—¿Qué está haciendo? —siseé en la cara del Sr. García.
Me dirigí a la escuela temprano y fui directamente al salón 212. Tampoco
llamé a la puerta. Sólo entré a la fuerza y lo dejé salir.
—¿Qué quieres decir? —Dejó caer su lápiz sobre el escritorio y me miró.
—¡Ese disco! ¡Me compró un disco!
—¿Cuál es el problema? Me dijiste que te gusta DJ Shadow. —¡Lo planeó! —dije—. ¡Tenía ese disco esperándome!
—Sí, llamé a Dylan para que te lo apartara. Estoy confundido. ¿Por qué estás molesta? —preguntó el Sr. García.
Estaba furiosa. Él sabía muy bien por qué estaba enojada. Yo estaba
perfectamente satisfecha con albergar un enamoramiento secreto de mi maestro, uno que sabía que no iba a ir a ninguna parte. Una cosa era fantasear sobre una relación inapropiada. Era completamente otra cosa el buscarla. Y él me estaba
persiguiendo. Me llevó una eternidad, pero mi cerebro de diecisiete años de edad ¡finalmente lo descubrió! Comenzó el primer día de clases. El pañuelo. ¡Ese puñetero pañuelo!
Yo. Estaba. Asustada.
—¡Deje de jugar conmigo! —grité.
—Baja la voz —exigió el Sr. García, luego se acercó a la puerta y la cerró. Se volvió para enfrentarme—. Nadie está jugando contigo, amaia. Llamé a la tienda y le pedí a Dylan que apartara el álbum para ti.
—¿Por qué lo compró para mí?
—Porque sabía que te gustaría.
—¿Por qué me compró el álbum, Sr. García?
—Porque… porque todo el mundo debería poseer al menos un disco.
—¡No tengo un tocadiscos! —chillé exasperada—. ¿Por qué me compró ese álbum?El Sr. García suspiró y se rascó la parte trasera de la cabeza. No tenía otra opción, y él lo sabía. Y cuando no te dan opción, hace que actúes como siempre has querido mucho más fácil.
Caminó hacia mí con resolución hasta que estuvo a centímetros de mi cara. Se cernió sobre mí, y yo tenía miedo de mirarlo a los ojos. Así que en su lugar me quedé mirando su pecho.
Se inclinó y me susurró al oído—: Porque quería hacer algo amable por ti. Necesitas a alguien para que haga algo amable para ti, por el amor de Cristo.
Caminas alrededor de esta escuela como si alguien hubiera matado a tu perro. Eres la cosa más triste que he visto nunca, Amaia. La cosa más solitaria que he visto nunca. Y cualquier oportunidad que tenga para verte sonreír, la tomaré.
Quería gritar por no poder tocarlo. Tenía miedo de que alguien entrara por la puerta.
—¿Hace cosas amables por todos sus estudiantes? —pregunté.
—No.
—¿Por qué yo?
Hubo una breve pausa.
—Porque me gustas, Amaia. Me gustas mucho.
—Pero no tengo un tocadiscos —respondí. Era una respuesta absurda.
El Sr. García acunó mi cara entre sus manos, obligándome a mirarlo. Su
toque era tan suave, me recordó la última vez que limpió mis enharinadas manos y
cara. Pensé que él podría conseguir que cualquiera hiciera lo que él quisiera con esas manos. Eran mágicas.
—No tienes que tener un tocadiscos para gustarme, Amaia. —Me reí—.
Pero ¿adivina qué?
—¿Hmm?
—Yo tengo un tocadiscos. Y no estoy en tutoría mañana.
—¿Otra vez?
—Tengo una cita con otro médico —contestó, y podía oír la sonrisa detrás de las palabras. Asentí, con mi cara todavía atrapada en sus manos—. Creo… creo que
eres la cosa más dulce —dijo el Sr. García.
—¿Sí?
Asintió y soltó mi cara. Lo vi voltearse al pizarrón y agarrar el marcador de
borrado en seco de la bandeja. No estaba segura de si debía quedarme o irme a mi casillero.
—Ve a dejar tus libros —dijo. Le salió plano y carente de emociones.—¿En serio?
—Sí, en serio. Y mantén esa puerta abierta cuando te vayas —contestó.
—¿Está enojado conmigo?
El Sr. García se dio la vuelta. —¿Por qué me preguntas eso?
—Porque está muy severo en este momento. —Abracé mi cintura a la
defensiva.
—amaia, no quise sonar duro. En verdad que no. Pero estoy tomando un riesgo enorme aquí. Un riesgo realmente gigantesco. No creo que te des cuenta de lo gigantesco. ¿Entiendes?
Asentí. Traté de luchar contra el impulso, pero fue inútil. Y había esperado demasiado. Lancé mis brazos alrededor de su cuello. Él se inclinó, pero aún así
todavía tenía que ponerme de puntillas. Envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y se puso de pie, levantándome del suelo. Olí la loción para después de afeitar en su mandíbula y el almizcle de esa tierna carne de su cuello. Nunca había
olido esas cosas en los chicos con los que salí en el pasado. Pero el Sr . García no era un chico. Él era un hombre. Olía como un hombre. Se sentía como uno también,
con sus musculosos brazos sosteniéndome cautiva contra su pecho musculoso. Me llevó a un hueco de la habitación que no se podía ver desde la ventana de la puerta
del aula y enterró su cara en mi cuello, inhalando profundamente.
—Dios mío —susurró. Me agarró con más fuerza, y jadeé por aire—. ¿Te veré mañana después de clases? —preguntó en voz baja en mi oído.
Me estremecí y asentí. Un débil sí se escapó de mis labios.
—Bien —respondió, y me puso con cuidado sobre mis pies.
No podía procesar lo que acababa de suceder.
El Sr. García regresó al pizarrón y volvió a su trabajo. Lo observé durante una fracción de segundo antes de salir de la habitación. Corrí al baño y me escondí en un compartimento. Todo mi cuerpo temblaba incontrolablemente. Me dolía el estómago. Mis axilas estaban húmedas. Pensé que me había orinado en los pantalones sólo para darme cuenta de que no estaban orinados en absoluto. Mis bragas estaban húmedas a causa de él.
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PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)
FanficAmaia Romero es una chica buena. Sólo comete un error en su primer año en la escuela secundaria que le cuesta diez meses de detención juvenil. Ahora en su último año a perdido todo:su mejor amiga, La confianza de sus padres, el privilegio de conduci...