TIEMPO DE DECISIÓN

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Hola? —dijo alfred al teléfono.
—Es aitana.
Su corazón cayó.
—amaia se está quedando con Carrie esta noche. Ella me lo dijo.
Alfred dejó salir su aliento.
—Me imagino que no se molestó en llamarte y hacértelo saber.
—No —dijo alfred suavemente—. No lo hizo. Aitana hizo una pausa antes de continuar:
—Sé que está siendo un poco perra en este momento. Alfred no dijo nada
—Le dije que madurara de una jodida vez. Es lo que siempre estoy diciéndole, que madure de una maldita vez. Eso lo hizo sonreír.
—Aunque tuviste una esposa, y se lo ocultaste, y tenías este GRAN secreto, y odias a los bebés…
—Sí, aitana —señaló alfred pacientemente.
—Mira, no estoy tratando de entrar de lleno en tus asuntos.
—Eso es exactamente lo que estás haciendo —la interrumpió.
—Bueno, lo que sea. El punto es que ella está herida, y no sabe cómo
manejarlo.
—Lo sé.
—Y tú pudiste haber sido un poco menos cruel al respecto cuando ella te
confrontó cuando lo descubrió.
—Me disculpé.
—Decir «lo siento» no es suficiente. De hecho, vamos a hacer una regla, ¿está
bien? «Lo siento» desaparece y nunca tendrás permitido usarlo otra vez.—¿Entonces qué se supone que le voy a decir, aitana? ¿Mmm? —alfred sintió
que su temperamento se exaltaba.
—No estoy diciendo que le tienes que decir algo supuestamente. ¿Por qué no mejor le enseñas cuánto lo sientes?
—¿No lo estoy haciendo? Le estoy dando su espacio. He sido comprensivo. He dejado de lado todas las cosas hirientes que me ha dicho y hecho.
Aitana lo interrumpió.
—Mira, creo que eres un gran chico. Sé que amas a Amaia a muerte. Si no lo hicieras, no la dejaría estar contigo. Nunca me hubiera entrometido en tu salón esa tarde. ¿Te acuerdas?
—Sí, me acuerdo.
—Tal vez esto solo tomará tiempo. Pero estoy preocupada por ella. No miento.
—Yo también.
—Voy a seguir llamándote y mandándote mensajes cuando sepa dónde está. No voy a dejarte colgado.
—Gracias.
Aitana preguntó algunas cosas sobre matemáticas al final de la conversación. Alfred se rió cuando colgó. Eso era completamente típico de Aitana: preocuparse por los demás, pero siempre pensando en ella misma primero. Por lo menos esperó hasta el final para preguntar, pensó. No podía dejar de recordar la conversación que tuvieron en su salón de clases que lo llevó a buscar a amaia para invitarla al cine el año pasado. Esa fatídica
noche que cambió el curso de su relación y su relación con los demás.
Aitana abrió la puerta y se dirigió hecha una furia al escritorio de alfred. Dejó caer su cartera y su mochila al piso, se cruzó de brazos y lo miró. Alfred, parpadeó. Una invitación silenciosa para que hablara.
—Madure de una maldita vez, Sr. Garcia —escupió.
—¿Disculpa?
Ella colocó sus manos sobre las esquinas del escritorio y se inclinó.
—Madu-re.
Él respiró hondo.
—aitana tengo un montón de calificaciones que entregar…
—¡Oh, abra los ojos! ¿Es esa su excusa cada vez que se siente incómodo? Usted sabe que está enamorado de mi mejor amiga. Lo he pillado mirándola todo el tiempo. Ni siquiera es bueno en ocultarlo. Estoy sorprendida de que no haya sido despedido. Pero no importa. Así que no se preocupe por eso. Yo me preocupo por Amaia no dijo nada mientras movía su silla hacia atrás, poniendo espacio entre ellos.
—¡¡Vaya a disculparse con ella y vuelvan a estar juntos!!
—¿Puedes por favor estar un poco más callada? —preguntó. Se frotó la parte posterior de la cabeza.
Aitana esperó una mejor respuesta que «¿puedes por favor estar un poco más callada?» el lo sintió, y asintió con la cabeza.
—Primero que todo, se supone que tú ni siquiera deberías saber sobre nosotros —empezó.
Aitana resopló.
—Segundo, es mucho más complicado de lo que estás haciéndolo sonar.
—Tonterías, Sr. Garcia. Usted la ama. Ella lo ama. Por lo tanto, ambos deben estar juntos. Abrió la boca para responder, luego repentinamente se cerró. ¿Qué podía responder a eso
de todas formas? Sus palabras tenían perfecto sentido. Él amaba a amaia. Esperaba que ella todavía lo amara. Y si así era, entonces ¿por qué no deberían estar juntos? Miró a Aitana, quien sabía que tenía un argumento sólido. Y luego recordó.
—Soy su maestro.
—¿Y qué?
—No es ético.
—Solo no cambie sus calificaciones.
Él esbozó una sonrisa.
—Puedo perder mi trabajo.
—Ni siquiera le gusta su trabajo.
Se echó a reír. Todo eso era verdad. La única cosa que le gustaba de su trabajo, realmente, era ver a amaia todos los días. La enseñanza en la preparatoria solamente era un
trampolín para cosas mejores: un doctorado y un trabajo universitario.
—No quiero complicarle su vida. Especialmente con sus padres.
—¿Le tiene miedo a sus padres?
Se erizó.
—No.
—¿Entonces qué le importa?
Suspiró y luego murmuró—: Eres implacable.
—Síp, lo soy —replicó ella—. Porque mi amiga está sufriendo. No deje que lo engañe. Ella no lo ha superado. Incluso no es la misma tonta amaia. Creo que su corazón se está
volviendo negro. Él se estremeció ante las palabras.
—Y es su culpa. ¿Por qué rompió con ella?
—Varias razones.
—Todas ellas equivocadas.
—Sí —dijo antes de poder detenerse.
Aitana se sobresaltó. No dijo nada mientras lo miraba lidiar con su admisión. Sí, todas eran razones equivocadas. Sí, él estaba solo. Sí, era miserable sin Amaia. Sí, ella era la luz
radiante, y ahora su mundo estaba oscuro. Frío.
—Ella va ir al cine con Tate esta noche. Pensé que lo debería saber. No la deje Sr. Garcia. A quién le importa todas esas cosas que me dijo. Usted la ama. Al diablo las consecuencia, ¿correcto? Alfred pensó un momento.
—Tú puedes decir eso porque tienes dieciocho. La sociedad te da un pase libre. No puedo decir eso a los veintiocho. No consigo un pase libre.
—No se trata de un pase libre, Sr. Garcia. Es acerca de luchar por alguien a quien ama.
Asintió. Ella tenía razón. Lo haría.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora