —explicó Dylan.
—Pero son tus padres —señaló Aitana.
—Sí. Y tienen una hipoteca —contrarrestó él. Aitana agitó su mano con desdén.
—Una hipoteca ínfima.
—¿Qué pasó con la aitana adulta? —preguntó amaia—. Pensé que estabas
como, «Oh, mira mis planes para el futuro y estoy ahorrando todos mis centavos Al diablo con eso —respondió aitana—. Eso fue el día que me fui a vivir con Dylan, y él quería que le ayudara a pagar el alquiler.
Amaia se echó a reír.
—Tú querías una chica más joven. La tienes. —le dijo aitana a Dylan.
Alfred se rio entre dientes.
—Siempre y cuando uses esos bikinis para mí, tengo todo cubierto. —
respondió Dylan. Aitana se iluminó.
—Oh, Dios mío, Amaia. ¡Estos bikinis! —chilló.
—¿Los que se te meten por el trasero? —preguntó amaia.
—Sí. —aitana se rio—. Te compré dos.
—¡¿Qué?!
—Adiviné tu talla —continuó aitana.
—Los bikinis son caros, aitana —dijo Amaia.
—Uh huh. ¿Cuál es tu punto?
—¡Mi punto es que no deberías haberme comprado ninguno!
—No vas a pasar el rato en la playa conmigo con tu vestimenta desaliñada.
—¿Disculpa? ¡No tengo bikinis desaliñados! Son lindos.
—Son aburridos. Así que te compré algunos que dicen: «Hola, mi nombre es Amaia, y no me importa si quieres mirar mi culo. Adelante. Echa un vistazo».
—Oh Dios mío. Alfred se rio entre dientes y se giró.
—¿Dónde están esos bikinis, aitana?
—En una bolsa en la parte de atrás —respondió ella.
—¿Puedes llegar a ellos fácilmente? —preguntó. Aitana sonrio maliciosamente y se desabrochó el cinturón de seguridad. Se colgó sobre el asiento hasta que vio la bolsa de la compra. Se sentó de nuevo y sacó
dos piezas de lentejuelas moradas. Le entregó la parte inferior a alfred.
—De acuerdo, ¿ves ese pedazo de elástico en el centro? —preguntó.
Él asintió.
—Eso levanta su culo y tira de la parte inferior para mostrar algo de sus nalgas. No al estilo tanga. Es mucho más coqueto.
—¿Coqueto? —preguntó Dylan.
—Sí. Como, sexy, coqueto y recatado —explicó Aitana.
—Eso no tiene sentido —dijo amaia—. Recatado significa modesto.—Sí, es porque solo una parte de tu trasero se ve —respondió aitana. Alfred rio entre dientes y tiró suavemente del elástico, luego miró como el material volvía a su sitio una vez que lo dejó ir.
—No voy a usar eso —dijo amaia.
—Bueno, ahora no lo sé —dijo alfred pensativamente—. Tienes un culo
bonito. —Tocó los lazos de los lados.
—¡alfred! ¡No puedo caminar por una playa familiar llevando eso!
—Yo sí —dijo aitana.
—Eso es porque no tienes decencia común.
—Tal vez deberías simplemente probarlo primero antes de negarte —sugirió Alfred.
—Aquí está el otro —dijo aitana, entregando la parte inferior a alfred.
—Oh, me gusta este. Muy al estilo Pocahontas —dijo él. Aitana rio.
—Los flecos están tan de moda. ¿Este top no se vería adorable en ella?
Alfred asintió.
—¿Adorable? Esos bikinis son para putas —dijo Amaia.
—Oye, ahora. ¿Qué estás diciendo? ¿Qué soy una puta? Amaia frunció los labios.
—O.D.M.18 Me gustaría pensar que una chica que sale con un hijo de puta
pervertido como el Sr. García podría mostrar algo de piel —dijo aitana.
—¿Soy un hijo de puta pervertido? —preguntó alfred. Dylan sacudió la cabeza.
—Amigo, lo intento. Todo el tiempo. No funciona. Alfred rio.
—Y no solo eso, ¡sino que Dios sabe que necesitas relajarte, amaia! —
continuó aitana.
—¡No he terminado con mis doce pasos todavía! ¡No estoy lista para mostrar el trasero!
—¿Doce pasos? Oh Dios mío, ¿estás en Alcohólicos Anónimos? —resopló
Aitana.
—No, son mis propios doce pasos.
Aitana miró a su amiga.
—¿Estás jodidamente bromeando? Amaia intentó no reírse.
—Um, está bien. Si son tus propios doce pasos, entonces no cuentan. Llevas estos bikinis y vamos a bailar cada noche. Amaia se rio y sacudió la cabeza.
—Tienes la peor mejor amiga del planeta.
—Tengo que hacer pis —dijo aitana, ignorando a Amaia.
—Aguanta —respondió Dylan.
Amaia nunca consiguió continuar el libro que estaba leyendo. Quedaban
unos treinta minutos para llegar, y aitana charló todo el tiempo. Una vez que llegaron al condominio, aitana tenía una cosa en su mente: emborracharse.
—Ahora esto es lo que estoy pensando. Chicos, siéntense allí, en el sofá, y Amaia y yo nos pondremos un bikini para mostrarlos.
—¡No! —exclamó amaia.
—Me gusta —dijo Dylan.
—A mí también. —alfred elevó la voz.
—¡No quiero a tu novio mirando mi culo! —dijo Amaia a aitana.
—Solo voy a mirar a aitana —respondió Dylan—. No te preocupes.
—No. No, no, no, no, no. Aitana resopló.
—Sr. García, haga que su novia beba y se ponga estos bikinis. Alfred sonrió y se acercó a aitana, arrancando el bikini de flecos de su mano.
Dirigió a Amaia al dormitorio y cerró la puerta.
—alfred, no quiero usar eso —dijo amaia.
—Shhh. No tienes que llevarlo en la playa si no quieres. Pero, ¿qué tal si solo te lo pones para mí? Ella pensó por un momento y luego asintió. Él comenzó con su top, tirando de él con cuidado sobre su cabeza. Desabrochó
su sujetador y lo tiró en el suelo al lado de su camiseta. Se arrodilló ante ella y desabrochó sus jeans cortos, deslizándolos por sus piernas lentamente. Lo siguiente fueron sus bragas, y se sentó sobre sus talones, bebiendo en su desnudez.
—¿Cómo es que soy tan afortunado? —preguntó.
—Yo era joven y vulnerable —bromeó.
Él la miró y sonrió.
—Bueno, por suerte para mí.
—Me veo ridícula —dijo ella, acariciando los flecos cayendo sobre sus pechos.—De ningún modo. Me encanta —respondió. Él tiró la parte inferior por sus piernas, apretando los lazos a ambos lados de las caderas. Giró a su alrededor y tiró de la parte de atrás, dejando el tejido meterse
más profundamente en la raja de su trasero.
—¡alfred! Él apartó las manos, a continuación, le dio la vuelta para que pudiera verse por detrás en el espejo.
—Ahora, ¿por qué no quieres mostrar esto? —preguntó.
—¡Esto parece ropa interior! —chilló.
—¿Y? Ella se encogió de hombros. Secretamente le gustaba, pero no creía que tuviera las agallas para llevarlo en público.
—Sube a esa cama —ordenó alfred—. Tengo una sorpresa para ti.
—¿Oh?
—Mm hmm.
Ella obedeció, acostándose de espalda y mirando al techo. Él se acercó y la
atrajo hacia el borde de la cama.
—Voy a hacer que te corras mientras llevas ese bikini —dijo, arrodillándose
frente a ella.
—¿No quieres que me lo quite? —sugirió. Quería su boca directamente sobre ella.
Él sacudió la cabeza.
—Todavía no. Voy a hacer que te corras así, y entonces te lo quito y hago que te corras de nuevo.
—Nos van a escuchar —susurró Amaia.
—¿Y qué? Ella se preguntó si realmente le importaba.
—Intentaré ser silenciosa.
—No por favor —contestó Alfred, lamiendo la entrepierna de su traje de baño. Ella gimió.
—De acuerdo. No lo haré. La noche siguiente, los cuatro se sentaron en la pequeña terraza con vistas al océano. Aitana cuidaba de sus quemaduras por el sol. Dylan tocaba su guitarra.
Alfred y Amaia estaban acurrucados en una tumbona.
—Me gustaría poder acurrucarme —gimió Aitana.
—Bueno, te dije que volvieras a echarte protector solar —dijo Amaia .Le convenía pasar la mayor parte del tiempo debajo de la sombrilla. Lo había hecho, sin embargo, había dado un paseo por la playa con aitana, mostrando su
bikini de flecos y medio trasero. Le echó la culpa al orgasmo que Alfred le dio el día anterior, en el que sus labios ni siquiera entraron en contacto directo con su carne secreta. Ese orgasmo cambió toda su perspectiva. Le dijo: «Eres joven. Aprovéchalo mientras puedas».
—¿Así puedo parecer un fantasma como tú? —preguntó aitana.
Amaia rio.
—Porque parecer un tomate es muuucho mejor que parecer un fantasma.
—Lo que sea —dijo aitana. Dio una palmada en su brazo cuando un mosquito se posó en ella—. ¡Hijo de perra!
—Hay repelente de insectos —dijo alfred. Aitana resopló y tomó otro trago de su cerveza.
—¿Quieres que te cante una canción, nena? —preguntó Dylan—. ¿Te haría
sentir mejor?
—No. Solo voy a emborracharme. Eso aliviará el dolor.
—Oh, Dios mío, aitana. Actúas como si tuvieras una quemadura de primer
grado o algo así. Estás rosa. Eso es todo —dijo Amaia.
—Cállate, ho. Duele mucho.
—Te voy a cantar una canción —decidió Dylan. Tocó los acordes iniciales de una canción familiar de Dave Matthews, Crash Into Me. Muy repetida en la radio, pero la versión de Dylan sonaba completamente nueva, y eso hizo que los cuatro se
enamoraran de la melodía de nuevo.
—Canta, amaia —dijo alfred—. Tu voz es tan bonita.
—Es demasiado bajo —respondió ella.
—Puedo arreglar eso —dijo Dylan. Sacó su capó y lo puso en bazo de la
guitarra. Tocó los mismos acordes. Eran mucho más agudos en esta ocasión—. ¿Mejor? Amaia asintió. Se sentó y le dio unos pocos compases más unos segundos para mostrarle sus habilidades a aitana antes de que se hiciera cargo. Antes de que lo eclipsara. No era el himno de Domingo que solía cantar para una iglesia abarrotada. No era una canción para una renovación espiritual. Y esto era curativo. Cantó sobre la conexión entre dos amantes, ambos estrellándose en una caliente pasión física. La necesidad por otro ser humano. Piel con piel. Esa fusión de mentes y corazones. La necesidad de amor constante, sucio, destrozado, hermoso, doloroso, imperfecto,
esencial. AmorMejor que la esperanza. Mejor que la fe.
Lo más grande.
ESTÁS LEYENDO
PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)
Fiksi PenggemarAmaia Romero es una chica buena. Sólo comete un error en su primer año en la escuela secundaria que le cuesta diez meses de detención juvenil. Ahora en su último año a perdido todo:su mejor amiga, La confianza de sus padres, el privilegio de conduci...