CAER EN DESGRACIA

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Incluso borracha, amaia estaba lo suficientemente lúcida para reconocer la imagen en el espejo que le devolvía la mirada detrás de ella. El rostro de Gracie lucía una sonrisa completa, una sonrisa estúpida y borracha en una chica quien involuntariamente invitaba a los problemas. Y venían en manada. Tres de ellos. Grandes y rudos chicos quienes la rodeaban y pretendían
encontrar sus bromas divertidas.
Amaia sabía que Gracie asistía a la Universidad del Norte de Atlanta pero
hasta el momento, había sido lo suficientemente afortunada para evitarla. No compartían clases y no la había visto ni una sola vez en el campus. Era un poco sorprendente, sin embargo, verla en una fiesta de fraternidad. Borracha. Gracie no
era una buena cristiana pero amaia reconoció la cansada y cliché historia: un buen adolescente cristiano permanece lejos de los problemas hasta la universidad. Luego enloquece.
—Michael, tal vez deberías ir ahí y conseguir esa chica —dijo amaia. Tenía que enunciar sus palabras cuidadosamente para evitar el arrastre.
—¿Huh? —preguntó, ocupado con otra rubia en el sofá.
—Esa chica de ahí —apuntó amaia—. Gracie.
—¿Quién demonios es Gracie?
Amaia resopló y saltó del sofá. Tropezó de lado y una chica fue lo
suficientemente amable para atraparla antes de que cayera.
—Gracias —murmuró Amaia, luego caminó lentamente y se estabilizó en la esquina de la habitación donde Gracie estaba atrapada.
—¡Amaia! —chilló—. ¡¿No amaaaaaas la universidad?!
—Es la droga —respondió Amaia y los chicos se rieron. Gracie atentó para tener de regreso su atención.
—amaia y yo fuimos a la preparatoria juntas.
—Oh, eso es genial —dijo un chico—. ¿Son amigas?
—No realmente —dijo Gracie—. Es una clase de perra.
—Whoa —dijeron los chicos al mismo tiempo. —Esh verdad —salió de la boca de amaia. ¿Qué carajo? Pensó. ¿Esh? Los chicos chiflaron.
—Gracie, ¿puedo hablar contigo un segundo? —preguntó Amaia, ignorando las risas.
—¿De qué?
—Es privado.
—Lo que sea que quieras decir lo puedes hacer aquí. Amaia se erizó.
—Preferiría no hacerlo. Gracie rio.
—Eres graciosa cuando bebes. Dices cosas tontas. «Esh» y «preferiría». Eres una inepta, amais.
El corazón de amaia se apretó. No podía recordar la última vez que escuchó «amais» salir de la boca de Gracie. Incluso no podía recordar la última vez que había hablado con ella.
—¿Por qué estás bebiendo? —preguntó amaia. Gracie puso los ojos en blanco.
—Porque es una fiesta. Duh.
—Sí, sé que es una fiesta pero tú no bebes. Gracie resopló.
—Como sea.
—No. No como sea. Tú no vas a fiestas y no bebes.
—Bueno, ahora lo hago. ¿Bueno? De cualquier forma, ¿a ti qué? —soltó
Gracie.
—Ven y sal conmigo —urgió amaia. La habitación giró ligeramente. Lo
suficiente para forzar su mano contra la pared para sostenerse.
—¿Por qué demonios querría salir contigo?
—Para compensar por haberme acusado —respondió Amaia.
—¿Acusarte? —dijo uno de los chicos.
Amaia se arrepintió de haber usado esa palabra. Pensó que a los tres
mosqueteros les había gustado mucho. Estaban susurrando de oído en oído, mirando hacia ella. Esperaba que empezaran a jadear, sacando sus lenguas, babeando por todas partes. De repente estaba asqueada.
—Soy una mujer grande. No acuso —soltó Gracie—. Y de cualquier forma, ¡te lo merecías!
—¿Qué se merecía? —preguntó el chico pelirrojo. Creo que se refiere a mí mereciéndome el golpe en el ojo que mi padre me dio después de que le dijera que estaba durmiendo con mi profesor de matemáticas. Un coro de «diablos, no» y «¿qué demonios?» sonó a través de la sala. Uno de los chicos se volvió hacia Gracie.
—Chica, eso es no tener corazón.
Gracie se encogió de hombros.
—Estaba intentando salvarla.
Nadie sabía a qué se refería. Incluso Gracie no sabía a qué se refería. Se aferró a su cerveza y miró a la distancia.
—Por favor ven conmigo —rogó Amaia.
—Aléjate.
—No.
—Aléjate perra.
—Um, creo que ella quiere que te vayas —dijo el chico rubio.
—Bien. No me importa lo que te pase —dijo amaia. Se giró en sus talones y
se dejó caer otra vez en el sofá. Se hundió en el cojín y observó mientras Gracie coqueteaba con los tres jugadores de fútbol. Asumió que eran jugadores de fútbol por lo altos que eran. Amaia bebió más cerveza durante toda la noche hasta que veía cinco de todo. De hecho, vio a cinco Gracies siguiendo a quince chicos hacia la parte trasera de la casa. Algo no se sentía bien acerca de eso y se concentró fuertemente para formar las palabras.
—Michael, Gracie se fue a la parte trasera de la casa con esos chicos —dijo Amaia, codeando a su amigo. Él estaba ocupado besándose.
—¿Huh?
—Gracie está en la parte trasera con esos tres chicos. ¡Ve por ella!
—Déjala hacer lo suyo. Fue ahí con ellos. Hizo su elección. Amaia se veía horrorizada. Su mente giró. No había una elección aquí. Había alcohol y mal juicio, pero no elección.
Se tambaleó hasta la parte trasera y abrió la puerta de la habitación.
—¡Lárgate! —gritó Gracie. Amaia empujó al chico sin camisa y agarró a Gracie por los hombros.
—Estás borracha. No deberías estar en esta habitación.
—Hey. Espera un minuto…
—¡Cállate! —gritó Amaia a los chicos—. Mírame Grace. No me llames así. Odio ese nombre —pensó por un momento—. ¿Recuerdas que hablamos de eso?
—Sí —dijo Amaia. Pensó que podía ganar esto si usaba las palabras
correctas—. Suena demasiado mayor.
Gracie rio y asintió.
—Ven conmigo, Gracie. No quieres estar aquí.
—Soy mayor ahora —dijo Gracie. No podía sostener la mirada de Amaia.
Estaba muy lejos. Amaia vio al chico rubio enlazar sus brazos alrededor del estómago de Gracie desde atrás.
—Suéltala —demandó Amaia.
—Está bien, chiquilla —dijo el pelirrojo. Empujó el brazo de Amaia y la llevó a la puerta—. Es hora de irse.
—¡Suéltame! —gritó Amaia—. ¡Gracie! —Tiró fuertemente de su brazo pero
no era rival para el chico. La llevó hasta la puerta y la cerró. La golpeó luego se volvió hacia la manija solo para descubrir que estaba bloqueada—. ¡Alguien que me ayude! ¡Ayudadme!
—¿Qué demonios, Amaia? —Michael tomó su mano y la llevó por el pasillo.
Amaia se clavó en sus talones.
—¡Gracie está ahí! ¡Le van a hacer cosas!
—Esto es totalmente inútil —respondió Michael—. Vámonos.
— ¡No! —gritó Amaia—. ¡Ayúdala!
—Saca a esa perra de aquí —dijo alguien.
—Lo sé hombre. Lo siento —respondió Michael. Sacó a Amaia del pasillo, pateando y gritando, todo el camino hacia el jardín del frente.
—¡No me voy a ir! —gritó Amaia—. ¡Gracie! ¡GRACIE! Colapsó en el suelo, agarrándose del césped mientras giraba demasiado rápido en una divertida vuelta.
—Que deje de moverse —siseó e inmediatamente vomitó.
—Mierda —gruñó Michael—. Mantén tu mierda junta, Amaia. Vomitó otra vez luego limpió su boca con el dorso de su mano. No podía hablar con Michael mientras esperaban a que Carrie los recogiera. No podía hablar con él en el auto. No le dijo buenas noches cuando salieron del
elevador hacia la puerta de sus dormitorios. A Michael no le importaba. Sabía que Amaia estaba borracha hasta el culo y no recordaría nada por la mañana. Amaia estaba convencida de que lo haría. La mañana llegó. Y recordaba. Los detalles eran un poco borrosos pero
recordó tratando de detener a una chica de cometer un enorme error. Sin embargo, falló. Fue expulsada de la habitación. Fue forzada a permanecer en el pasillo e imaginar todas las cosas horribles que estarían pasando al otro lado de la puerta. Y
no podía entender por qué era la única que se había preocupado.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora