Alfred entró en el salón de clases y arrojó su maletín en el escritorio.
Buscó un marcador borrable en los cajones hasta que se encontró uno
verde. Verde… su color favorito. Pues bien, tal vez esta clase no sería tan mala después de todo. Era Álgebra Aplicada, un requisito de primer año. A él no le importaban tanto los estudiantes de primer año. En realidad eran un respiro en su apretada agenda. El material era fácil de enseñar, pero disfrutaba cómo los
estudiantes de primer año eran ridículos. Por lo general, perdidos. A veces llegan tarde. Él les reduce un poco la holgazanería, porque sabía que ellos no sabían qué demonios estaban haciendo. Experimentó eso una vez hace mucho tiempo en su
primer año casi perdido. Él sonrió y garabateó su nombre en la pizarra. Siempre escribía «alfred
Garcia» nunca «Dr. Garcia» pensaba que «Dr.» era pretencioso. ¿Y qué si pasó su tesis? También lo hacía un montón de gente. Dieciséis años de haber completado su doctorado le había enseñado a mirar los logros de una manera diferente. Hacer reír a alguien. Facilitar una preocupación. Disculparse y decirlo en serio. Éstos eran los logros que más importaban para él.
—Soy alfred —dijo, dirigiéndose a los estudiantes de primer año. Pasó una
mano por su cabello sal y pimienta.
—Pueden llamarme alfred, Sr. Garcia o Dr. Garcia. —Hizo una pausa por
un momento, pensando—. Tuve un estudiante que al e gustaba llamarme Con Doc. La clase se rio entre dientes.
—Dijo que era intenso y que la gente me miraría con más respeto. Más risas.
—Ahora que lo pienso, puso a que toda la clase que me llamara así durante todo el semestre. Como que me hizo sentir como un superhéroe, si soy honesto. Unas chicas de la primera fila se rieron. Alfred se rascó la barba en su mejilla.
—Sí, así que cualquier cosa que quieran llamarme está bien, siempre y cuando sea respetuoso. —Miró la lista—. No planeo utilizar esto después de hoy. Yo no tomo la asistencia. Si no quieren venir a clase, ese es su problema. Ustedes son los
que pagan para la escuela, después de todo. Así que no hace ninguna diferencia para mí Echó un vistazo a la sala, estudiando las reacciones de los estudiantes. La mayoría lo miraban fijamente, pero él podría decir que a algunos le gustaba el
sonido de sus palabras, y que probablemente no los vería mucho después de esta clase.
—Sin embargo, les contaré un pequeño secreto. Completo silencio, como si estuvieran aguantando la respiración.
—Es inevitable que van a reprobar si no se presentan. Así que piensen en eso. — Se apoyó en la mesa y empezó a llamar a lista.
—… Emily Binder.
—Aquí.
—… Darrel Connacht.
—Aquí.
—… ¿Amaia garcia?
—Aquí. —dijo una voz pequeña de la parte posterior del salón de clases.
Alfred estiró el cuello para verla. Asomó la cabeza desde detrás de un chico grande que se sentaba directamente en frente a ella. Ella sonrió, luego se mordió el labio inferior. Estudió su rostro por un momento. Llevaba poco maquillaje porque no lo necesitaba. Él pensó que para ahora ella debería lucir cansada y desgastada, pero se sentó allí tan fresca como sus compañeros de diecinueve años. Sus ojos se
movieron a ese largo cabello dorado cubierto por encima de su hombro izquierdo en una cola de caballo lateral. ¿Quién demonios se creía que era para llevar el cabello como una adolescente? Él le sonrió, en reconocimiento de su pequeño juego.
—Mira eso —dijo alfred suavemente—. Tenemos el mismo apellido.
Ella asintió con la cabeza y desapareció detrás del chico. Alfred se aclaró la garganta y continuó llamando a lista a los estudiantes hasta que terminó. Luego arrugó el papel en una bola y lo tiró a la basura.
El resto del período de clase se fue dedicado al programa de estudios. Alfred comenzó una lección, pero fue cortada cuando un estudiante le recordó el tiempo.
—Sí, otra cosa —dijo por encima del ruido de todos cerrando sus maletines—. Recuérdenme cuando la clase haya terminado. Yo tiendo a olvidarlo. Los estudiantes salieron de la habitación, y él vislumbró la chica con el cabello
de oro en medio de ellos. Estaba a punto de pasar por la puerta cuando él la llamó.
—amaia, ¿esperarías un momento?
Ella esperó hasta que todos se fueron antes volverse. Se acercó a alfred, que se sentó en el borde de la mesa, con Converse All Star, las manos cruzadas sobre el regazo. Ella se paró apulgadas de él y esperó. Él la consideró por un momento.—Creo que eres la cosa más dulce —dijo. Ella se sonrojó y bajó la cabeza.
—Yo… espero que entiendas lo peligroso que es para nosotros estar juntos — continuó. Ella ahogó una risa.
—Quiero decir, nadie puede saberlo, Amaia. Tú eres mi estudiante, y es
inadecuado, y yo podría perder mi trabajo. Una risita escapó.
—No se está tomando esto en serio —dijo Alfred. Él era mucho mejor en el
juego que ella. Su voz no vaciló ni una sola vez. Sonaba muy grave, así que ella tomó una respiración profunda, recuperó la compostura, y trató de hacer lo mejor que pudo para seguirle el juego.
—Me lo tomo en serio, Dr. Garcia. No me gustaría que usted perdiera su
trabajo por mi culpa. Seré cuidadosa. No diré nada. Ella se acercó a él, de pie entre sus piernas, y puso sus manos en la parte superior de sus muslos. Él vio el brillo del anillo de boda con diamantes incrustados.
—Vamos a tener que ser astutos. Deshonestos. No puede mirarme en clase como lo hizo hoy —dijo ella—. Es demasiado evidente, y las personas van a empezar a entenderlo. Él asintió. Se inclinó hacia delante y le susurró al oído:
—¿Por qué tiene que ser tan sexy, Dr. Garcia?
—No deberíamos hacer esto aquí —alfred susurró.
—Lo sé —respondió amaia. Volvió la cabeza y divisó la puerta abierta. Vio
a los estudiantes moviéndose a través del pasillo, pero nadie entró en el salón. Se volvió de nuevo a Alfred—. Solo prométeme que pase lo que pase, si somos descubiertos, si tienes tiene que informar al decano o algo, si pierdes tu trabajo, prométeme que siempre estarás ahí para mí.
Alfred sonrió.
—Te lo prometo, cariño. Siempre estaré ahí para ti. Amaia ofreció sus labios para un beso ligero, pero alfred decidió que necesitaba más. Él acunó la cabeza en sus manos y la besó profundamente, buscando su boca lenta y cuidadosamente con la lengua. Ella gimió en su boca, la sensación como un bajo zumbido de abejas que le hizo cosquillas en la lengua. Se
echó hacia atrás, besó la punta de la nariz, luego le liberó la cabeza.
—Pensé que se te habías inscrito en una clase de cerámica —dijo.
Ella se encogió de hombros. Esto parecía más divertido. Él se rio entre dientes.
—¿En serio te inscribiste para esta clase?
—Sí.
—¿Y vas a pasar todo un semestre por eso?
—Sí.
—¿Quién estará vigilando la tienda cuando estés aquí?
—Danica.
Hizo una pausa.
—¿Confías en ella con todas esas órdenes?
—Algo así. Sonrió.
—¿Quién está armando los arreglos?
—No te preocupes. Él negó con la cabeza.
—No lo entiendo. ¿Por qué?
Ella sonrió.
—Sabes que soy terrible en matemáticas. Pensé que me vendría bien un curso para refrescarme.
—Pero estoy comprometido, ¿ves? Porque estoy durmiendo contigo. Sabes que te yo voy a dar una A incluso si no pasas todos los tests y pruebas. Ella le guiñó un ojo.
—Oh, lo sé.
Él sonrió.
—Eres una niña mala.
Ella se apresuró a saltar sobre eso.
—Trabajé durante un tiempo malditamente largo en ser buena, y mira a dónde me llevó
—Terminaste conmigo —señaló.
—Sí. Cuando me volví mala.
Alfred se echó a reír. Amaia se inclinó para darle un beso en la mejilla.
—No te atrevas a llegar tarde al recital de Elizabeth —advirtió—. Una vez que
se cierran las puertas, nadie tiene permitido entrar. A las siete y media de esta noche. En mi agenda.
—Y le dije a Caleb que irías con él este fin de semana a ver tablas de
snowboard. No sé un carajo sobre eso, por lo que es tu trabajo.
—Me llamó esta mañana y me lo recordó. En mi agenda —dijo alfred.
—Tengo esa boda este fin de semana. No puedo llevar a Elizabeth de compras. Necesita jeans nuevos.
—amaia, por favor, no me hagas hacer eso. No sé nada de vaqueros —dijo Alfred.
—Arréglatelas. Necesita jeans y tiempo con papá —respondió Amaia.
Alfred suspiró gratamente.
—Lo tienes.
—aitana tiene en la cabeza que nos pusimos de acuerdo para hacer la cena en su casa este domingo —dijo Amaia.
—Lo hicimos. Ya hablé con Dylan de ello.
—¿Es este adolescente amigable? —preguntó Amaia.
—Um, no lo creo. Amaia resopló.
—No voy a dejar a los niños donde tu madre otra vez.
—Oh, a ella le encantaría eso —respondió alfred—. Déjalos allá todo lo que quieras. O deja que se quedan solos en casa. Amaia resopló.
—Uh, sí, verdad.
—¿Asustada de que se escapen a hurtadillas y se metan en problemas como tú y aitana solían hacerlo? —alfred preguntó, sonriendo.
—Sí. Y no es divertido.
—Es muy gracioso. Y estoy muy contento de que lo hiciste. De lo contrario, no existiría esto —dijo, moviendo su dedo entre los dos.
Amaia sonrió.
—Te amo hasta los pedazos.
Se quedó mirándola a la cara.
—¿Esta mañana te dije lo hermosa que te ves? Ella negó.
—Entonces debería compensártelo.
—¿Cómo es eso? Bueno, ¿por qué no vienes a mi oficina ahora mismo y lo averiguas? — respondió alfred—. Tengo una carta para tus padres de todos modos. —Él movió
sus cejas. Amaia rio.
—Sí, seguro que la tienes. —Miró la hora su teléfono—. Lo que sea que tengas planeado, solo tengo cinco minutos de sobra. Diez como máximo.
—Haré lo que pueda. Le tomó la mano y tiró de él por la puerta, y por el pasillo hacia su oficina.
Una vez que la puerta estuvo cerrada, él la levantó y la puso en el borde de su escritorio.
—Te voy a amar por el resto de mi vida. ¿Lo sabes? Incluso cuando mi mente se vaya y no tenga ni idea de quién o de dónde estoy, te reconoceré. Y te amaré. Ella ahuecó la cara de él entre sus manos, moviendo sus pulgares sobre sus mejillas de papel de lija. Lo miró a los mismos ojos acerados que la cautivaron a los
diecisiete años, y era la chica joven de nuevo, desesperada por su amor.
—¿Me has oído, amaia? —preguntó en voz baja—. Te voy a amar para
siempre.
—Oh, lo he oído —respondió ella—. Y más te vale hacerlo.
Fin…
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PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)
FanfictionAmaia Romero es una chica buena. Sólo comete un error en su primer año en la escuela secundaria que le cuesta diez meses de detención juvenil. Ahora en su último año a perdido todo:su mejor amiga, La confianza de sus padres, el privilegio de conduci...