PUTITA FURTIVA

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No voy a mentir. Yo era un tembloroso, sudoroso desastre caminando a clase la mañana del viernes. La euforia que experimenté cuando estaba con el Sr. García ayer se evaporó rápidamente en el momento en que me metí mi coche y
me dirigí a casa.
¿Qué demonios estaba haciendo?
Cuanto más reflexionaba sobre la situación, más intensa se volvía mi
ansiedad, creciendo a una velocidad anormalmente rápida hasta que mi corazón estaba a punto de estallar. Y no el buen tipo de estallido. El tipo de estallido estoy -completamente -arruinando-mi-vida.
Prácticamente corrí a mi asiento, abrí mi libro de matemáticas, luego me
senté inmóvil. Eso es lo que los animales hacen, ¿verdad? Se congelan para evitar ser vistos. Para evitar ser atacados. Pensé que lo intentaría. Ver si funcionaba.
El Sr. García pasó por mi escritorio cuando se dirigía a la parte trasera de la sala. —Buenos días, Amaia —dijo en voz baja.
—Buenos días, Sr. García —susurré de vuelta.
¡No puedo hacer esto! ¡No puedo hacer esto! Sentí mi corazón doliendo por soltar el secreto. No estoy bromeando. Tuve el horrible impulso de gritar mi confesión en la cima de mis pulmones: “¡Visité al Sr. García en su apartamento ayer! ¡Me senté en su regazo!” No me preguntes por qué. No lo sé. Creo que sólo podía echarle la culpa a este impulso extraño de decir la verdad, algo perforado en mí desde que era pequeña. Di siempre la verdad, Amaia, podía oír decir a mi
madre. La verdad te hará libre. La verdad me hará libre. Hmm. No creo que aliviaría la carga presionando mi
corazón. Decir la verdad sólo reemplazaría una sensación insoportable por otra. Así que me senté en mi asiento luchando por enterrar el secreto más profundo de
mi corazón, diciéndome una y otra vez de una manera dura e implacable: ¡No te atrevas a abrir tu jodida boca, Amaia! Y eso parecía ayudar.También ayudó que me senté con mis ojos clavados en mi libro de matemáticas durante todo el período. No tengo idea de lo que el Sr. García dijo durante la clase. Me centré en leer la misma frase una y otra vez durante los
cuarenta y cinco minutos hasta que mis ojos estaban borrosos. Y cuando sonó el timbre, me levanté de un salto y corrí hasta la puerta. Sabía que si no lo hacía, él me detendría, y no lo quería manteniéndome detrás, haciéndome preguntas íntimas,
escribiéndome otro pase de tardanza para inglés. No, yo quería mi culo en inglés lo más rápido que pudiera.
Nunca había estado tan ansiosa por una lectura de Chaucer.
—amaia, —oí suavemente desde atrás. Pero seguí en movimiento. Tenía
que seguir en movimiento.

* * *

—¿Qué diablos pasa contigo? —Preguntó Aitana, mirándome con curiosidad.
—¿Qué quieres decir? No pasa nada conmigo.
—¿Entonces por qué estás actuando toda sospechosa?
—¿Sospechosa? ¿Estoy actuando sospechosa? —Pregunté, mirando
rápidamente alrededor para ver si el Sr. García había entrado en la cafetería.
—Sí, sospechosa. Y realmente me está asustando —contestó Aitana—. ¿Estás
en problemas?
¡Ha! Estaba en problemas…
—No. Ningún problema. ¿Por qué piensas eso?
—Oh Dios mío. No importa. —Aitana volvió a comer su sándwich. Seguí
escaneando la cafetería hasta que oí un fuerte golpe. Salté de mi asiento y me volví para ver a Aitana. Ella sonrió con picardía, su mano extendida hacia fuera en la mesa a centímetros de mi bandeja de comida—. Tú, putita furtiva.
—¿Qué?
—Te estás escondiendo. Has conseguido un hombre, y estás aterrada por ser atrapada —continuó Aitana.
—No sé de qué estás hablando —dije. Mi respiración se aceleró.
—Dios, Amaia. Eres la peor mentirosa —dijo Aitana—. Mejor trabaja en eso
si esperas seguir viendo al Hombre Misterioso.
—¡No hay Hombre Misterioso Aitana rió, y luego en la siguiente respiración, se volvió seria. —amaia, lo digo en serio. Tienes que mentir mejor. Quiero decir, te elegí por una razón. Pensé que eras buena siendo engañosa.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué has pensado alguna vez que era buena en eso?
—Porque te drogabas y robaste una tienda.
—¡Y me atraparon!
Aitana desestimó mi declaración con un gruñido. —Si arruinas esta cosa
impresionante que tengo con miguel, te voy a cortar el cuello.
—Oh Dios mío. Eres una lunática.
—Sí. Lo soy. Así que deja de actuar como si fueras culpable, y relájate. Tienes un hombre. No hay nada malo con eso. Y ahora serás capaz de verlo, también. No hay nada malo con eso, tampoco, a menos que jodas toda la cosa. ¡Deja. De. Volverte. Loca!
—No me estoy volviendo loca. ¡No sé de qué estás hablando! —Espeté.
—Lo que sea.
De acuerdo. Sí, estaba actuando muy inmadura. Reconocí mi inmadurez a la vez que me senté en la mesa observando al Sr. García caminar a través de las puertas de la cafetería. Pero no pude evitarlo, y de todos modos, ¡tengo DIECISIETE! No sabía cómo se suponía que debía de actuar. Antes del Sr. García, hubo unos pocos novios. Estúpidas relaciones tontas sobre todo llena de argumentos porque supongo que los adolescentes son voraces consumidores de
drama. Pero ahora estaba siendo invitada a un diferente tipo de relación, una relación adulta, y no sabía cómo manejar la situación. Todo sobre él me hacía estremecerme y quemar, tropezar con mis pies, quiere huir. Y no tenía más remedio que reaccionas de la manera en la que cualquier adolescente normal lo
haría.
_Amaia, ¿puedo hablar contigo un momento antes de que salgas? —
preguntó el Sr. García al final del día. Yo estaba en mi casillero, empaquetando mi bolsa lo más rápido que podía. Él se acercó a mí en un mar de estudiantes. ¿Por qué? ¿Por qué haría eso?
—Voy a perder el autobús —murmuré, sin mirarlo.
—Va a ser muy rápido —dijo—.Sólo tengo una carta que necesito que llegue a tus padres. ¿Carta? Mi culo.
Asentí porque no tenía otra opción, y lo seguí hasta su sala. Él cerró la puerta. mirame Amaia Sacudí la cabeza.
—¡Amaia!
Mi cabeza se levantó por instinto, y lo miré a la cara.
—No tenemos que hacer esto si no quieres. Te lo dije ayer.
—Yo… quiero —dije—. Pero estoy asustada.
—¿De mí?
Sacudí la cabeza. —De ser atrapada.
—Soy una persona cuidadosa, Amaia —dijo García.
—Soy yo —confesé—. No soy buena mintiendo. Y tuve este impulso
realmente raro hoy en cálculo.
—¿Qué impuso? Me daba vergüenza decirlo, pero lo hice de todos modos. —Tenía ganas de gritar a todo pulmón que estoy viéndote en secreto.
El Sr. García se congeló. —Um, está bien. Bueno, estoy realmente contento
de que no actuaras sobre ese impulso, Amaia. Sacudí la cabeza. —No es normal. Es enloquecidamente raro. No sé por qué quería hacerlo. Tal vez porque me enseñaron a decir siempre la verdad.
—La vida no es tan blanco y negro como eso —respondió el Sr. García.
—Lo sé —espeté.
Nos quedamos en silencio por un momento. Me di cuenta de que ya había perdido el autobús y tendría que caminar hasta casa.
—Si esta situación es demasiado difícil para ti, lo entiendo. Supongo que no debería haberte puesto en ella para empezar —dijo—. Pero no puedo evitarlo, Amaia. Sólo quiero estar contigo.
Me relajé ante esas palabras y sentí una calidez deslizarse a través de mis
extremidades.
—Quiero estar contigo, también —dije.
El Sr. García sonrió. —Me alegro de oír eso. ¿Pero Amaia?
—¿Hmm?
—No puedes actuar sobre los impulsos de gritar a todo pulmón que nos estamos viendo.
Me reí. —No lo haré.—No me avergüenzo de estar contigo, pero no soy estúpido tampoco. Sé cómo
reaccionaría el mundo. Perdería mi trabajo. Haría la vida aún más difícil para ti.
Esos estudiantes. Serían implacables.
—Lo sé, Sr. García.
—alfred.
—No. En la escuela eres el Sr. García.
El Sr. García frunció el ceño. Y luego miró su reloj. —Mierda, te hice perder
el autobús.
—No pasa nada.
—Deja que te lleve.
—¿Estás loco?
—No hasta tú casa. Sólo lo suficientemente cerca.
—No, Sr. García. Alguien podría verme entrar o salir de tu coche.
—Me siento fatal.
—No lo hagas. Está bien. Me vendrá bien el ejercicio.
El Sr. García me miró y rodó los ojos. Se dirigió a su escritorio y cogió una
barra de granola y una botella sin abrir de agua.
—Aquí —dijo, entregándomelas—. No quiero que te desmayes en el camino a casa. Sé que no has comido el almuerzo hoy.
—¿Qué? ¿Estás controlándome?
—Y para que lo sepas —dijo el Sr. García, haciendo caso omiso de mi
pregunta—, voy a conducir muy despacio a tu lado para asegurarme de que estás a salvo.
—Vivo a dos minutos de aquí.
—Sí claro.
—No puedes conducir a mi lado. Eso es espeluznante y acosador. Y estoy bien, Sr. García. En serio.
El Sr. García dejó escapar un suspiro exasperado. —amaia, ¿qué voy a
hacer contigo? Sonreí. —Deja que me vaya para que empiece a caminar.
—Está bien. Pero no me gusta en absoluto.
—¿Y cuáles son nuestras alternativas? —pregunté.
El Sr. García se encogió de hombros.
—Te mensajearé periódicamente. ¿Eso ayuda? —pregunté.Algo.
—Estás de mal humor —dije.
—Porque estoy enojado por hacerte perder el autobús. Me olvidé de que no podías conducir hoy.
Le sonreí. —Realmente eres un buen tipo. Su rostro se iluminó. —¿Sí?
—Mmmm. Ahora me tengo que ir.
Esta vez el camino a casa no estuvo nada mal. De hecho, sonreí todo el
camino. Mis mejillas dolían cuando por fin llegué a casa, y mamá y papá ya estaban allí.
—¡Amaia, dinos si alguna vez pierdes el autobús! —Gritó mamá.
—¡Y pon tu teléfono con sonido después de la escuela! ¡Hemos estado
tratando de llamarte! —Rugió papá—. Por Dios, Amaia. ¡Estábamos asustados! Estaban asustados. Me quedé sorprendida. Pensé que mis padres me odiaban, o por lo menos, no les importaba lo que me pasaba. Esto era inesperado y extraño.
Y un poco halagador. Pero sobre todo enloquecedoramente raro. ¿Cómo olvidé ver todas sus llamadas cuando me estaba mensajeando con el Sr. García? Quiero decir alfred.
—Lo siento —dije—. Tuve que quedarme después de la escuela para hacerle al Sr. García algunas preguntas de matemáticas.
Papá pasó su mano por el pelo.
—No —dijo—. No te quedas después de la escuela si es un día en que no
conduces. ¿Por qué demonios no van ellos tarde a los autobuses? Papá maldiciendo. Esto era interesante. Y aterrador.
—Hay mucha gente mala por ahí, Amaia. Eres lo suficientemente inteligente como para saber eso. ¿Qué haríamos? ¿Cómo podríamos vivir con nosotros mismos, si algún depredador consiguiera poner sus manos sobre ti? Me quedé helada. Todo en lo que podía pensar era en el Sr. García, y no porque pensara que era un depredador, sino porque si mis padres se enteraran sobre él, se pondrían hechos unos basiliscos. Seguro que piensan que es un
depredador.
—amaia, ¿estás escuchando lo que estoy diciendo? —preguntó papá.
—Sí, papá. Lo siento. No me quedaré después de la escuela cuando no tenga el coche —contesté.
—Sólo queremos que estés a salvo, cariño —dijo mamá.No me gustaba toda la conversación. Seguí imaginando a papá tratando de
matar al Sr. García porque quería mantenerme “a salvo”. Y no quería escuchar a mis padres verbalizar su preocupación por mí. Había pasado tanto tiempo sin oírlo que ahora sonaba extraño. Eso me ponía incómoda. No quería hablar con ellos.
Sólo me preocupaba hablar con una persona en el momento, así que amablemente me excusé a mi habitación.
Tiré mi bolsa y monedero descuidadamente en el suelo y me metí en la cama.
—Dios, no sé lo que estoy haciendo —dije en voz alta—. No me gustan mis
padres, y no estoy segura de que ni siquiera yo le guste a ellos. Creo que toda la demostración de la planta baja era falsa. Como si estuvieran reaccionando de la manera en que pensaban que lo hacían los padres preocupados. Hice una pausa, sintiendo una ligera punzada de culpa por lo que dije. ¿Era que Dios me decía que bajara un nivel?
—Lo siento —susurré.
Me di la vuelta en la cama y noté mi Biblia situada en la mesa de noche. La
cogí y me senté, sintiendo un repentino impulso de hacer algo que no había hecho desde que era pequeña. —Está bien, Dios—, comencé, sosteniendo la Biblia. —Necesito un poco de orientación—. Y cerré los ojos, hojeando el libro, luego dejándolo caer abierto en un lugar al azar. Puse mi dedo índice en la página y abrí los ojos. Leí en voz alta.
—Él construyó la Casa del Bosque de Líbano, de cien codos de largo, cincuenta de ancho y treinta de alto, con cuatro hileras de columnas de cedro soportando recortadas vigas de cedro. Me quedé mirando el libro.
—Maldita sea.
Cerré la Biblia y lo intenté de nuevo. —Está bien, Señor. Tal vez estuvieras
contestando la oración de otra persona en este momento. Realmente necesito alguna orientación tuya porque creo que me estoy enamorando de mi profesor de
matemáticas. No es como si pudiera evitarlo, no creo. Quiero decir, siento cosas por él, y me siento atraída por él, y me trata tan amablemente. Sólo necesito que me digas qué hacer.
Pasé a través de la Biblia, una vez más, se detuvo en una sección al azar, puse el dedo en la página, y abrí los ojos.
—Estos son los cabezas de mi familia y aquellos registrados con ellos que
subieron conmigo de Babylon durante el reinado del rey Artaxerxes: de los
descendientes de Phinehas, Grershom....— ¡Joder! De acuerdo, necesito salir del Antiguo Testamento —dije.Esta vez me aseguré de voltear a través de los libros en la mitad trasera de la Biblia. Aterricé en lo que estaba segura sería un claro mensaje de Dios y leí en voz alta.
—No hay justos, ninguno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, se hicieron inútiles; no hay quien haga bueno, ninguno. Me quedé mirando las palabras, absorbiendo. Pensando. Sabía que Dios no hablaba a la gente que hojeaba la Biblia por versículos al azar. Así no es como se comunicaba, y mi cerebro de diecisiete años sabía eso. Cuando tenía siete años, sin
embargo, pensaba que esa era la forma en que Dios hablaba con nosotros. Tenía que ser, porque nunca escuché su voz resonando desde los cielos, dándome una dirección o diciéndome que dejara de ser mezquina con Annabel en mi clase.
Maduré al instante. Y no quería sostener mi Biblia más. De alguna manera, se había convertido en una bomba, la chispa arrastrándose a lo largo del último verso
más y más hacia una gran explosión. Así que cerré el libro con cuidado y lo deslicé de nuevo en la mesa de noche, orando haberlo suavizado. Me arrastré debajo de mis cobijas y me escondí en el otro lado de la cama lo más lejos de la Biblia que pude conseguir.
No creo que Dios quisiera decirme eso, pero lo hizo de todos modos. Y me
quedé a pensar en mi inutilidad, mi pequeño cerebro y corazón que anhelaba a un hombre que podría arruinar mi vida. No estaba buscando a Dios. Estaba buscando al Sr. García. Y lo que más me molestaba era que quería su orientación, sus palabras, su seguridad, porque a diferencia de Dios, podía verlo, sentirlo y tocarlo.
Por el momento, él era más real para mí que Dios.

PARADISE SUMMERLAND (historia adaptada almaia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora