LA CENA

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¿Puedes calmarte? —preguntó alfred, revolviendo la salsa.
Amaia revoloteó alrededor de la cocina en un frenesí, probando la limonada que hizo, tirando platos de la alacena.
—¿Dónde están esas servilletas de tela que compré? —preguntó.
—¿Necesitamos servilletas de tela? Es de Dylan de quien estamos hablando — dijo alfred. Rodó sus ojos.
—Sí. Y su novia. Nunca la he conocido
Estoy seguro de que ella no se preocupa por servilletas de tela.
—¡Solo dime dónde las puse! —exigió Amaia. Alfred se dio la vuelta y la miró. Llevaba el mismo delantal negro que siempre usaba desde la primera vez que cocinaron juntos. Esta vez, sin embargo, no estaba
desnuda debajo. Su cabello recogido hacia atrás, la hacía parecer mayor. Él sabía que ese era su objetivo, una apariencia madura, por lo que preparó su cerebro para que fuera una cena verdadera. Había salido con Dylan varias veces. Él no estaba muy seguro de qué va todo el alboroto.
—Están en la despensa —dijo.
Él la vio poner la mesa, y luego dirigió su atención al zumbido del
temporizador. Él sacó el pan de ajo del horno, y ella le pasó un tazón de pan.
—¿Tengo un tazón de pan? —preguntó.
—Tenemos un tazón de pan. Lo compré el otro día —respondió amaia.
Él sonrió y no dijo nada. El timbre sonó, y Amaia saltó.
—¡No encendí las velas! —chilló, corriendo a la sala de estar con una caja de fósforos―. ¡Espera!
La mano de alfred se cernía sobre el pomo de la puerta.
—amaia, ¿en serio? —susurró.
—¡Solo espera! —dijo entre dientes, pasando rápidamente de vela en vela hasta que las cuatro estuvieron encendidas. ¿Ahora? —preguntó.
Ella corrió a la cocina, tiró los fósforos usados, y se arrancó el delantal.
—¡¿Ahora, amaia?! ―gritó alfred desde la otra habitación. Ella dobló la esquina y preguntó—: ¿Me veo bien?
El timbre sonó por segunda vez.
Ignoró el sonido y se quedó mirando a su novia. Estaba muy bonita y nerviosa y sexy, que se le cruzó el pensamiento de abrir la puerta y decirle a sus invitados que se perdieran, que tenía asuntos que atender. Y eso involucraba a amaia y una mesa de comedor.
—Hermosa —respondió y la vio iluminarse. Abrió la puerta, y Dylan empujó la puerta para entrar.
—Amigo —dijo—. ¿Qué demonios te tomó tanto tiempo? —Se dirigía
corriendo al baño mientras que su novia estaba de pie en la sala de estar, indecisa de en donde poner su bolso.
Alfred nunca la había conocido. Esta era una nueva novia, escogida de una
larga lista de ellas, y él se preguntó durante cuántas semanas saldría antes de que fuera reemplazada. Él sabía que ella era una niña de papá. Dylan le dijo eso. Dylan le dijo mucho acerca de ella, de hecho, cosas por las que ella estaría molesta que fueran de su conocimiento.
—Portia —dijo ella, extendiendo la mano hacia alfred. Él la estrechó y sonrió.
—alfred —respondió—. Y esta es mi novia, Amaia.
Amaia saludó desde el comedor y luego se excusó para enjuagar los linguini. Dylan salió del baño y tomó el bolso de Portia, lo arrojó sobre el sofá.
—¡Hola, amaia! —dijo.
—¡Hola, Dylan! —contestó amaia.
—¿Recuérdame cómo se conocieron? ¿A través de alfred? —preguntó Portia, entrando en el comedor.
—Sí —dijo Dylan.
—Conocí a Dylan en su tienda de discos —dijo amaia.
—Oh, ¿alfred te llevó allí? —preguntó.
Dylan se aclaró la garganta.
—Él…
—No, yo fui allí por mi cuenta. Alfred me sugirió que fuera allí para escuchar a los discos —explicó amaia.
Alfred le disparó a Dylan una mirada que decía, «¿Qué demonios? ¿No le
contaste?» Dylan murmuró, «Lo siento».—¿Por qué alfred no fue contigo? —preguntó Portia.
Amaia rio.
—No estábamos realmente aún en esa etapa de nuestra relación como para
poder ir a lugares juntos —hizo una pausa—. Bueno. Todo está listo. Les gusta el Pollo a la Alfredo, ¿no? Alfred se suponía que les llamaría y preguntaría.
—Está bien —Portia respondió con desdén—. Ahora, ¿A qué te refieres con no estar en esa etapa de su relación? Alfred habló.
—Pensé que tal vez…
—Él era mi maestro —dijo amaia distraídamente—. Dylan te lo dijo —
Estaba de pie en la cocina vertiendo cuidadosamente la mezcla de pollo sobre la pasta. Portia lucía sorprendida. Ella se giró hacia Dylan luego a alfred.
—¿Tu maestro? Cómo, ¿tu profesor?
Amaia se congeló, dándose cuenta. Dylan nunca le dijo a Portia. Se suponía que él debía decirle, para evitar que amaia se sintiera avergonzada. Justo como lo
está en este momento. Ella se quedó mirando los cuatro platos alineados en el mostrador. Ella había colocado una pequeña ramita de perejil en el borde de cada plato como decoración, y ahora pensaba que era una tontería, como si estuviera tratando desesperadamente de ser mayor que sus dieciocho años.
—Nos conocimos en el último año de amaia —explicó alfred.
—Oh. ¿De qué te graduaste? —preguntó Portia, mirando a amaia.
Preguntas, preguntas. La chica estaba llena de ellas.
—De la secundaria —alfred aclaró—. Nos conocimos en la secundaria.
Silencio.
—Olvidé poner música —amaia murmuró—. Vuelvo enseguida.
Ella se excusó de la cocina y corrió al dormitorio. No cerró la puerta. Se acercó al espejo de cuerpo entero en la esquina de la habitación y se miró. No era culpa de Portia, pensó. Ella estaba reaccionando claramente de la manera que alguien más lo haría. Eso no aliviaba a amaia del bochorno insoportable que sentía, pero lo
entiende. Ella observaba su cabello, la manera en que lo llevaba recogido, lejos de su cuello en un moño desordenado. Quería lucir mayor y se dio cuenta de que lo odiaba. Retiró las horquillas y las dejó caer al suelo, dejando que su cabello cayera
sobre sus hombros en suaves ondas.
Sacó un pañuelo de papel de una caja en la mesita de noche y se limpió los
labios. Hace una hora a ella le gusta el color, un rojo brillante que le recordaba a un ama de casa de los 50’s. En ese momento ella pensó que no le importaría ser el ama de casa de alfred. Ahora veía un color chillón, poco favorecedor. Sabía que estaban hablando de ella. Podía distinguir los molestos susurros en la otra habitación. Sabía que tendría que volver finalmente, inventar una razón por la que lleva el cabello suelto. También tenía que escoger un CD. Después de todo, dijo que iba poner un poco de música. Haría todas esas cosas, pero por el momento lo que necesitaba era estar delante del espejo y ser dueña de su vergüenza. Donde
nadie excepto su reflejo podía ver.
Ella respiró hondo, y luego se dirigió por el pasillo en un paso alegre.
—Lo siento —dijo al grupo en la mesa—. Esas horquillas estaban dañándome el cabello. —Se acarició la cabeza y sonrió—. ¿Alguna música en particular?
—Tú eliges —respondió Dylan.
Amaia observaba la tabla. Portia estaba ocupada sirviéndose una copa de vino. Una segunda copa de vino, en realidad. Y evitaba los ojos de Amaia.
Aparentemente amaia no era la única que se sentía avergonzada. Alfred estaba mordiéndose las uñas, un hábito nervioso. Obviamente, él también lo sintió. Dylan estaba comiendo, ya que no se le ocurrio esperar para comer hasta que ella
regresara. Su plato estaba casi vacío. Sin vergüenza de su parte. Ella rodó los ojos y se acercó al estéreo. Buscó en la colección de CD hasta que llegó al álbum de Linkin Park. Amaia, piensa en cómo eso te hará ver, le advirtió su conciencia. ¡Me lo he ganado!, replicó ella. Sí, lo sé, pero sabes que eso te hará ver inmadura.
Amaia apartó los ojos del álbum y siguió buscando hasta que llegó al álbum de Tori Amos. ¿Mejor? preguntó. Mucho.
Bien, pero no lo reproduciré desde el principio, respondió ella.
Amaia coloca el CD en el reproductor y busca la pista Cornflakes Girl. A la mierda todos ustedes. Se apoyó en el reproductor por un momento escuchando los sonidos de su nuevo himno filtrar la habitación. Ella no era una cornflakes girl. Era más fuerte que eso, por lo que decidió tomar
el control de la situación. Se mantuvo de pie, giró sobre sus talones, y se unió a todos en la mesa.
—¿Vino? —ofreció Portia.
—Oh, no, gracias —dijo amaia gratamente—. No soy lo suficientemente mayor Dylan resopló.
Alfred suspiró pacientemente. Él se dio cuenta de todas las señales sutiles. El cabello suelto. Labios limpios. Tori Amos. Por Favor. ¿Pensaba que era un idiota?
—Entonces, ¿A qué te dedicas? —amaia le preguntó a Portia. Ella giró su linguini frío alrededor de su tenedor.
—Soy enfermera —respondió Portia, tragando su vino. Estaba a punto de
terminar su segunda copa—. ¿Qué estás estudiando?
—Negocios —dijo Amaia—. Quiero tener mi propio negocio cuando haya
terminado la escuela.
—¿Ah sí? ¿De qué? —preguntó Portia.
—Una floristería. —amaia comió la pasta en la que pasó dos horas
preparando. No quería la ayuda de alfred. Quería hacerlo por su cuenta. Y estaba muy buena, se dio cuenta. Incluso fría.
—Lindo —respondió Portia. La palabra fue salpicada con la más pequeña condescendencia. Amaia  sonrió dulcemente.
—Creo que las flores pueden ser lindas.
—No, yo solo quería decir que puedo verte como dueña de una floristería.
Tienes esta mirada linda que va junto con hacer algo así —explicó Portia—. Me recuerdas un poco a Meg Ryan en todas esas comedias románticas que ella solía hacer. ¡You´ve got Mail! Ella era dueña de esa pequeña librería adorable—. ¿Sabes lo que estoy hablando? —Sacudió la cabeza—. Bueno, fue antes de que nacieras.
—Su librería quebró —dijo amaia sin alterarse.
—Lo sé —respondió Portia—. El negocio es difícil… bueno son negocios — Rio y se terminó su vino. Se sirvió una tercera copa.
—Tengo la intención de ser realmente buena en eso —dijo amaia.
—¡Oh, no lo dudo! Pero tiene sus altas y bajas en la economía. La mayoría de
las empresas presentan pérdidas el primer año. Es difícil con todo lo que está pasando —respondió Portia. Le gustaba hablar acompañada de gestos con sus manos, y eso le molestaba a amaia. Alfred vio de reojo a amaia, su cuerpo reacciona a las palabras. Ella estaba a punto de saltar, por lo que él elevó la voz.
—Conseguí dos entradas para ese concierto de muestra de un DJ —dijo—. Aún quieres uno, ¿no? —dirigió la pregunta a Dylan.
—Sí —respondió Dylan.
—Me debes sesenta y cuatro dólares.
—¿Qué? —dijo Dylan—. Por Dios. Nadie conoce a estos tipos.—Lo que Sea. Aún me debes sesenta y cuatro dólares. —alfred vislumbró a Amaia y puso su mano en su muslo. Ella se volvió hacia él y le sonrió. Era falso y
le molestaba. ¡No era su culpa! Le dijo a Dylan que le hablara a su novia idiota sobre Amaia. Quería estrangular a Dylan. Quería estrangular a Portia. Ella
necesitaba dejar de molestar a su novia. De repente sintió una oleada de protección primitiva sobre amaia. Al estilo hombre de las cavernas. Él necesitaba un club. No era consciente de que la conversación había progresado mientras él estaba pensando.
—Lo entenderás en pocos años. —Estaba Portia diciendo. Su tono sonaba con pomposidad—. Es un mundo completamente diferente al salir de la universidad. Como correr de cabeza en una pared de ladrillos. La realidad. Las responsabilidades. Sé que no lo entiendes ahora, pero lo harás. Lo entenderás con el tiempo.
—Tu papá te compró el coche, Portia —dijo Alfred—. Y él paga sus facturas de teléfono celular y también el seguro del coche. Portia se congeló, con la copa de vino presionada en sus labios.
—Y el alquiler, si no me equivoco. Amaia aquí sabe un poco acerca de las
responsabilidades. Ella paga sus propias facturas. Él mordió un trozo de pan y miró a Dylan. ¿El mensaje? «No traigas esta chica a mi casa de nuevo». Portia le lanzó una mirada mordaz a Dylan, luego se aclaró la garganta y siguió comiendo. Todo el mundo hizo lo mismo. La conversación era escasa y forzada después de eso, y Dylan y Portia decidieron irse antes del postre. Y del
juego de naipes. No habría juego de naipes. Amaia estaba tranquila mientras limpiaban la mesa y lavaban los platos.
—Le dije a Dylan que le hablara de ti —dijo alfred a mitad de los quehaceres.
—Lo sé.
—No era mi intención hacerte sentir incomoda esta noche.
—Lo sé.
—¿Tori Amos? Amaia esbozó una sonrisa.
—Pensé que era… apropiado.
—Sí. Lo era —contestó alfred, sonriendo—. Y me gusta tu cabello atado, suelto, de la forma que quieras llevarlo. Simplemente me gusta.
—Me sentí estúpida —susurró.
—No quiero que te sientas así —dijo alfred—. Estoy tan enojado con Dylan.
—No me gusta Portia.—A mí tampoco.
—No me gusta cuando la gente me habla así. Sé que va a ser difícil tener mi propio negocio. No necesito que una persona que no posee su propio negocio me lo diga —espetó amaia.
Lo sé.
—aitana la habría llamado puta estirada. Alfred se rio entre dientes.
—Eso habría sido interesante de ver.
—Oh, las puedo ver confrontándose. Aitana sería totalmente la ganadora —dijo Amaia.
—Creo que Aitana podía ganarle a cualquiera —dijo alfred respondió
pensativo.
—Te agradecería que Portia no vuelva de nuevo —dijo Amaia.
—No lo hará. No te preocupes. Amaia asintió.
—Ella es la cornflake girl —dijo alfred. Envolvió a amaia en un abrazo.
—Dímelo a mí —respondió amaia, enterrando su rostro en el pecho de
Alfred.
—¿Estamos bien? —alfred preguntó en voz baja.
—Sí. Y gracias.
—¿Por qué?
—Por defenderme.
—Eres mi chica. Siempre te defenderé. Nadie le hablará así a mi novia. Amaia se echó a reír.
—Ven. Vamos a dejar todo esto y abrir otra botella de vino. Creo que es la
noche de Tori Amos. Alfred vio el espectáculo: su media borracha amaia dando vueltas alrededor de la sala y cantando a todo pulmón las letras de sus canciones favoritas. Él soltó
una carcajada al comienzo de su danza interpretativa de Baker Baker. Eso fue hasta que realmente la vio. Girando sobre sus pies y girando las muñecas por encima de su cabeza. Dejando caer sus brazos en derrota. Colgando en su cabeza, el cabello le
caía hacia adelante en una cortina de oro. Caminando en círculos. Yendo a
ninguna parte en particular. Cayendo en el suelo estirando su cuerpo.
Levantándose sobre sus rodillas. Acunándose a sí misma y tambaleándose. De pie y lo miraba directamente a los ojos. Cara triste. Chica triste. Simplemente la rutina perdida más pequeñita en este
nuevo mundo.Te gustó? —preguntó. Su cabello caía sobre sus mejillas sonrojadas. Sus labios manchados de vino se curvaron en una sonrisa insegura. Sus grandes ojos azules pasaron por alto con laincertidumbre.
—Hermosa —susurró—. La cosa más hermosa que he visto nunca.
Ella sonrió y pidió otra copa de vino.
—No hay más —dijo en tono de disculpa. Ella se metió en su regazo y le acarició el cuello.
—Entonces llévame a la cama.
Él la cogió en brazos y la llevó hasta el dormitorio, depositándola con suavidad en el edredón.
—¿Sábanas?
Negó.
—¿Pijamas?
Negó.
—¿Yo?
Asintió y se estiró hacia él.
Él se arrastró a su lado y la tomó en sus brazos. La sostuvo hasta que oyó su pesada respiración. Luego la besó en la sien y se fue a limpiar la cocina.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora