AMOR JOVEN

144 8 8
                                    

Hoy conocí a tu novia
—bromeó Dylan. Él y alfred se sentaron en la barra de su
restaurante favorito de sushi esperando que Miranda apareciera. Ella era la cuarta chica en tres semanas. Dylan la conoció en
su tienda cuando ella vino a comprar un disco para su novio.Alfred se rió entre dientes.
—Gracioso.
—Bueno, ella es totalmente la chica de quién me estuviste hablando —continuó Dylan—. ¿Estoy equivocado?
—No. Pero ella no es mi novia —respondió alfred—. ¿No estas preocupado por esta chica… Miranda? Dejó a su novio por ti así como así. —Chasqueó los dedos—. Yo estaría
preocupado por sus intenciones.
—No estoy buscando casarme con ella —dijo Dylan—. Estoy buscando anotar.Alfred rodó los ojos.
—Ahora volviendo a la señorita amaia
—¿Qué hay de ella?
—¿Qué hay de ella? Es joven. Es bonita. Buen gusto musical. Veo la atracción, hombre, la veo.Alfred lo ignoró y miró el juego.
—Pero sigue siendo tu alumna.
—Me doy cuenta de eso —respondió alfred.
—Sé que mi brújula moral apunta en una dirección ligeramente diferente a la mayoría, pero todavía está allí. E incluso yo me mantendría alejado de eso. Por lo menos hasta que se
gradúe.
—Bueno, estoy esforzándome.
Dylan se inclinó.
—Esfuérzate más.
Alfred se estremeció y luego frunció el ceño ante su reacción involuntaria a las palabras de Dylan. Puso mala cara durante la cena mientras veía a su amigo coquetear con Miranda, quien bebió demasiados martinis. ¿Cómo es que siempre Dylan encontraba estas chicas que bebían como peces? Era un completo desencanto. Apartó su rollito de atún picante y su Red
Stripe.
—Me voy —dijo de repente en medio de risas—. Tengo que levantarme temprano.
—Está bien, hermano. Tómalo con calma —dijo Dylan.
—Encantado de conocerte, Miranda —dijo alfred.
—Igualmente —respondió ella—. Estoy segura de que te volveré a ver.
Alfred sonrió y salió del restaurante.
—Estoy seguro de que eso no sucederá —masculló él.Condujo a casa al sonido de Mutual Slump de DJ Shadow. Estaba en un infierno de
depresión, aunque no estaba seguro de quién lo estaba más. Supuso que DJ Shadow.
—Te escucho, hombre. —Se lamentó alfred, golpeando el volante con sus palmas—. Esto apesta.Pensó en la bonita cara de amaia, mirándolo en clase, poniéndolo solo un poco
nervioso cuando ella realmente se concentraba en lo que él había escrito en la pizarra. Buscó los signos de frustración que cada vez enviaban a su corazón al borde. Porque ella era tan hermosa cuando estaba frustrada. Ceño fruncido. Dientes hundidos en su labio inferior. Leve suspiro. La cara apoyada en sus pequeñas manos. Ahí es cuando ella siempre se rendía y
empezaba a pensar en otras cosas. Él quería abrir su cerebro y hacerla entender. Pero no las cosas que había escrito en la pizarra. Quería que lo entendiera a él. Sus intenciones. Su
creciente encaprichamiento. Su amor inevitable. Entró a su apartamento vacío y se quedó en el medio de la sala de estar. Miró alrededor por señales que lo orientaran en la dirección correcta. Todo dicho para perseguirla. Abrir su cerebro. Hacerla entender. No sabía si él tenía las agallas para decirlo en voz alta. Pensó que
darle cosas, mostrarle bondad, comunicarían el mensaje claramente. Pensó que tal vez ella entendía y estaba tratando de luchar contra ella misma. Él no podía saber que ella había decidido esa misma tarde dejar de luchar. Que ella iba a irrumpir en su clase al día siguiente y confrontarlo. Obligándolo a confesarle todo. Y luego abrazarlo por primera vez.

* * *

—¡amaia! —llamó alfred desde la puerta del frente. Arrojó su mochila y su abrigo al suelo.Ella asomó la cabeza a la vuelta de la esquina.
—¿Sí?
—Ven.Ella vaciló, y luego salió de la habitación, pensando absurdamente que estaba en problemas.
—Detente ahí mismo —dijo él.La miró parada al final del pasillo. La distancia justa para convertir esto en un
infierno de juego divertido. Su cabello estaba suelto, cayendo alrededor de sus hombros en ondas enredadas. Llevaba puesta su camiseta de la vieja escuela de Snowboards Type A
y sin pantalones. Dios, él amaba cuando ella usaba sus camisetas. Él ya había planeado follarla incluso antes de llegar a casa, pero ahora que estaba parada ahí llevando su camiseta y una sonrisa tonta, decidió apoderarse de ella en su lugar.
—Esto es lo que va a pasar —empezó—. Voy a arrancarte esa camiseta. Voy a poner mis manos por todo tu cuerpo. Me voy a comer tu coño hasta que te vengas. Y luego voy a doblarte sobre esta silla y follarte tan duro que verás estrellas.Amaia se quedó paralizada en la línea de salida, absorbiendo cada palabra. La penetraron instantáneamente, y pensó que debería agacharse como un corredor a punto salir,posicionándose a sí misma para un lanzamiento óptimo. Porque ella iba a ser la primera en llegar a él. Ella iba a ser la ganadora.Sus labios se curvaron en una sonrisa de complicidad.
—Ven a buscarme.Corrió a través del apartamento y saltó sobre él. Ella envolvió sus piernas alrededor de su cuerpo, arañando sus hombros, su espalda. Él atrapó su nuca con la
mano y forzó sus labios sobre los de él, empujando su lengua en su boca. Ella se rindió. Jugaron un juego inocente con sus lenguas mientras un juego peligroso distinto estaba sucediendo con sus manos. Ella le clavó las uñas en la espalda. Él
deslizó su mano derecha en la parte posterior de sus bragas, siguiendo la línea de su raja hasta que encontró ese punto dulce, ya caliente y húmedo para él.
—Quiero escucharte decirlo —le dijo él en su boca.
—Yo… yo lo quiero —respondió ella, acariciando su cuello.
—¿Qué quieres?
—Quiero que… —Se detuvo, buscando coraje. Ya había corrido hasta él. Se
abalanzó sobre él. Se había agarrado a él. Podía decirlo. Podía decir las palabras y poseerlas. Abrazarlas—. Folles mi coño.Él hundió su dedo más adentro, dejándola retorcerse sobre él, sus caderas moviéndose en círculos desesperados contra su estómago.
—Mírame cuando lo digas.Amaia levantó la cara hacia él. Ojo a ojo, y pensó que se ahogaría en los suyos. Tempestuosos mares con un propósito, arrastrarla y hundirla más y más profundo en su amor. Ella iría allí, al fondo de su océano, quedándose ahí toda una vida, siempre que pudiera seguir sintiendo esto.
—Dilo —susurró él Te amo.
Él sonrió ampliamente.
—Estoy loco por ti. Haré cualquier cosa por ti. Tomaré el mundo entero. Te rescataré. Siempre, Amaia. Tú me dices, y lo haré.Ella vació, luego presionó suavemente sus labios a los de él. Esta vez no hubo fuerza ni desesperación. Fue un beso tranquilo, hecho para mostrarle que ella
entendió la gravedad de sus palabras. Una bendición. Y una promesa de su misma devoción.
—¿Estás lista? —preguntó él cuando ella se apartó de su cara.Ella asintió.
La llevó hasta el sillón y la sentó. Le quitó las bragas antes de abrirle las
piernas, dejándolas colgando sobre cada brazo.
—¿Cómo puedes hacer eso? —respiró él, mirándola.
—Soy flexible —respondió ella.
—Y lo amo.
Él hundió el rostro entre sus piernas y pasó la lengua sobre su raja. Ella siseó
luego gimió suavemente. Él tentó su abertura con su lengua, deleitándose con su jadeo. Ella lo hacia todas las veces, incluso cuando ya sabía qué esperar. Todas las veces. Como si fuera la primera vez experimentando su boca sobre ella. Él quería que siempre fuera así, cada vez que hicieran el amor, algo extraño y nuevo. Quería seguir redescubriéndola. Él retrocedió y la contempló.
—Esta. Esta es la razón de todo. ¿Sabías eso?Él levantó la mirada a su rostro. Ella estaba sonrojada y brillante, apoyándose sobre el cojín del sillón con su cabello dorado extendido como un velo. Estaba
tendida ahí brillante bondad, resplandeciendo como un santuario sagrado. Abierta para él. Lista para recibir su oración, y para responderla. Y se arrodilló ante ella en reverencia, su cabeza inclinada, las manos juntas en súplica. Dijo una oracion silenciosa, que ella siempre lo amara, que siempre se abriera a él y confiara en él completamente.
—Voy a dejar que me cures —susurró él. Y luego la besó entre las piernas,
escuchando sus gritos suaves mientras su boca la chupaba gentilmente, tentó su clítoris, la lamió una y otra vez hasta que la mandó en espiral hacia el cielo.Ella se quedó allí jadeando, irradiando calor. La sacó de la silla y arrancó su camiseta.
—Estoy sensible —dijo ella.
—Oh, lo sé —respondió él, arrancando su ropa—. Y no seré gentil al respecto.
—No dije que tenías que serlo.Él dudó por un momento antes de empujarla al suelo. Se tumbó sobre ella y empujó largo, duro y profundo. Ella lanzó un grito, envolviendo sus piernas por
instinto alrededor de él.
—Abre esas piernas —respiró, bombeándola duro.
—Nah ah —dijo ella, riendo
—Abre esas piernas, pequeña ninfómana —exigió. Ella obedeció, permitiéndole un mayor movimiento a sus caderas. Él tomó de ella sin pensar en sus necesidades o deseos y ella gruñó por la fuerza de ello, su
cuerpo estirándola, doblándola, casi rompiéndola.
—Más duro —jadeó. Él la complació, trabajando duro hasta que sintió gotas de sudor saliendo de la línea de su cabello. Salió de ella de repente y le dio la vuelta, tirando de ella
cuidadosamente sobre sus manos y rodillas.
—Ahí. Puedes poner tu cara en esa silla —ordenó él.Ella debería sentirse ofendida—la forma en la que él le hablaba—pero no lo estaba. Quería que él tomara el control, así que se arrastró hasta el sofá y se inclinó,
descansando la parte superior de su cuerpo sobre el asiento. Ella gritó al sentir sus dedos explorándola por detrás. Y luego ya no eran sus dedos sino su boca. Él nunca había hecho eso, y se puso tensa, sin saber si le gustaba la intimidad de su rostro en
su parte trasera.
—Sabes a miel salada —dijo él.
Su cara ardió de la vergüenza, y enterró la cabeza en el cojín del sillón.
Él se sentó sobre sus rodillas y estudió su trasero.
—Me haces fantasear sobre las cosas más sucias —dijo él. Corrió sus manos
sobre sus caderas y su culo—. ¿Te molestaría si hiciera esto?
—¿Que hicieras qué? —preguntó ella, tensándose involuntariamente. La tocó entre las piernas, luego dirigió su dedo medio lentamente hasta su
trasero, deteniéndose directamente sobre su ano.
—¡Oh Dios mío! —chilló Amaia. Él inmediatamente movió su dedo.
—¿Demasiado?
—¡Oh Dios mío, alfred! —Era todo lo que podía decir. Y luego el recuerdo
brilló en su cerebro. La noche en la que él la llevó al club y lo que él dijo antes de que dejaran su apartamento. Estoy enamorado de tu culo amaia. Ni siquiera te imaginas las cosas que quiero hacerle.
—¡Quieres follar mi trasero! —gritó ella en el cojín.No hubo respuesta.
—¡ALFRED!  sintió su pecho presionándose fuerte en su espalda y sus labios cerca de su oído.
—No lo haré si no quieres —susurró él—. ¿Pero tal vez pueda jugar un poco con él?
—Eso es lo que la gente hace en el porno —dijo ella desesperadamente.
Él rió entre dientes.
—Nunca te querría de otra manera. Si por casualidad alguna vez llego a
hacértelo por el trasero, todavía serás tan virginal y pura como el día en que te conocí.Ella relajó su cuerpo.
—¿Cómo lo haces? —continuó él—. Me haces querer usarte como una
pequeña esclava sexual y luego ponerme de rodillas y adorarte. Creo que me arrastraría detrás de ti si quisieras.
—No tienes ningún sentido —respiró amaia.
—Eso es lo que me haces —contesto él. Descansó su mano en su trasero una vez más y la frotó suavemente.
—¿Eres uno de esos locos del sexo, ¿verdad? —preguntó ella.
—Oh, amaia, querida. No sabes ni la mitad —respondió él. Ella realmente podía sentir la lujuria iluminando sus palabras. Encendió la sala de estar. Estaba convencida de que él se arrodilló detrás de ella brillando. Si él se metía de nuevo en ella, ambos pulsarían por unos pocos segundos antes de la explosión inevitable.
—alfred… Él se hundió profundamente, y ella gritó en el cojín del sillón. Agarró sus caderas, amasó su culo y la jaló del cabello. La bombeó duro y con propósito. Él se
estaba viniendo, e iba a explotar dentro de ella.
—Amo tu coño —respiró, acariciándola sin descanso.Ella se aferró al cojín mientras sus embestidas la empujaron hacia adelante, adelante, adelante. ¡Tenía miedo de que su cabeza fuera a la parte de atrás del asiento!
—¡alfred! —gritó ella, sintiendo un imposible segundo orgasmo
construyéndose.
—Tócate —exigió él. No lo pensó dos veces. Puso su mano entre las piernas y se frotó a sí misma, alentando al orgasmo que estaba a segundos de detonar. Su cuerpo nunca había
temblado tan violentamente. Era completamente consumidor, y ella enterró su rostro en el cojín, amortiguando y mezclando sus gritos con los de él mientras ambos se vinieron con fuerza por el otro.Ellos nunca habían experimentado orgasmos sincronizados. Se vinieron casi a la vez algunas ocasiones, pero siempre alguien se las arreglaba para ir primero, incapaz de aguantar por el otro. Ella pensó que esto era algo especial, y se lamentó no poder ver su rostro cuando ambos cayeron por el borde.Se desplomó encima de ella, respirando en su mejilla. Ella se concentró en la sensación de su cuerpo sudado y resbaladizo, la unión que no ha sido rota por debajo. Ella tensó sus músculos alrededor de él, y él se estremeció.
—amaia…
—¿Qué? —preguntó ella, ahogando una risita.
—Por favor no hagas eso. Estoy sensible.
—Mm hmm. También lo estaba yo, y mira lo que me hiciste.
—¿Qué te hice? Solo te di otro orgasmo estelar. ¡Eso es lo que hice!
—Sí, pero bordeó lo doloroso —contestó ella.
—Oh, te gusta duro —dijo él con desdén.
Él empezó a salir de ella, y ella apretó los músculos de nuevo.
—¡Amaia! Ella se echó a reír.
—Venganza, bebé. Es justo.
—Me quedaré dentro de ti toda la noche si no dejas de hacerlo —dijo él.
Ella suspiró.
—No me importaría.
Él rio y salió por completo incluso cuando ella lo había apretado con todas sus fuerzas, haciéndole gruñir con esfuerzo.
—Mi pobre polla —gimió—. Eres cruel. —Se desplomó en el suelo sobre su espalda.
—¿En serio? ¡Acabas de usarme como el infierno! —contestó ella, subiendo
encima de él y sentándose a horcajadas.
—Y te gustó toda la cosa —dijo. Él cerró los ojos, y ella vio una sonrisa
extenderse por su rostro.
—¿Feliz? —susurró ella.
—Mucho.
—Yo también —contestó ella.
—Espero que te sientas así después de mañana —dijo alfred. Entreabrió un ojo y la miró.
—Oh, hombre. Lo olvidé —dijo Amaia. La ansiedad fue inmediata. Ella lo
sintió palpitar detrás de su esternón.—Esas señoras son divertidas —dijo alfred—. Estarás bien. Pero una
advertencia: Te harán una tonelada de preguntas personales y no te sientas mal por ello.Amaia asintió.
—Y se burlarán sin piedad —continuó. Los ojos de amaia se abrieron.Alfred abrió el otro ojo.
—Y no puedo esperar para escuchar todo sobre ello.
—Estoy aterrada —gritó amaia, y alfred rió—. ¡Compadécete de mí!
—Oye, fuiste tú la que quiso conocer a estas señoras. No siento ninguna
compasión por ti —dijo él.
—Eres malo.
—Me estoy recuperando —replicó alfred—. Porque en veinte minutos más o menos, te voy follar de nuevo.
—Ooooh, sacando la palabra con «f». Debes ser puros negocios. Ella corrió las manos sobre su pecho. Él atrapo sus manos en las suyas.
—Oh, lo hago. —Su mirada era penetrante, recordándola de la vez que se arrodilló al lado de su escritorio, estudiando su cara mientras su mano ahuecaba sus
mejillas. Ella había atrapado su mano, haciéndolo dejar de deslizar el pañito
húmedo a lo largo de la línea de su mandíbula porque le hacía cosquillas. Si él hubiera decidido besarla entonces, ella lo hubiera dejado. Recordó pensar que quizás lo haría, tan audaz como hubiera sido eso, pero su mirada ofrecía la posibilidad, y ella estaba lista para aceptarla.
—Debería haber sabido que eras problemas —bromeó ella.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él.
—Ese día que limpiaste mis manos y rostro. Debería haber sabido justo ahí
qué tipo de problemas eras. Él rió entre dientes.
—Bueno, trata de no compartir esa información con las chicas mañana.
—Temo que eso es exactamente el tipo de detalles que ellas trataran de
sacarme —dijo Amaia.
—Oh, lo harán. Por eso te lo estoy advirtiendo —contestó Alfred.
—¿Crees que les gustaré? —preguntó ella suavemente.Su corazón dolía con esas palabras. Él podría matar a sus padres por lo que le habían hecho, le habían roto el corazón, lo volvieron frágil e inseguro y desesperado por aceptación. Él deseaba que su aceptación fuera suficiente, pero no estaba seguro de que nadie pudiera en este momento. Aun así, estaba seguro de una cosa: Aquellas señoras la amarían.
—Te secuestrarán —dijo alfred—. Tendré que negociar para traerte a casa.Ella soltó una risita.
—¿Cuáles crees que serán sus condiciones?Alfred suspiró gratamente.
—Oh, probablemente me obligarán a volver a la iglesia.Amaia rió.
—¿Valgo la pena?
Él la miró a los ojos.
—Vales muchísimo la pena.
Ella se inclinó hacia adelante y besó sus labios. Él envolvió sus brazos
alrededor de ella y le dio la vuelta.
—De ninguna manera —dijo ella.
—Sí.
—Moriré.
—No, no lo harás.
—¡alfred!
—amaia.
—¡Por favor no! —chilló ella, riendo. Golpeó las manos que corrían a lo largo de su cuerpo, tratando de separarle las piernas.
—Seré tan rápido, ni siquiera sabrás qué pasó —dijo él. Ella le sonrió y sacudió la cabeza en derrota.
—No puedo evitarlo —dijo él—. Solo tengo que tenerte todo el tiempo.
Ella asintió.
—De verdad seré gentil esta vez. Lo prometo.
—Sé que lo serás —susurró ella.
Él le hizo el amor de nuevo en el piso de la sala de estar, y cuando todo
terminó, cayeron dormidos lado a lado donde permanecieron toda la noche hasta entrada la mañana.

* * *
Amaia pensó que vomitaría en toda la escalera delantera de la Sra. García.
Su ansiedad alcanzó nuevas alturas, y se quedó allí temblando, mirando la puerta de entrada. No podía creer que estaba aquí para el té de la tarde del domingo con la madre de alfred y su pandilla.—No puedo, no puedo, no puedo —dijo ella mientras su puño golpea la puerta—. ¿Por qué hiciste eso? —siseó en su mano, luego se sintió como un bicho raro total. Alisó su falda y esperó. Y esperó. Tocó el timbre. Y esperó. Y…
—¡Ahí estás! —escuchó a su izquierda. Miró a la Sra. Garcia—. Estamos en
la parte de atrás, querida. Debería habértelo dicho por teléfono. Es el crujiente otoño, ¡y nos estamos aprovechándonos de él! Amaia sonrió y se unió a la Sra. García en el patio de atrás.Allí estaban ellas, las cuatro. Charlando, cotilleando, riendo a carcajadas. Estaban sentadas en una acogedora mesa bajo un gran árbol de roble que la Sra. García había decorado con lámparas de papel verdes, naranjas, amarillas y rojas.
Le recordaban a Aitana. Oh, ¡como desearía que aitana estuviera con ella ahora! Ella sabría cómo manejar a estas mujeres. Amaia contuvo el aliento y se acercó a ellas.
—¡Ahí está nuestra sexta! —chilló una.
—¡amaia, Amaia! ¿Sabes cuánto me gusta el nombre «amaia»? Bueno,
estaba diciéndole a mi hermana, lo estaba, lo mucho que deseaba que mi nombre fuera «amaia». Creo que toda mi vida sería Amaia asintió.
—Cariño, ¡eres adorable! Ven aquí y siéntate junto a mí.Amaia tomó el asiento ofrecido y buscó alrededor un lugar para poner su bolso.
—Naomi, ¡por el amor de Dios! ¿No puedes siquiera tomar el bolso de la pobre chica y ponerlo en algún lugar?
El bolso de Amaia fue arrancado de sus manos y dado a la Sra. Garcia
quien lo llevó adentro. ¡Su teléfono! ¡Su conexión con alfred! Él le dijo que le escribiera «Ayuda» si necesitaba que apareciera sin anunciarse.
—Soy Martha —dijo la mujer al lado de amaia.
—Encantada de conocerla.
—Soy Gypsy —dijo una pequeña mujer al otro lado de la mesa.
Amaia sonrió.
—Encantada de conocerte.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora